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Ensayan con el maíz para saber más sobre el semiárido

Los ingenieros agrónomos Guillermo Ordóñez y Ramiro Goncálvez probaron tres nuevas variedades en distintos tipos de rotación para medir densidad, fertilización y rendimientos.

Por Marcelo Dettoni
| 12 de septiembre de 2021
Anotaciones. Guillermo Ordóñez, agenda en mano, asienta los últimos números del ensayo de maíz. Evaluó el porcentaje de quebrado y vuelco, y también contó las espigas por planta. Fotos: Revista El Campo.

Los ensayos son un aspecto clave para el desarrollo de la agricultura. Ayudan a entender qué tipo de cultivo se adapta mejor a cada suelo y a cada clima, dejan datos que pueden utilizar los productores, e incluso los ingenieros agrónomos, sobre rindes, densidades y fechas de siembra más adecuadas para cada región. Sirven para aprender, en definitiva, a sumar experiencia.

 

Es información clasificada que, usada de la manera correcta, achica el margen de error, más allá del porcentaje de azar que siempre está presente en una actividad que se hace a cielo abierto y queda a expensas de lo que ocurra con la temperatura, la lluvia y el granizo. Por eso existen los promedios y es necesario estudiar los comportamientos durante algunos años para que las conclusiones estén un poco más cerca de la realidad que se vive en cada campo.

 

 

 A primera hora. El agrónomo hace entrar la cosechadora al campo de Cuatro Esquinas. Tiene 190 hectáreas alquiladas.

 

 

Tampoco son tantos los años, porque la tecnología avanza sin freno y los híbridos hoy duran tres, a lo sumo cuatro años en el mercado y luego son reemplazados por otros mejores, ya sea más adaptados a los suelos, con características para evitar los efectos de los que son salinos, o bien más tolerantes a sequía o a las condiciones que imponen las malezas. Y pensar que los estudios antes de lanzarlos al ruedo pueden durar una década, lo que deja en claro que se necesita mucha inversión de las semilleras para que puedan ser competitivas e imponerse en un mercado cada vez más exigente.

 

Un comportamiento destacable que suele darse en la actividad rural es el que está relacionado con cierto desprendimiento, el compartir un ensayo con otros productores o profesionales, porque no sirve guardar bajo siete llaves información que puede ser útil para otros. Es una tendencia que ayuda a mejorar la agricultura en general, más allá de los nombres propios o alguna campaña puntual. Los resultados de un ensayo son un bien público y así debería ser siempre, aunque la realidad a veces indique otra cosa.

 

 

El híbrido NK 940, con 8.400 kilos de semillas, rindió 64 mil espigas por hectárea y fue el más prolífico. Le siguió el NK 890 con 58 mil espigas.

 

No es el caso de Guillermo Ordóñez y Ramiro Goncálvez, dos ingenieros agrónomos que además son amigos y socios, porque tienen alquiladas 190 hectáreas en la zona serrana de Cuatro Esquinas, en las que además de buscar un lógico rédito económico por el que arriesgan haciendo soja y maíz de manera rotatoria y cuidando el suelo, también están desarrollando un ensayo de rendimiento con maíces de diferentes variedades para conocer un poco más sobre la mejor manera de hacer agricultura en el semiárido.

 

Y lo hacen al mismo tiempo que desafían los rigores de un clima imprevisible, en el que las sequías y las tormentas severas se alternan sin dar tregua, con eventos cada vez más seguidos de granizo y temperaturas que van en aumento, aun en una zona como esta, con altura y buena amplitud térmica, lo que le da cierto respiro a los cultivos por las noches.

 

 

 Vehículos. El camión a la espera, el tractor con la tolva y la enorme cosechadora.

 

 

Este cronista tuvo la oportunidad de visitar el campo que alquila la dupla de ingenieros agrónomos, ubicado a la vera de la autopista que conduce desde El Volcán hasta La Toma. La actividad es intensa, porque estamos en plena cosecha de maíz y el cereal fue el cultivo dominante en la última campaña gruesa.

 

Tanto allí como en San Luis en general, que suele apostar más por el maíz que por la soja, salvo en años puntuales en los que la oleaginosa es demasiada tentadora por sus precios internacionales, a lo que hay que sumar que es menos costoso el paquete tecnológico, aunque también hay que poner en la balanza que tiene retenciones más altas.

