SAN LUIS - Miércoles 08 de Mayo de 2024

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El agropiro como base para completar la cadena forrajera

Busca tener a mano comida para el otoño y la primavera, que es cuando mejor se expresa esta pastura. La tiene en un bajo salino desde hace años, donde no crecería otra variedad.

Por Marcelo Dettoni
| 01 de mayo de 2022
Forraje. Fontana muestra cómo crece el agropiro en los bajos salinos de su campo.

El campo de Hernán Fontana, 400 hectáreas agrícolas y ganaderas entre Naschel y Tilisarao, unos 500 metros antes del nacimiento de la ruta que lleva a Villa del Carmen y sobre la autopista 55, está bien definido por su dueño: “Es como una montaña rusa”, dice este productor que supera cómodamente el metro noventa y se las arregla solo para sacarle jugo a ese pedazo de tierra. Y tiene razón, porque desde la ruta se divisan perfectamente las lomadas y los bajos en una sucesión que llega casi hasta las barrancas del río Conlara, que más allá desagua en el dique San Felipe.

 

Para los que peinan canas, esa conjunción de lotes bien podría parecerles esas viejas alfombras mágicas por las que uno se podía deslizar en un pedazo de arpillera en los veranos cordobeses allá por los 70 y los 80, un sube y baja constante con distintas tonalidades que van del verde oscuro al marrón. Un campo típico del semiárido puntano en el que no hay que errarle a la siembra o la fertilización, y si es posible usar agricultura de precisión, porque después influye mucho en los rindes, que siempre están ajustados y muy dependientes del clima.

 

Tiene 50 hectáreas de alfalfa y como el negocio le viene cerrando bien, espera poder extenderse hasta las 120 de acá a un año y medio.

Para llegar a la casa, que se divisa claramente porque a su alrededor hay una frondosa arboleda, hay que dejar la autopista a la altura de ermita y recorrer un camino de tierra que al costado derecho este año tiene girasoles, un cultivo que no se veía hacía muchas campañas en el Valle del Conlara y en San Luis en general. No son de Hernán, sino de su vecino, él está más dedicado a armar una cadena forrajera que le dé sustento a su trabajo ganadero, algo que todavía está en pleno desarrollo.

 

Pero como trabaja solo, asesorado por supuesto por un ingeniero agrónomo y un veterinario que pasan de tanto en tanto, los tiempos no son los mismos que en los establecimientos de mayor volumen. Acá es todo esfuerzo personal del protagonista, a quien, a pesar del castigo climático se lo nota muy entusiasmado con la gigantesca tarea que acometió cuando decidió seguir lo que había iniciado su papá muchos años atrás.

 

“Mi viejo compró este campo en 1986. Él es veterinario, por lo que siempre su pasión fue la producción de carne. Yo no llegué a un título universitario, pero estudié el secundario en una agrotécnica y siempre estuve metido en las tareas rurales”, cuenta Fontana, quien nació hace 42 años en General Cabrera, la ciudad cordobesa que es la capital nacional de la producción de maní. Fue el único que siguió los pasos de su papá Jorge, porque sus otros tres hermanos no quisieron saber nada con el campo.

 

“Él se dedicó a los cerdos, después estas tierras estuvieron alquiladas durante algunos años, hasta que yo decidí arrancar a full con la producción y entonces me vine para San Luis, donde de entrada no me fue nada bien”, reconoce Hernán, recordando que arrancó con la agricultura y los números no le cerraron por ningún lado. “No tenía experiencia, el clima vino mal y fui a pérdida. Por eso arranqué con las vacas, que siempre es un negocio más estable”, asegura.

 

Antes de la agricultura y la cría bovina, fue jugador de básquetbol hasta que el cuerpo le dijo basta. “En la Liga Nacional jugué en Quilmes de Mar del Plata y en el Torneo Nacional de Ascenso en un equipo de Santa Rosa, en La Pampa. Pero buena parte de mi carrera la hice en Italia, en Calabria, Sicilia y Roma”, repasa su relación con la pelota anaranjada.

 

Ya instalado en Naschel y superados los primeros tropiezos, arrancó con la ganadería, con bovinos y algunas ovejas y cabras. “Al final me quedé con las vacas y dejé el ganado menor porque no podía con todo, me quedé solo en la pandemia, los pocos empleados que tenía no volvieron y era inabarcable el trabajo”, lamenta Fontana, quien de todas maneras le tomó el gustito a esta vida un poco ermitaña, en la que ve a sus hijos de vez en cuando ya que Emma (12 años) y Pedro (8) viven con su mamá en Río Cuarto.

 

Un choco que muerde los cordones con ahínco es su compañía de todos los días, aunque él es muy sociable, tanto que no se pierde una capacitación sobre pasturas o cría animal y tiene muy buena relación con otros productores, sobre todo desde que el Gobierno de San Luis impulsó el Plan Alfalfa, algo que lo tiene muy entusiasmado.

