SAN LUIS - Sabado 12 de Julio de 2025

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Julián Maradeo, hurgar en el barro

El periodista dice que la investigación no está bien vista en el país y retoma su lucha contra dos de sus grandes apuntados: las noticias falsas y los abusos de la Iglesia Católica.

Por Astrid Moreno García
| 24 de enero de 2022

Julián Maradeo es un apasionado revelador de sucesos que los poderes mantienen ocultos, ya sea detrás de un globo amarillo, de la fragilidad laboral o de una cruz y una sotana. El periodista defiende con uñas, dientes y su precisa pluma un género que cree casi extinto en Argentina: el periodismo de investigación. Nacido en General Madariaga en 1981, Julián reflexionó sobre sus investigaciones, el rol del periodismo en la actualidad y los mecanismos de encubrimiento de los abusos por parte del Vaticano. “No taparás con medidas cosméticas los abusos eclesiásticos”, sería uno de los mandamientos que Julián podría incorporar a la larga lista de normas de la Iglesia.

 

 

—Definiste a los 9 años que querías ser periodista...

 

—En mi casa se leía mucho el diario, que se consideraba una especie de libro de la clase media y era algo que seguramente por mímesis de lo que hacía mi papá yo también lo leí de punta a punta. Generalmente arrancaba por los deportes. Era algo que me agradaba y evidentemente alguien me lo preguntó en ese momento y dije que quería ser periodista, pero estaba más que nada relacionado con la posibilidad de cubrir desde adentro de una cancha un partido y contarlo como cronista. Luego supe que lo que era mi pasión era investigar dentro del periodismo.

 

 

—¿Cómo te iniciaste en el periodismo de investigación?

 

—En gran medida se debió a la lectura con libros elegidos casi por azar en que el eje era la investigación periodística y tenían como objeto el poder en sus diferentes formas. Con el paso del tiempo empecé a interesarme no ya en la idea del poder desde un gobierno o una persona que lo acumula, sino desde lo corporativo que es el que hoy a mí más me aboca porque me resulta más complejo para abordar y porque también tiene sus riesgos. A los 19 años no me había dado cuenta de las dificultades que tiene Argentina para realizar ese tipo de trabajo periodístico porque, fundamentalmente, a nadie le interesa contratar periodistas que se dediquen a investigar más allá de lo lindo que suena decirlo. Se suelen confundir documentos que son por algún motivo difundidos o que se dé a conocer algo porque alguien lo cuenta susurrándolo como investigación cuando, en realidad, es un proceso mucho más complejo, bastante largo y que generalmente no es financiado salvo por alguna organización internacional. En Argentina el género dejó de existir hace mucho, excepto cuando algún periodista decida hacerlo por cuenta propia corriendo tanto con los costos como con los beneficios.

 

 

—Hablás de riesgos, ¿a cuáles te enfrentaste?

 

—Generalmente lo que recibo son insultos o aprietes y están relacionados con amenazar con la fuente laboral o tratar de que no se difundan mis libros y no tanto con cuestiones de salud. También por el lado de iniciar causas que suele ser algo bastante complicado porque demanda tiempo y dinero y entienden que por ese lado pueden atacar la parte más frágil que tiene el periodista para seguir sobrellevando este tipo de trabajos. Más allá de eso lo cierto es que afortunadamente hoy no recibimos amenazas y menos se llevan a cabo después del caso Cabezas.

 

 

—Parece que hay mucho en juego, ¿qué te motiva para continuar tus investigaciones?

 

—Por un lado el volumen de poder y de complejidad que tienen los objetos de investigación que he ido trabajando a lo largo del tiempo. Desde tratar de comprender para poder demostrar cómo funciona el sistema de encubrimiento de los curas abusadores, el mecanismo de corrupción del macrismo durante los años de gobierno y sus diferentes características tanto en la Ciudad de Buenos Aires como en Nación o lo que estoy trabajando ahora para publicar en breve, sobre qué hace la agencia antinarcotráfico de Estados Unidos, la DEA, en Argentina, que construyó una trama con el Poder Judicial federal, las diferentes provincias, la Policía, las agencias de seguridad federales y los servicios de inteligencia. ¿Qué hacen acá más allá de lo que los convenios bilaterales les imponen? Todo eso tiene un motivo de fondo, que es intentar quitarle el velo a aquello que ha sido deliberadamente ocultado justamente para que se ejerza un poder homínido en el campo de acción de cada uno de estos actores.