 

 

Son híbridos que luego de 10 años de estudios pueden durar unos 3 o 4 años en el mercado, ya que el avance genético es muy grande.

 

Ordóñez es el que acompaña la recorrida en un maíz sembrado sobre un antecesor similar, lo que obligó a una dosis extra de nitrógeno ya que la pérdida orilló el 10%, que con fertilización se puede achicar. El problema fueron los dos granizos que castigaron duro al cultivo en enero, tanto el que desplegaron para comercializar como el del ensayo, a lo que se sumaron 80 milímetros de lluvia furiosa que cayeron en un rato luego de uno de ellos.

 

“La defoliación alcanzó el 70%, fue un desastre climático que nos cayó 15 días antes de la floración, en el período crítico”, cuenta el productor. Paradójicamente, el hecho de que el maíz estaba creciendo de buena forma porque fue un verano lluvioso, terminó siendo perjudicial en este caso porque los granos no llegaron a llenarse y había muchos: “Hubiera sido mejor si estaba más ajustado”, lamenta Ordóñez.

 

 

 Rumbo a la hilera. La maquinaria está a punto de ingresar al lote de maíz para iniciar la recolección. Fue una campaña con buenas lluvias.

 

 

Datos del ensayo

 

La siembra la llevaron adelante entre el 28 de noviembre y el 3 de diciembre, con tres variedades, sobre una superficie de 14 hectáreas. Los híbridos utilizados fueron de Syngenta, las variedades NK 940 T6 Plus (ofició de testigo en el lote), la NK 885 Vip 3 y la NK 890 Vip 3. Además, porque son profesionales inquietos, esta campaña apostaron a otras tres variedades del cereal para intentar cubrir todo el abanico, dos de Syngenta (NK 979 y 897) en lotes que venían también de maíz y una de Dekalb (7220), que tuvo como antecesor a la soja. Las tres con densidad y fertilización variable y el mismo tratamiento para la emergencia de malezas, entre las que el yuyo colorado siempre es la preocupación principal.

 

 Apenas llegamos, Ordóñez se interna entre las plantas que lo duplican en altura para anotar cuántas espigas tienen y evaluar el quebrado y el vuelco. Uno de los híbridos se destaca por dar dos espigas por planta. No se observan malezas, apenas alguna ortiga mansa de invierno, pero nada importante.

 

“En el semiárido, que tiene condiciones tan duras, es común hacer planteos ‘defensivos’. Por ejemplo, poner 40 mil semillas y no 60 mil, y compensar híbridos, porque en los que dan dos espigas seguramente estas serán más pequeñas que uno que da una grande, con granos más pesados”, explica el ingeniero agrónomo.

 

 

Durante enero sufrieron dos eventos de granizo más 80 milímetros de lluvia en apenas un rato. La defoliación alcanzó el 70%.

 

Un rato más tarde le va a medir la humedad, subido directamente a la cosechadora. Lo hace apenas frena tras una pasada de recolección por medio surco, porque varía según el ciclo y la tasa de secado. “Son híbridos creados para la Zona Núcleo, hay que amoldarlos a la tecnología que tenemos en esta zona”, reflexiona.

 

La tarde tiene un sol que cae a plomo y la recorrida por el ensayo va atada a la cosecha general que está haciendo un contratista de Venado Tuerto, que pone toda la buena voluntad para compartir la máquina entre ambos objetivos. “Realmente le agradezco el esfuerzo, porque cosechar el ensayo, con 8 o 9 surcos menos respecto a la recolección general, lleva más tiempo”, reconoce Ordóñez mientras acompaña al maquinista en un intenso ida y vuelta, en el que hay que parar cada tanto para volcar los granos en la tolva que lleva un tractor, perfectamente coordinado con la cosechadora.

