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La docencia rural es su pasión

La sanluiseña hizo toda su carrera docente en el interior. Fue maestra rural en Fortuna, La Horqueta, Nogolí, El Divisadero y San Jerónimo. El relato de cómo vive una maestra de campo.

Por Johnny Díaz
| 09 de octubre de 2022
Junqueras. "No es fácil ser docente rural, hay que tener mucho coraje, amor y pasión por lo que es la educación". Foto: Héctor Portela.

Ser maestra rural en mi época era ser un poco de todo: docente, mamá, enfermera, cocinera, vecina, consejera, asesora y muchas cosas más. Porque todos recurren a la docente que sin horarios fijos, hace de todo”, dice Rosa Edith Junqueras, docente jubilada que nació en San Luis hace 72 años.

 

"Cuando tenía 17 años fui maestra de séptimo grado mixto, turno mañana en la escuela 'Belgrano', ubicada en Sucre y Pringles de la ciudad de San Luis. Después, toda mi carrera, la hice en el interior de la provincia y estoy muy orgullosa de haber cumplido, por eso me considero una verdadera maestra rural”, admite.

 

Junqueras dice que previamente se había inscripto en el Consejo de Educación como docente “sin preferencia de destino”, es decir que donde le saliera un nombramiento, ella cumpliría sin reparo su nuevo destino. Estuvo un año en la escuela "Belgrano" y luego la destinaron a un establecimiento en Fortuna, al sur de San Luis: "Como era muy joven, me acompañaron mis padres, Luis Omar Junqueras y Haydee Fernández, que también era docente de la escuela 'Constancio C. Vigil' de San Luis”.

 

 

 

“¡Ay, Dios mío, con lo que me encontré! —exclama—. La escuela funcionaba en una casa de familia, algo que se estilaba mucho en esos años. Ese establecimiento había estado cerrado dos años. Cuando abrimos las puertas nos espantaron los murciélagos, salieron en bandada, qué desazón, qué espanto, no lo podíamos creer. Después de limpiar, desinfectar y poner en condiciones las dos aulas, pude dar clases durante seis meses, ayudada por las mellizas Mercedes y María, mayores que yo, e hijas de los dueños de la casa. Yo había llegado después de las vacaciones de invierno, en julio de 1977, era un lugar muy frío, inhóspito, carente de todo. Los niños llegaban en sulkys, a caballo o caminando. Había huellas y la ruta estaba asfaltada en algunos tramos, un feo lugar y muy distinto a lo que yo estaba acostumbrada a vivir. El panorama no era alentador, era espantoso, lloraba de impotencia, lleno de alimañas y reptiles que aparecían por todos lados”, recuerda.

 

La exdocente relata cronológicamente su vida de maestra rural y se acompaña de un cuaderno donde prolijamente guarda sus nombramientos, designaciones y decretos. Un año después pasó a la escuela de "La Horqueta", donde fue directora unipersonal suplente. El edificio estaba frente a la comisaría, algo que a la mujer la tranquilizaba. La ruta estaba asfaltada, la encargada del edificio tenía todo muy limpio: "Eso ayudaba mucho, los alumnos eran pocos, la vida era distinta y mi padre, al ser amigo del comisario, siempre le decía que me cuidara. A mí me daba vergüenza, pero también tranquilidad, ya que tenía unos 20 años y estaba muy sola en ese lugar. En el sur viví experiencias muy duras”.

 

Cumplió su suplencia y rindió para mejorar su puntaje docente, logró que la designaran en la escuela "Justo José de Urquiza", de Nogolí. Después le notificaron que tenía la posibilidad —si rendía bien— de un cargo de directora titular en la Escuela N° 171 de El Divisadero, Departamento Belgrano. Según el censo escolar, tenía unos 40 alumnos, pero cuando ella llegó había 21, muchos habían dejado, otros crecido o ya no vivían más en la zona. El futuro escolar era incierto, incluso bajaron de categoría, la escuela por decreto gubernamental, pasó a ser la N° 304 "Ministro Modesto Quiroga".

 

“A esa escuela llegué el 3 de marzo de 1983, nunca me olvidaré, pasé muchos años allí y tengo muy buenos recuerdos. Alquilaba una habitación en la casa de la familia Moyano, a unos kilómetros de la escuela, pero todos los días al llegar, prendía la salamandra y en una pava grande les preparaba el desayuno con tortitas o pan casero", recuerda.

 

 

 

Dice que el gobierno entregaba un cheque para los alimentos que compraba en "La Colosal", de los hermanos Berardi, quienes a veces donaban cosas y, cuando el presupuesto no alcanzaba, hacían rifas para comprar harina y las familias hacían el pan. "La cocinera era Meme Fernández, la carne se la compraba a los vecinos cuando carneaban,  había que administrar todo para que no nos faltara nada”, dice con orgullo.

