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El que no arriesga, no gana; y Grosso apostó a ganador

Esta es la historia de un productor mendocino, que dejó un trabajo estable en su provincia para perseguir un sueño en San Luis. Sus frutales confirman que tomó la decisión correcta.

Por Marcelo Dettoni
| 25 de julio de 2021
El conductor. Roberto Grosso, a bordo del tractor con el que recorre la plantación. Fotos: Carlos Braile.

Recorrer el camino hasta el campo de Roberto Grosso ya es un placer en sí mismo. La geografía de Estancia Grande, con la escolta permanente de las Sierras Centrales, se abre de par en par en cada curva una vez que uno abandona la ruta 9 que conduce a El Trapiche y se interna en las sendas, que están anunciadas por las arcadas con techos de paja a dos aguas.

 

Por momentos hay asfalto, en otros comienza el traqueteo por los adoquines adornados por farolas a los costados y finalmente está el ripio bien mantenido, una vez que pasamos el enorme cartel que dice que estamos en Durazno Alto y es toda una referencia para vecinos y turistas, que buscan, en su mayoría, la recta final que desemboca en Virorco y su río lleno de encantos en cualquier época del año.

 

Las laderas serranas, impasibles y nevadas en sus picos, lucen cada vez con más casitas, un aviso de que es mucha la gente que elige este sitio para darle un cambio radical a su vida. Estancia Grande estalla de pequeños establecimientos que producen a distintas escalas. Algunos tienen frutales y hacen dulces, otros apostaron por la cría de gallinas ponedoras o de pollos parrilleros, también se ven algunas ovejas pastar en las inclinadas tierras que están a la derecha del camino o incluso vacas que pueden aparecer en alguna curva, fruto de cierta imprudencia de sus dueños, que confían en que el tránsito es escaso y va tener cuidado, aunque no siempre es así.

 

 

Grosso maneja 13 hectáreas en las que dominan los frutales, que es lo que mejor conoce desde sus tiempos en una finca de Mendoza.

 

 

Donde está el destino final de este cronista, ya la senda corta el paisaje de par en par, y este parece desgajarse en una ventana infinita que muestra una paleta de colores vivos que le ganan al marrón uniforme de la tierra. Ya no vamos rodeados por las sierras, sino que desembocamos en una planicie irregular, con leves pendientes y trepadas, mientras el camino se hace ancho antes de internarse otra vez rumbo al río.

 

Es fácil darse cuenta dónde vive este mendocino, que apostó todo cuando se radicó en San Luis hace seis años, incluso un trabajo estable en la provincia vecina, pero que le ponía un techo demasiado bajo a sus ambiciones de desarrollarse y darle un mejor futuro a su familia. Grosso había dado como referencias una enorme media sombra que protege sus frutales contra el granizo y un galpón flamante de techo de chapa verde. Y allí están ambos, en un mediodía de sol y silencio, solo cortado por los sonidos penetrantes de las catas, que van y vienen por las alturas, conscientes de que no hay frutas en los árboles en pleno invierno.

 

 

Nada de esto es mío, pero yo lo manejo como propio, porque así me hace sentir Rubén Grivarello, a quien Dios puso en mi camino". Roberto Grosso, productor de frutas de Estancia Grande.

 

 

El hombre nos recibe con calidez y alivio, porque él también está recién llegado de El Trapiche, donde había ido a entregar mercadería. Mientras su familia baja implementos de la caja de la camioneta, se dispone a hablar de todo. “Hace cinco años que nos establecimos en esta finca, en tierras que no son mías sino de Rubén Grivarello, un cordobés a quien Dios afortunadamente puso en mi camino…”, agradece Grosso.