 

Hernán, el tractorista, invita al cronista a pegar un par de vueltas por los lotes siguiendo a la imponente máquina,  que puede cortar hasta 20 surcos a la vez, aunque esta vez está equipada para abarcar 16. Es un comportamiento solidario, porque el sol pega fuerte y dentro de la cabina el aire acondicionado trae un alivio importante, más allá de que siempre es una experiencia importante escucharlos y ver el trabajo de precisión que llevan adelante, además de la tecnología que tienen estos transportes, que miden al instante todo lo relacionado con densidad, rinde, humedad, gasto de combustible, kilometraje y lo que a uno se le ocurra que pueda servir para tener datos certeros en cuanto a agricultura de precisión.

 

Se nota que el hombre tiene ganas de hablar, porque pasa muchas horas solo en el tractor, con la única compañía de la FM de El Trapiche, que inunda de música –primero unas cumbias, después folclore- toda la cabina y es un entretenimiento. Cuenta que a la soja la liquidaron rápido, en no más de 20 días, pero con el maíz ya llevan 35 y todavía quedan algunas jornadas por delante porque la máquina tuvo algunos problemas mecánicos que demoraron la cosecha.

 

No le escapa al trabajo, es más, le gusta; el problema es que hace esa cantidad de días que no vuelve a casa y ya comienza a extrañar a la familia. “Es un empleo temporario, hay que aprovecharlo a fondo. Después volveré a mi reparto de panificados, que me mantiene durante el año, hasta que comience la siembra”, hace un breve relato de su rutina.

 

 

Medición. El ensayo exige que sus responsables examinen el grado de humedad de los granos, porque es un dato importante para conocer el rendimiento general. Ordóñez lo hizo dentro de la cosechadora.

 

 

El tractor arrastra una tolva que tiene una capacidad de almacenamiento de 22 mil kilos, a los que hay que sumar los 5.000 que carga la cosechadora, que puede llegar a los 8.500 cuando está llena hasta el cuello. “Cuando prende las luces que tiene en la parte superior del parabrisas es que superó los 5.000 kilos, luego empieza a sonar una alarma cada vez más fuerte hasta completarse”, explica Hernán, quien se comunica por radio con el conductor de la máquina más grande, que no es otro que el propio contratista.

 

En una punta del lote espera un camión doble acoplado, que una vez que se complete partirá hacia el puerto de Rosario o a Ser Beef, en inmediaciones del dique Paso de las Carretas. Eso sí es mercadería de Goncálvez, porque Ordóñez decidió dejar su parte en silobolsas para poder manejar la comercialización como mejor le convenga. Cada socio se maneja de manera independiente en ese sentido.

 

Cuando la cosechadora terminó de levantar el maíz correspondiente al ensayo, Ordóñez pide unos minutos para terminar de anotar los datos, que finalmente comparte con la revista El Campo. Entonces ya sabe que la variedad NK 940 fue la más prolífica, porque con 58 mil plantas por hectárea entregó 64 mil espigas, luego de implantar 8.400 kilos. Las otras dos (885 y 890) arrancaron con 52 mil plantas (en realidad fueron 60 mil porque varía el poder germinativo, pero el resto se perdió) y entregaron 52 mil y 58 mil espigas por hectárea, respectivamente.

 

 

21 ensayos tienen Ordóñez y Goncálvez diseminados por todo San Luis. Los resultados los comparten con profesionales y con otros productores que necesiten información.

 

Pasará un tiempo más para tener las conclusiones "finas", pero en líneas generales Ordóñez considera que el ensayo dejó datos positivos, que podrán usar para mejorar la productividad en las próximas campañas. Y no son las únicas pruebas que tienen, hay 21 en total diseminadas por todo San Luis, aprovechando que Goncálvez asesora productores en zonas diversas como Fraga, La Petra, La Cumbre, Justo Daract o Charco de los Perros, en el sur provincial.

 

Cae la tarde en Cuatro Esquinas y ya solo se divisan las luces de la cosechadora, que va levantando polvo en un ida y vuelta monótono, pero eficaz. El último camión aguarda para completar el tonelaje y partir. Después será tiempo de la cena en el carromato para el equipo y de la vuelta a casa para los ingenieros agrónomos. Un día más de campo habrá quedado en la historia, más provechoso que otros porque un ensayo útil está a punto de dejar su testimonio para que muchos productores sepan a qué atenerse y evitar fracasar en el futuro.

 

 

Con el contratista. El conductor de la cosechadora dio una mano importante.

 

 

 

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