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Soledad Rodríguez: con la fuerza para edificar el futuro

La albañila tiene 28 años y cuatro hijos. Comenzó con el oficio tras separarse, huyendo de la violencia de género. Asegura que es un "trabajo duro" pero que "se puede aprender, como cualquier otro".

Por Johnny Díaz
| 20 de febrero de 2022
Malos a la obra. "El trabajo es duro pero tengo cuatro hijos, hay que darles de comer, educarlos y vestirlos", dijo Sol. Foto: Martín Gómez.

Su mirada firme se posa a la distancia, como mirando sin ver. Tal vez pensando en un futuro mejor, ya alejada de los maltratos y la violencia que sufría de su expareja y que la obligaron a salir de Buenos Aires. Su rostro está surcado por las huellas de las inclemencias del tiempo. Sus manos lucen endurecidas por el uso de las herramientas. Y ahí, entre picos, palas y bolsas de cemento, está Soledad Rodríguez, quien con sus 28 años se las arregla para no esquivarle al duro trabajo de ese oficio muchas veces ingrato y otras pocas placentero.

 

Con sus tesoros. Sus hijos Maia (13), Milena (10), Eitan (3) y Leonel, de 18 meses. Foto: Gentileza.

 

Pausada, tranquila, como midiendo cada palabra, cuenta que trabaja de albañila porque no consiguió otra cosa, pese a que dejó curriculum en varios comercios de la zona del barrio Eva Perón, donde vive, y también en la zona céntrica de la capital puntana.

 

"Estoy acá trabajando porque no pude conseguir otro trabajo y porque tengo que darles de comer a mis cuatro hijos: Maia, de 13; Milena, de 10; Eitan, de 3, y Leonel, de 18 meses, y no estoy arrepentida", dice con su ropa salpicada por la mezcla y llena de polvo de la obra en construcción, donde trabaja en ruta provincial N° 3, a metros de la calle Salvador Segado, en el sur de la ciudad de San Luis.

 

Al recordar cómo huyó de Buenos Aires, a Sol —como le gusta que le digan— los ojos se le nublan, como queriendo olvidar esos sucesos. Hasta titubea al hablar, al tiempo que prende un cigarrillo.

 

Foto: Martín Gómez.

 

"Nosotros vivíamos en Virrey del Pino, pero me cansaron sus golpes, los gritos y el maltrato que injustamente ejercía sobre mí. Me separé cuando estaba embarazada de tres meses de mi hijo Leonel. La verdad, la pasé muy mal", asegura.

 

Manifiesta que luchó para que el hogar no se derrumbara, pero no hubo caso. "Hubo varios intentos de recomponer nuestra relación y recuperar el hogar, pero siempre ocurría lo mismo, me prometía y me juraba que nunca más sería violento, que todo cambiaría. Con esas promesas volvíamos a empezar, como dando vuelta la página de nuestras vidas, pero nunca cumplía; además consumía y tomaba. Hasta que un día me cansé, dije basta, hasta aquí llegué".

 

Tuvo que hacerle una última denuncia en la comisaría del barrio, cansada de falsas promesas. "No me separé en buenos términos —añade— y opté por irme lo más lejos posible, porque estaba segura de que donde fuera, nos encontraría y volveríamos a tener problemas, y eso no quería ni para mí ni para mis chicos”.

 

 

 

 

Soledad dice que tenía que abonar el alquiler y no lo hizo porque utilizó el dinero para la compra de los pasajes. “Puse la ropa de mis hijos en mochilas y me vine a San Luis, al barrio Eva Perón, donde vive mi padre", sostiene y agrega: "Creo que venir a San Luis fue una buena opción, le pedí ayuda a mi papá, a quien hacía catorce años no veía. Estuvimos un tiempo en su casa, me ayudó y me ayuda en lo que puede, hasta que pude alquilar un monoambiente, comprar camas, cuchetas y un televisor. Hoy no tengo ningún contacto con el padre de mis hijos. Si lo hubiera, sería para problemas”.

 

Foto: Gentileza.

 

Una vez radicada en San Luis, Soledad salió en busca de un trabajo que le permitiera rehacer su vida lejos del horror vivido y pensando en sus pequeños hijos, quienes poco entendían de la situación que vivían.