 

Es en realidad una relación de beneficio mutuo, porque el dueño del campo lo tenía sin uso, muy distinto a como luce ahora. “Yo le armé el esquema productivo, era todo pasto puna”, cuenta Roberto, mientras caminamos hacia uno de los extremos, el más elevado, donde un poco más allá aparecen las tres hectáreas plantadas con almendros, aunque uno se queda maravillado por la vista que hay desde ese promontorio y cuesta avanzar y concentrarse. Nos sentimos como en la vieja publicidad del chocolate que mostraba una vaca blanca y violeta.

 

 

 

Grosso maneja 13 hectáreas, donde principalmente ha implantado frutales, que es lo que mejor conoce desde sus tiempos en Mendoza, donde era el encargado de una finca grande, que vendía frutas y productos con agregado de valor a todo el país. Cuando se la jugó por las gallinas ponedoras, le fue mal: “Tenía unas 4.000 y en unos pocos días una peste me las mató a todas, fue algo raro, una especie de moquillo. Perdí un millón y medio de pesos”, lamenta por un momento, pero enseguida deja atrás la tristeza, en un gesto típico de los pequeños productores, gente esforzada, que siempre está mirando hacia adelante.

 

El cuadro con los frutales, en cambio, luce fuerte y en crecimiento, más allá de que en esta época solo quedan las ramas a la espera de la poda correctiva. Hay un cuarto de hectárea en la que lucen hileras de duraznos fabriqueros, 160 plantas de ciruelas, 50 de manzanos verdes y rojos y la misma cantidad de perales, cerezos y damascos. Además cultiva una hectárea aparte de durazno prisco y media hilera del chato, también conocido como japonés, un elixir muy cotizado en las ciudades.

 

 

En Mendoza no despegaba, entonces me vine con la familia a San Luis. Soy mecánico y tornero, algo me tenía que salir". Roberto Grosso, productor de frutas de Estancia Grande.

 

 

Ante el comentario de que se ven muy bien, se pone ancho y dice que "es por mi trabajo, mis conocimientos de tantos años, el esfuerzo de mi esposa y mis hijos y el guano de gallina”, el fertilizante clave para tener buena fruta en los meses de cosecha. Ahora, en latencia, solo hace trabajos de mantenimiento, mientras implora porque las heladas no hagan demasiado daño.

 

Los Grosso hacen todo a pulmón. Embalan los cajones de fruta y la llevan en la camioneta para venderlos en las verdulerías de la capital puntana y a algunos mayoristas que conocen la calidad que sale de ese rincón serrano.

 

Antes les vendía a los supermercados Aiello, pero ahora todo es más casero. Incluso pasa noches enteras con el martillito partiendo almendras para darles valor agregado y venderlas peladas, que se pagan muy bien.

 

En muchos casos hizo prueba y error, como con los ajos. “Intenté plantar dos veces, pero ya me convencí de que las lluvias de primavera lo arruinan a la hora de la cosecha”, reconoce, pero tuvo revancha con otros productos de la huerta como zapallos, zapallitos, tomates, berenjenas y pimientos, que también están bajo la media sombra negra “para aprovechar el espacio, porque fue una inversión muy grande que hizo el dueño del campo hace tres años”.

 

El productor siempre está pensando en la diversificación y en inculcar a sus hijos la cultura del trabajo. “Durante la pandemia, los dos varones estaban muy metidos en la computadora y los celulares, entonces les propuse vender leña. Traigo a granel algarrobo y quebracho desde Quines, acá ellos la envasan y la venden en bolsas. Están entretenidos y se ganan su dinero”, cuenta convencido sobre la actividad que llevan adelante Ezequiel (14 años) y Rodrigo (12), quienes estudian en la escuela de El Volcán.

 

La familia se completa con su esposa Alicia, Paula (18) y Mayra (30), hija de su primer matrimonio, quien no dudó en seguir a su papá en la aventura puntana. “Fue una buena decisión venir a San Luis, debí haberlo hecho antes”, asegura Grosso, quien conoció al dueño del campo a través del ingeniero agrónomo Pablo Cangiano, un profesional incansable y muy capaz, que asesora a varios productores de la zona.