 

—En tu libro “Fake news” desarrollás el concepto de fragilidad periodística, ¿en qué afecta a la labor y a la rigurosidad informativa?

 

—Traté que el libro se convierta en una especie de llave maestra que abra una serie de puertas en cuales se encierran problemas de diferente complejidad y entre ellas está la fragilidad laboral del periodismo con el periodista multitasking. Entre otras cosas porque no le alcanza el dinero de un solo trabajo y entonces mucho menos le interesa investigar. Esas son unas de las rendijas por las que se cuelan las noticias falsas, por un lado por el problema que hay ante la falta de tiempo para trabajar rigurosamente y, entre otras cosas, chequear, pero por otro lado también porque en otros casos las intencionalidades de las empresas hacen que se difunda información engañosa y eso suele ser la punta del iceberg de un problema que se convirtió en un conflicto cultural y que la pandemia hizo que quede expuesto.

 

 

—Nombrás siete tipos de fake news, ¿cuál predomina en Argentina?

 

—La más visible es la política, pero también están las científicas, las vinculadas a la comida y a la alimentación. Son estas últimas las que tienen mayor difusión y son a las que se les presta menos atención. En Estados Unidos el ejemplo más fuerte es el de las hermanas Kardashian, que habían difundido a través de sus cuentas de Instagram, con millones de seguidores, la promoción de un té con cualidades positivas para quienes buscaban bajar de peso. Automáticamente la comunidad científica norteamericana se levantó y cuestionó la falta de veracidad de la publicidad. Por otro lado se pidió que los grandes usuarios, los influencers, tengan una responsabilidad especificada legalmente ante cada una de estas recomendaciones que emitan. En Argentina, como en todos los lugares, la política suele ser el principal círculo que reúne la mayor cantidad de noticias falsas.

 

 

—Fuiste colaborador en “Chequeado”, ¿es una buena herramienta contra las noticias falsas?

 

—Surgió por la fragilidad del periodismo. Como consecuencia de ello se decidió no chequear o no destinar el tiempo y los recursos necesarios para trabajar rigurosamente. Ellos chequean el discurso con las categorías verdadero, falso o engañoso en función de fuentes reconocibles de documentación oficial que hacen un aporte realmente interesante. Recibieron muchas críticas porque en algún punto molesta tanto a espacios políticos como a medios de comunicación que haya una organización que se dedica a trabajar sobre la veracidad o la falsedad de los enunciados que publican y muchas veces no se explican por un interés periodístico, sino por uno extraperiodístico, que es otra pata de este problema. Debería haber más “Chequeado” en Argentina, su radio geográfico es la Ciudad de Buenos Aires, habría que crear agrupaciones similares en otras partes del país.

 

 

—¿Cómo nació tu libro “La trama: Detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia Católica”?

 

—Fueron cinco años de investigación y en realidad es el que tuvo el proceso más raro, fundamentalmente porque era un tema que me resultaba ajeno. En 2012 estaba trabajando un tema relacionado con la Iglesia, pero no con los abusos, sino con la influencia que tenía la derecha católica en Argentina como proyecto político del 83 para adelante. Charlando con un colega me comentó que había un caso de una víctima de un cura que acababa de encabezar una pequeña rebelión en la comunidad católica. Se creía que las víctimas ascendían a 50 y que ese cura seguía ejerciendo. Se trata de Justo José Ilarraz. Comienzo a hablar con este periodista y a investigar, en 2014 publico un reportaje sobre el tema y me empezaron a contactar sobrevivientes de abuso eclesiástico. Los publiqué en distintos medios hasta que en 2017 con el conocimiento de lo que había sucedido en el Instituto Provolo de Mendoza, y los de La Plata e Italia, lo usé como ejemplo para mostrar cómo era que la Iglesia cubría a los curas abusadores. Cuando quise darme cuenta había desarrollado un libro sin quererlo. Me enfoqué no en los casos, sino en el sistema de encubrimiento que continúa hoy en día.

 

 

—Hablás de un “manual de encubrimiento” que nace desde el Vaticano…

 

—Tiene lineamientos del Vaticano desde la década del 60, pero también cada país le ha ido dando sus propias características. Hay elementos comunes como es el traslado geográfico de los sacerdotes, algo que hoy ya no se puede hacer porque tienen que hacer una declaración jurada donde se certifique su conducta. Otro de los aspectos solía ser que cuando ya se tornaba incontrolable y el cura y su caso habían sido expuestos públicamente, se los condenaba a incluirlos en alguna casa quinta de las diócesis por Córdoba y en lugar de entregar toda la información a la Justicia terminaban sus días recluidos en las sierras cordobesas. El tercer elemento es hostigar a las víctimas y sus familias, a pesar de que suelen emitir un comunicado acompañándolas.

