“Es difícil juzgar la historia una vez ocurrida”
El escritor publicó una nueva edición de “Correrías de un infiel”, la novela en la que retrata a su antepasado, el coronel puntano Manuel Baigorria. Realidad e imaginación mezcladas entre ranqueles, utopías y cautivas en los suelos terrosos de la provincia.
En una combinación “utópica” entre realidad y fantasía, la novela “Correrías de un infiel” pone a un personaje de la historia real, el coronel unitario Manuel Baigorria, como el protagonista de una serie de aventuras sexuales, raptos, relaciones violentas y conflictos de mestizaje que solo pueden ser explicados con la mirada anárquica, hippie y revolucionaria de su posible descendiente, el escritor Osvaldo Baigorria.
Con un linaje puntano marcado por los uniformes, desde el coronel hasta un policía de nombre Antonio Baigorria, bisabuelo de Osvaldo y quien sería descendiente directo del militar argentino, el escritor vino a romper la profecía de los que poseen su apellido y los vincula con las fuerzas. El autor quedó aún más lejos de ese linaje a principios de los 70, cuando decidió viajar por América y vivir en comunidades anarquistas, pacifistas, budistas e incluso indígenas.
Manuel Baigorria pertenece a una de las tantas líneas paralelas que tiene el apellido, como es el caso de otro puntano: Juan Bautista Baigorria, el soldado que luchó junto a San Martín en la Guerra de la Independencia y que no tiene nada que ver con el protagonista de la novela reeditada el año pasado.
En “Correrías…”, Osvaldo propone una versión de los hechos un tanto distinta, en la que buscó llenar los vacíos de la historia con ocurrencias de su imaginario, que resultó ser tan diverso como los espacios donde vivió por ocho años antes de regresar al país con la vuelta de la democracia.
Quizás este libro cargado de “fantasías utópicas”, como Osvaldo las describe, no esté tan alejado de la realidad de su ancestro y de sus propias vivencias.
—¿Cuál fue el disparador para escribir “Correrías de un infiel”?
—Intentar averiguar algo sobre este ancestro mío. Había dos líneas de Baigorria en Argentina, una que venía del Litoral y otra, de la provincia de San Luis. El primer disparador fue tratar de encontrar qué había allí, sobre todo teniendo en cuenta que el famoso coronel Manuel Baigorria, quien vivió con los indios ranqueles en los toldos y tuvo su propia tribu, por decirlo así, podía ser un antepasado mío. Traté de investigar eso y de imaginar después. La averiguación que yo estaba haciendo me llevó a San Luis, a La Pampa y a Córdoba, pero no podía dar exactamente con la verdad, entonces llené con imaginación los espacios que la historia dejaba un poco vacíos.
—¿Cuánto es real y qué es inventiva tuya?
—Hay lecturas de las memorias del coronel Baigorria con datos verificables, pero después hay imaginación sobre escenas de él en La Pampa y con los aborígenes, que son cosas que yo pienso. De todas formas, cuando pego el salto a la ficción doy aviso y aclaro: "Imagino, conjeturo, sueño o fantaseo con que mi antepasado…”. El narrador parte de la base de que es su ancestro, pero en ese momento no tenía la menor idea si lo era o no. De todas formas, decidí asumirlo por el narrador, quien se descubre descendiente de indígenas y de Baigorria, y eso le sirve para construir la historia.
—¿Pudiste avanzar con la investigación sobre Baigorria y el posible vínculo con tu familia?
—Después de publicar esta novela, en su segunda edición, y gracias a ella tomé contacto con gente que sabe buscar en actas de nacimiento y parroquiales, entre otras. A finales del año pasado empecé a descubrir que era probable que estuviera emparentado con él de una manera impensada. Descubrí que tengo un bisabuelo, Antonio Baigorria, quien nació en 1854 y fue policía en San Luis; él sería el padre de mi abuelo Cristóbal, a quien no conocí, mientras que Antonio sería hijo de una hermana del coronel, llamada Ana Baigorria. Es una cosa bastante probable, porque todos los nombres coinciden y los lugares también. Así que de alguna forma tengo ancestros en la provincia.
—Hay muchos supuestos y anécdotas de Baigorria en el libro, ¿están exacerbados?