 

“Mi escuela no tenía electricidad y todos los alumnos estaban juntos, grandes y chicos. Ahí el docente tiene que usar la pedagogía y la didáctica, no teníamos radio, televisión ni diarios, había que usar la imaginación. Por ejemplo, al hablar del Cruce de los Andes, muchos preguntaban qué era la cordillera, entonces con una arpillera ideábamos unas montañas, los más chicos la pintaban y los grandes rayaban tizas para inventar la nieve. Así eran las clases, comunitarias, entonces el niño se mostraba interesado, motivado, curioso y aprendía gráficamente. Armábamos un escenario de la campaña del General San Martín, grandes y chicos participaban. Es un humilde ejemplo, pero sirve para mostrar cómo se trabaja en una escuela de campo”. En otras me llevaba tareas a mi casa y con carbónicos preparaba el trabajo para el día siguiente, no teníamos fotocopiadora, todo era calcado, nunca se quedaban sin tareas”.

 

“Con los años, me casé con Héctor César Herrera, lo conocí en unas carreras cuadreras que habíamos organizado para recaudar fondos para la escuela. Fuimos a vivir a Bella Florida, un campo de su propiedad y a unos 20 kilómetros de la escuela. Muchas veces, en el camino, cuando encontraba a algún niño lo traía, estaba prohibido, pero imagínese usted en esos parajes donde nadie anda, ¿qué iba a hacer?", se pregunta. 

 

Rosa Edith Junqueras cuenta que en una oportunidad habían preparado un gran festejo escolar. Tenía que traer la ropa para los que participarían del acto, más láminas, cajas y souvenires. Llovió toda la noche, mi marido me trajo en el camión hasta el badén del arroyo Los Cóndores, no podía cruzar por la crece. Yo recogí toda mi ropa hasta la cintura y crucé con todo el peligro que significa. Al otro lado me esperaba un alumno con su moto, estaba empapada y así me subí y salimos rumbo a la escuela. Eran unos 15 kilómetros, perdí algunas cosas, pero no nos caímos y la fiesta se hizo como estaba programada”.

 

Una vez que tenía que hacer un censo escolar de El Divisadero, en un radio de seis kilómetros a la redonda, un vecino le facilitó una yegua mansa. "Me quería morir, andar a caballo en medio del monte, cruzando barrancas, esquivando espinillos y talas, no era lo mío. A la noche llegué a la casa de una de mis alumnas y decidí quedarme, estaba muy cansada, era un ranchito muy bajo y humilde. Pasé una noche imposible de olvidar, escuchaba todos los ruidos posibles, pero el cansancio pudo más, fue terrible”.

 

La muerte en 1993 de su marido, a causa de un infarto, provocó que se sintiera muy mal. En esos duros momentos Velia Vílchez la invitó a integrar la lista Celeste Unidad de las elecciones en Amppya próximas a llevarse a cabo.

 

"No lo dudé, necesitaba hacer algo que me ayudara en mi situación, la lista ganó y yo ocupé una secretaría por cuatro años. Cuando cumplí mi mandato continué con  mi carrera de docente. Me designaron en la escuela de San Jerónimo 'Capitán de Fragata Pedro Eduardo Giachino' como directora titular, Ahí me acogí a la Ley 3.800, que establecía 25 años de servicio sin límites de edad, y me jubilé en 1999. En esa escuela tuve por compañeras a Anita Pissoni, Daniel, Marta Firmeneli y María Sosa", relata.

 

Una vez jubilada se abrazó a otra de sus pasiones, la política. Acompañó a "Nino" García en su candidatura a intendente de Los Manantiales y ella resultó electa concejala. Cuando terminó su período, asumió como secretaria de Acción Social, después fue asesora de Cristina Torres y por último fue presidenta del Concejo Deliberante cuando el intendente era Carlos García. "Hoy soy asesora del senador García y congresal titular del PJ por el Departamento Belgrano", agrega.

 

En su carrera política, fue partícipe de dos hechos importantes en la región: la inauguración  del Monumento a la Bandera en Toro Negro en 2005 y el cambio del nombre del pueblo de Villa General Roca, restituyéndose el nombre originario, Los Manantiales.

 

Rosa Edith Junqueras, que ganó el concurso literario "La historia de Bella Florida", publicado en el libro "Historia de un pueblo y su gente", tiene dos hijos, Raúl (que falleció en un accidente automovilístico) y Antonio. Dice que se siente inmensamente feliz viendo crecer a sus nietos: Matías, Milagros y Patricia, y una del corazón, Giuliana. Y reflexiona: "La docencia me dejó mucho, los mejores recuerdos, agradecimientos y buenos momentos. Siempre seré docente".

 

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