 

 

—¿Cómo se aplica esto en Argentina?

 

—Lo que ocurría era esto de presionar a las víctimas y a los poderes judiciales y políticos. Argentina no ha tenido grandes referentes dentro de la propia Iglesia que apoyen a las víctimas como sí lo hubo en Chile. Estamos muy atrasados, lo que se hizo es presionar para que no se avance contra los sacerdotes. Además, no son procesos de uno o dos años, son abusos que suelen ser callados entre 20 y 25 años. Lo que sucedió es que en los últimos seis años ya hubo diez condenas de curas abusadores y eso genera un efecto dominó en el que las víctimas empiezan a animarse a hablar porque se dan cuenta de que hay consecuencias reales y tangibles.

 

 

—Suele dejarse entrever que el Papa Francisco es quien más ha trabajado contra la pedofilia en el clero

 

—De Bergoglio, lo cierto es que se plegó a la estrategia propia de la Iglesia y del Vaticano. Pese a una gran estrategia comunicacional no ha hecho algo muy diferente. Da grandes anuncios que no tienen cambios en los hechos. Siempre hay que diferenciar que Francisco no era Papa en el momento en que Corradi fue enviado a Argentina por abusar de chicos hipoacúsicos en el Instituto Provolo. ¿Cuál es la responsabilidad de Francisco? En Italia, como mínimo desde el 2007, hay marchas por parte de las víctimas y son cubiertas por todos los medios, así que no es verdad que no sabía; segundo, en 2014, un sobreviviente le entrega en mano un fichero en el cual constaban los nombres de todos los curas abusadores que habían sido enviados a otros lugares del mundo, entre ellos a la Argentina; y en 2015 Julieta Añasco, principal referente en la lucha contra los abusos en la Iglesia, había informado que estos curas italianos aún siguen ejerciendo. Con todos estos avisos, el Papa no se podía dar por recién enterado cuando explotaba lo que ocurría en Mendoza y en La Plata. La Iglesia siempre tiene como estrategia correr detrás de los hechos y dar la impresión de que acababa de enterarse cuando esto es una gran mentira. A partir de que le resulta imposible a Bergoglio tapar lo que ocurría empieza a ensayar una serie de movimientos de maquillaje que no tienen cambios de fondo.

 

 

—¿Cuáles son estos “movimientos de maquillaje”?

 

—Son todas medidas de corto alcance, no tienen las víctimas ni sus familiares un apoyo real por parte del Vaticano. El Comité de Derechos del Niño de las Naciones Unidas emitió un informe en 2014 sobre el Vaticano y señaló que el sistema de encubrimiento de curas abusadores seguía activo y no se estaba haciendo nada para evitarlo. La institución tenía hasta octubre de 2018 para contestar y demostrar qué estaba haciendo. Hasta el día de hoy no presentó absolutamente nada. Además, las víctimas piden que en la Justicia eclesiástica haya un controlador que sea alguien de afuera e imparcial. Francisco sigue actuando de la misma manera que sus antecesores

 

 

—¿Qué tan inserta está la pedofilia eclesiástica en Argentina?

 

—Es muy difícil contestar esa pregunta fundamentalmente porque no se abre el acceso a la información de la Iglesia. Hace dos años el Papa dio a conocer una medida por la cual se tenía que permitir el acceso a las causas judiciales eclesiásticas sobre estos temas. Lo que empecé a hacer es pedir la información, no la más sensible, pero sí la nominal y la cuantitativa. Solo el 30 por ciento me dio información, los demás no tenían dato alguno o directamente los esconden. Este oscurantismo e intención de victimizarse de los jerarcas católicos hace que hoy se vea muy lejano en el horizonte la posibilidad de que se resuelva el problema. Van a necesitar un cambio de actitud de fondo y generacional de manera urgente para dejar de ver que todo el mundo los ataca cuando en realidad tienen que hacerse cargo de sus gravísimos errores. Se va a necesitar que haya diálogo con los sobrevivientes, algo que en otros países ocurre, acá en 2018 se comprometieron a reunirse, pero sigue siendo algo pendiente.

 

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