 

“En Mendoza tenía seguridad laboral, pero por otro lado llevaba 20 años agachando el lomo en una finca de sol a sol y siempre estaba igual, al día, sin expectativas de poder crecer, de tener algo propio. No despegaba, entonces le propuse a mi esposa jugárnosla, venir a San Luis a ver qué pasaba, porque además soy técnico mecánico y tornero. Algo tenía que salir”, recuerda el productor, quien nació en Guaymallén y completa el relato con una nota positiva: “Si bien tuvimos momentos complicados, logré más en seis años en San Luis que en 20 en Mendoza”.

 

Las complicaciones tienen que ver con el trabajo en un campo en el que nunca le pagaron, en vivir en una casilla mínima mientras levantaban la casa en el campo y hasta con un alquiler temporario en Virorco donde guardar los muebles hasta llegar a este presente de mucha más tranquilidad. “El campo donde paramos de entrada lo terminé alquilando una temporada, hice tomates y ajo para poder sobrevivir”, agrega.

 

Mientras esquivamos enormes pozos que hacen las vizcachas, cuenta que los almendros, para sorpresa de los especialistas del Ministerio de Producción, dieron frutos en su primer año. Tiene la variedad Guara, que es temprana (florece en agosto) y cuenta con una cortina de álamos para protegerlos del incesante viento que castiga desde el sudoeste. Con lo que no puede es con los loros, que le llevaron el 60% de la producción y son una plaga imposible de combatir.

 

La alusión a los técnicos de la provincia no es casual: Grosso es uno de los beneficiarios del Plan de Reactivación Frutihortícola. Hace unos días recibió la visita del ministro de Producción, Juan Lavandeira, a quien le pudo compartir sus inquietudes, deseos de progreso y problemas que intenta solucionar para seguir siendo uno de los faros productivos de Estancia Grande.

 

Pasa que si bien el paisaje es bucólico, las condiciones climáticas son extremas. “El día de la nevada grande nos pasamos la noche con los chicos corriendo la tela antigranizo porque el peso de la nieve me estaba tirando los postes”, recuerda.

 

Con el agua no tiene problemas, está a unos 60 metros y la saca con una bomba que le provee 13.500 litros por hora, y además cuenta con un acueducto cercano. Tiene equipo de energía alternativo y en esta época sin fruta está abocado a las verduras de invierno, como acelgas, cebollas y rúculas, a la que le cuesta crecer a pesar de que aguanta hasta los 5 grados bajo cero. Todo se desarrolla bajo un nailon con riego por goteo que le hace de "mulching" al suelo para que no crezcan yuyos indeseados.

 

Y es un hombre porfiado, que va a insistir con las gallinas ponedoras. “Necesito un crédito blando y seis meses de gracia para arrancar y estabilizar las pasturas, con la experiencia acumulada me va a ir distinto esta vez”, dice convencido. Ya tiene unos gallos y una incubadora para desarrollar la cría de pollitos BB, además de 200 gallinas que ya están en el ocaso productivo y apenas le brindan 6 maples de huevos al día, que vende junto con las verduras y las frutas. Para completar el cuadro granjero, en un lote cercano a la casa pastan una yegua blanca y cinco ovejas bajo el cuidado de Pepo, un padre de plantel “bastante arisco”, según su dueño.

 

En el galpón se acumulan bolsas de balanceado, botellas de tomate triturado, frascos de duraznos al natural y cajones llenos de almendras, frutos del trabajo incansable de esta familia mendocina que encontró en San Luis tierra fértil para desarrollar sus habilidades y escaparle a la mediocridad de una vida segura pero sin horizontes a largo plazo. Dicen que el que no arriesga no gana. Grosso lo hizo y hoy está cosechando los frutos de esa decisión que le hizo un día dejar todo para empezar de nuevo.

 

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