—Eso es ficción mía, me fue útil para la construcción del narrador, quien es alguien que fantasea con una utopía: un mundo sexual y anárquico en las pampas. No podría dar fe de ninguna de esas cosas o si Baigorria las hizo, las pensó o le pasaron.
—¿Renegás de tu antepasado?
—Yo no estoy descontento con el apellido Baigorria. Es difícil juzgar la historia una vez ocurrida y a los hombres y las mujeres que formaron parte y fueron protagonistas de los hechos pasados. Hay que pensar si tuvieron condiciones de elegir, si fueron decisiones más o menos éticas y esto es un poco complejo, a mi parecer. Obviamente que hoy un caudillo que tiene un harén de esposas, además de las cautivas, en el medio de la pampa sería completamente inaceptable, pero en aquel momento entre los aborígenes era aceptado el rapto. No necesariamente porque era alguien con mi apellido, sino porque me parece que es algo que recae sobre todo un período de la historia.
—Investigaste sobre los ritos de los ranqueles.
—Leí bastante sobre la literatura de la conquista del desierto, de los indios y testimonios de excautivos y cautivas. Estaba interesado de por sí, no es que lo hice para la novela. Cuando empecé a definirla me interesé en conocer de primera mano las tradiciones ranqueles, sobre todo en un viaje que hice a Leuvucó cuando se repatriaron los restos de Mariano Rosas en el 2000. Ahí tuve contacto con descendientes de ranqueles; hay muchos apellidos ilustres entre los aborígenes: Mansillas, Pumers y, por supuesto, Baigorrias.
—¿Cómo diste con Rita Castro, la cautiva puntana que está en la novela?
—Fue a través de lo que estaba escribiendo, me basé en unas investigaciones de un monje e historiador de aborígenes, y también de los escritos de Estanislao Zeballos. De todas maneras, es un nombre que más que nada me pareció que sonaba bien y lo puse allí. Fui a San Luis y a Villa Mercedes, donde recogí informes del Boletín de la Junta de Estudios Históricos y por ahí habrá surgido su figura.
—Beatriz es el personaje que acompaña al narrador durante su investigación. En los agradecimientos la identificás por su nombre real ¿qué sucedió con ella?
—En la posdata quise mencionar algunas personas que no había nombrado con apellido. El personaje de Beatriz estaba inspirado en mi pareja de 21 años y es una de las partes no ficcionales de la novela, porque hay una crónica de un viaje que se hace a Los Toldos en su compañía. Las discusiones, las conversaciones y los debates que hay sobre las relaciones de género y los indios, todo esto está inspirado y ficcionalizado en la mujer que amé y falleció de cáncer antes de que saliera el libro, el año pasado. Cuando estaba haciendo el epílogo ella estaba enferma e internada en mi casa, y yo no sabía si iba a vivir o no. Beatriz está inspirada en ella y su segundo nombre era ese.
—El rol de la mujer durante toda la historia es de sometimiento, pero en un momento hablás del goce femenino...
—Es complejo y es importante diferenciar allí lo que la gente puede interpretar sobre eso. Si hablamos de placer, y la verdad es que yo no sé si era así en el caso de una mujer secuestrada, pero podría llegar a haber un goce, que hay una gran diferencia, porque es una pulsión. Podría suceder esto en un contexto de sometimiento, como lo es en el sadomasoquismo, pero yo cuento esto no como una verdad histórica, sino que es literatura. Me pareció también que había algo para jugar con respecto a los mitos de los tamaños de los miembros de los indios; fue un elemento lúdico con el que se podía hacer literatura.
—¿Estás escribiendo algo nuevo?
—Con esta temática hay un libro de cuentos que hice y ficcionaliza todavía más estos mitos que hay sobre la sexualidad indígena y la ausencia de la propiedad de los cuerpos. Pero son cuentos, con un Baigorria convertido en “Baigorrión”. Son ficciones. Además, estoy terminando una novela con otro tema que se llama “El ladrido del tigre” y no tiene que ver con lo indígena.
—¿Podrías adelantar algo?
—Prefiero dejar un poco de misterio sobre este libro. Lo único que puedo decir es que está ambientado en el Delta del Paraná.


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