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Dorotea y Jorge demuestran que la edad no es una traba para ejercitarse

Dos veces a la semana van juntos al gimnasio. Levantan pesas y buscan mejorar su calidad de vida.

Por redacción
| 26 de septiembre de 2021
Objetivo. Con la supervisión de sus profesores y su esposo, quien está a su izquierda, Dorotea trabaja con pesas. Fotos: Nicolás Varvara.

Como si el tiempo no hubiera pasado, Jorge Perroni, de 74 años, y Dorotea Rastrilla, de 73, mantienen intactos su complicidad y su cariño. Hace más de 43 años están casados y juntos decidieron emprender un nuevo desafío: realizar actividad física para mejorar su calidad de vida. Convencidos por un familiar, empezaron a ir a un gimnasio, como una manera de sobreponerse al sedentarismo favorecido por la edad y por la pandemia.

 

En el gimnasio, como buenos alumnos, Dorotea y Jorge escuchan atentamente las indicaciones de los profesores, que cuidadosamente les indican los ejercicios adecuados para evitar que sufran lesiones. Ambos están en un grupo con jóvenes que los aplauden cuando consiguen sobreponerse y alcanzar sus objetivos.

 

 

La felicidad más grande es la que siento ahora, que es cuando más nos necesitamos y los dos nos acompañamos (Dorotea Rastrilla)

Dorotea fue la primera en intentar levantar una pesa, cosa que hasta hace un mes no podía hacer. Posicionó separadas las piernas, bajó su cuerpo lentamente y con sus dos manos tomó el elemento, hizo fuerza y lo subió lentamente hasta la cintura. Unos segundos después sonrió y buscó la mirada de su esposo, que estaba a su lado para apoyarla. Él expresó que la clave para mantener un buen matrimonio es dejar las diferencias de lado y acompañarse.

 

El amor, en su juventud, los tomó por sorpresa. Ella trabajaba en un local de venta de neumáticos y él era taxista. “Cada tanto tenía que arreglarle algo al auto e iba al local, hasta que un día la vi y sus ojos celestes me flecharon”, dijo Jorge. Sonriente, recordó que al ir tan seguido logró acumular unas veinte cubiertas en su casa.

 

 

 

Un tiempo después el destino les jugó una buena pasada y se encontraron en un casamiento. Dorotea recordó que en esa época no se acostumbraba a salir sola, por lo cual ella estaba con su hermano. “Charlamos un rato, nos divertimos y después me acompañó a mi casa”, manifestó. A su lado su esposo acotó que luego conoció a su suegro. Hizo lo que exigían las costumbres de la época: “Me presenté en su casa y desde ese entonces nunca más nos separamos”. Tienen dos hijas, Gisela y Cecilia.

 

“Mi mamá le decía el pestañudo, porque pestañeaba y te conquistaba”, contó Dorotea, que se recibió de maestra en la escuela “Paula Domínguez de Bazán”, pero nunca ejerció, dado que la mayor parte de su vida se dedicó a la administración.

 

Jorge escuchaba atentamente el relato de su esposa y confesó que a él lo echaron del Colegio Nacional “Juan Crisóstomo Lafinur” y abandonó los estudios, pero que en su casa le dijeron que si no estudiaba tenía que trabajar. “Esa era la cultura de antes. Cada uno se abastecía para comer, salir y vestirse. Desde ese entonces pasé por todos los rubros, estuve en una empresa constructora, otra de transporte y manejé el taxi. Siempre salimos a ganarnos el dinero", acentuó.

 

El último emprendimiento que tuvieron juntos fue la panadería “Inti Huasi”, que Dorotea heredó de sus papás y todavía sigue vigente en calle Pringles antes de Caseros. “Yo me dediqué a la administración y él estaba en la elaboración del pan y las facturas. Aprendió el oficio y le pusimos el pecho para sacarla adelante. Allí nos jubilamos los dos hace ocho años”, dijo.

 

 

Ellos no ven su progreso. A Dorotea cuando llegó le daba miedo levantarse del piso, ahora lo hace sola y no pide ayuda (Santiago Martín)

Dejar la pasividad, el desafío

 

Terminar con la actividad laboral dejó un hueco en sus jornadas. Luego sobrevinieron las restricciones por la pandemia, que los habituaron un poco más al sedentarismo. Ya sin sus hijas en su casa para compartir el día a día, pero contando el uno con el otro, aceptaron el reto de salir a hacer actividad física.

 

Antes de empezar una nueva rutina en el gimnasio, al que van los martes y los jueves desde comienzos de septiembre, Dorotea destacó: “La felicidad más grande es la que siento ahora, que es cuando más nos necesitamos los dos y nos acompañamos, ya que estamos solos. Mi hija Gisela viene cada tanto de visita, Cecilia vive en Austria desde hace un par de años. La soledad es terrible, por eso hay que amarse mucho”, expresó y tomó la mano de su esposo.

 

“El cariño que nos brindan los profesores en el gimnasio no tiene nombre. Nos cuidan y todo el tiempo nos alientan. Estamos muy agradecidos con ellos”, dijo Dorotea. Luego siguieron con los ejercicios.

 

“Somos unos afortunados por trabajar con ellos. Siempre tienen ganas de aprender y mejorar”, acentuó el profesor de Educación Física, Santiago Martín, que los guía en las clases. “Muchas veces no ven sus progresos. Dorotea cuando llegó no se animaba a pararse sola del suelo y ahora no necesita ayuda de nadie. Nos encantaría que más gimnasios tengan un lugar para recibir a las personas mayores”, destacó.

 

Recordó que muchos adultos mayores pasaron la pandemia solos y lejos de sus familias, por lo que es bueno que realicen gimnasia, no solo para socializar con otras personas, sino también para su salud mental, como hacen Dorotea y Jorge.

 

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