 

“Después de mucho andar, conseguí trabajo en un súper chino, pero abandoné porque no me alcanzaba ni para el alquiler. Después, en otro negocio donde me habían prometido seguridad y estabilidad laboral, pero estuve 15 días y poco antes de las Fiestas de fin de año, me echaron. La situación me dejó helada, no lo podía creer. Mis patrones no tuvieron reparos en nada y eso que le había anticipado que tenía cuatro hijos que mantener; nada les importó”, recuerda hoy con bronca y dolor.

 

“Ante mi desesperación por llevar el pan a mi casa, le pedí trabajo a mi tío Marco Antonio Durán, quien es subcontratista de obras de la construcción. Así empezó una nueva etapa de mi vida", dijo.

 

“Me explicó que era un trabajo duro, pesado, con muchos sinsabores, pero que si me gustaba no habría problemas”, agregó.

 

Foto: Gentileza.

 

"Con el tiempo, recuerdo que mi primer trabajo como ayudante de albañil fue en Potrero de los Funes, donde tuvimos que rellenar un terreno, dejarlo a nivel, echar las bases, armar los estribos y el encofrado para una losa de una casa de verano. Hoy estamos acá en ruta 3, haciendo veredas, veredín, retirando escombros y colocando rejas y portones”, precisó.

 

El trabajo de albañila es sacrificado y no conoce las inclemencias del tiempo. Hay que trabajar y terminar las obras en los plazos establecidos. A Soledad Rodríguez eso poco le importa, para ella lo importante es cumplir y llevar el pan a sus hijos. Por eso no escatima esfuerzos a la hora de encofrar, armar estribos, acarrear arena, ripio, ladrillos o trabajar con el martillo neumático.

 

“Para mí, lo más duro es llevar escombros, ripio o arena en la carretilla. No me gusta porque hace doler la espalda y los brazos, es cansador. También tuve problemas con ‘el pata-pata’, una máquina para apisonar tierra: es muy pesada y va saltando, varias veces tuve que pedir ayuda, ahora no tanto”, añade risueñamente.

 

Quiero vivir feliz y ser respetada como mujer. Odio la violencia y el maltrato para con nosotras( Soledad Rodríguez- tiene 28 años y huyó con sus cuatro hijos de Buenos Aires en busca de un mejor futuro).

Ante la pregunta de cómo es un día cualquiera de mamá albañila, la joven dice: “Trabajamos en horario corrido, hasta las 16, y en mi casa me esperan mis hijos. Tengo que limpiar, ordenar, lavar, planchar, hacer la comida para la cena y dejar algo preparado para que mis chicos desayunen y almuercen al día siguiente. De eso se encarga Maia, quien es la mayor. Lo mismo cuando es temporada de escuela, tengo que dejar todo ordenado. No es lo que quiero para ellos, pero sé que vamos a salir adelante”.

 

Sus hijos son alumnos de la Escuela N° 51 "Faustino Segundo Mendoza", ubicada en la avenida Zoilo Concha del barrio Eva Perón. "Acá hemos logrado la paz que no teníamos. Al principio costó, porque mis chicos no querían saber nada con San Luis, pero lentamente se fueron haciendo de amiguitas y hoy es al revés, no quieren saber nada con dejar esta provincia", dice sobre el giro de 180 grados.

 

Foto: Martín Gómez.

 

"En mi vida —aclara— todo fue difícil, cuesta arriba. Mi madre murió a los 16 años y no pude ir a la secundaria, tenía que cuidar a mi familia. No podía hacer las dos cosas, estudiaba o trabajaba y en mi casa nunca sobró nada, no había opción".

 

Con relación a su condición de mujer en un trabajo históricamente exclusivo para hombres, señala: "El trabajo de albañila es duro, pesado, hay que aprender mucho de medidas, mezclas, hacer estribos o armar columnas o plataformas, pero les digo que se animen, porque es lo mismo que cualquier otro trabajo".

 

Foto: Gentileza.

 

Para el final, dice: “Espero que en San Luis tenga tranquilidad, paz y la seguridad que necesitamos mis hijos y yo; es todo lo que pido. Quiero vivir feliz y ser respetada como mujer. Odio la violencia y el maltrato para con nosotras. Por eso dejé Buenos Aires y estamos acá, edificando nuestro futuro".

 

 

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