 

Además, está en un grupo de Cambio Rural, en el que particularmente está estudiando algunos secretos de cómo obtener más materia seca y llegar a las 70 raciones por hectárea con agropiro, el cultivo de servicio que es la base de su producción de forraje.

 

 

 

 

La estabilidad de la alfalfa

 

“Es un servicio muy útil el que brinda Alfazal a los pequeños productores. Yo tengo rastrillo y segadora, me falta una enfardadora, pero sus técnicos vienen al campo a hacer los cortes y armar los fardos, por lo que puedo comercializar mi producción sin problemas. Ellos me cobran con alfalfa, el 50% de lo que cortan. Y otra parte la vendo de manera particular para hacer pellet y dejo algo de rastrojo porque son lotes nuevos. Por ahora la calidad me da solo para el mercado interno, pero con más experiencia vamos a ver si llegó al porcentaje de proteína que se necesita para exportar”, se propone.

 

Tiene 50 hectáreas de alfalfa y como el negocio le viene cerrando bien, espera extenderse hasta las 120 de acá a un año y medio. Las sacará de una porción del campo que tiene alquilada y sembrada con maíz: “Voy a recuperar 100 hectáreas para alfalfa, porque tiene buena napa”, dice. Está probando con una variedad del Grupo 6 y dice que le da buena flexibilidad, “porque aguanta si la máquina se demora en llegar. Probé con una de Grupo 8 y no resultó”.

 

La particularidad de Fontana es su apuesta al agropiro para conformar una parte de la cadena forrajera y tener al alcance comida en otoño y primavera, que es cuando mejor se expresa esta pastura. “El agropiro está hace años en un bajo salino en el que costaría que creciera otra cosa”, cuenta. Le da la mitad de lo que necesita su cadena forrajera, para la otra parte apuesta por el pasto llorón que acaba de sembrar al voleo sobre unos rastrojos de maíz, cuando el agua de lluvia haga una aparición contundente. “Se complementa perfectamente con el agropiro, estaría listo para el verano que viene si todo va bien”, pronostica con confianza.

 

El otro pilar de su producción es el sistema Voising, o sea la rotación que hace para que la hacienda vaya comiendo parejo y las pasturas se puedan ir recuperando. “Armé parcelas chicas, de 0,5 y 1,5 hectáreas, donde están un máximo de tres días en las más grandes y no vuelven por un período mínimo de tres meses a ese lote. Allí tengo 60 madres y hago cría y recría con buenos números, te diría que sorprendentes”, asegura con orgullo, mientras de fondo se escucha un coro de mugidos en estéreo. Por un lado, de los terneros recién destetados, que piden por sus madres. Y unos 200 metros más allá de esas madres, que llevan recién 24 horas sin las crías al pie y todavía las extrañan. “Uno o dos días más y se olvidan”, tranquiliza Hernán, que ya conoce el proceso de memoria.

 

Esos terneros recién destetados también aprenden rápido a comer. Primero una alfalfa con maíz y luego un suplemento especial. “Ahora se oyen mugir y está bien que eso pase, se busca esta reacción al estrés para que reaccionen y empiecen a comer por sí mismos”, explica el productor cordobés.

 

Algunos años hizo también engorde a corral, pero lo dejó porque no daban los números, algo que es muy común escuchar hoy en el campo argentino debido a que la invernada está muy cara, el maíz también; y la venta del gordo para faena no compensa esos costos. “Es un riesgo enorme, se necesita gente, armar una infraestructura con boyeros y, en mi caso, comprar el maíz, porque no estoy produciendo. No es negocio”, certifica el productor de Naschel.

 

Después del proceso de recría vende los animales en la feria que organiza Travaglia en La Toma o de manera particular en el campo, algo que le permite bajar costos. Si el año viene malo por la sequía y faltan pasturas, saldrán los terneros más temprano, pero la apuesta por el agropiro le da cierta tranquilidad de poder aguantar las embestidas del clima y cerrar el negocio cuando él considera que es el mejor momento.

 

El agua es todo un problema en la zona. “Tengo una perforación, un pozo y una bomba con molino, pero es muy salada, imposible de tomar para el ser humano. Los animales la beben sin problemas, pero yo la tengo que potabilizar”, cuenta.

 

 

Buenos índices productivos

 

Los números positivos a los que se refería Fontana tienen que ver con los índices de preñez y destete, que son muy altos por tratarse de un productor chico y con poca espalda financiera. “Hago inseminación artificial a tiempo fijo desde hace dos años, con lo que logré un 50% de preñez, después el repaso con toros, en un servicio estacionado de tres meses, me permitió llegar al 85%”, enumera, y se le nota que está satisfecho. El semen es de Angus puros de Ciale, específicamente del toro Caticho, aunque a veces recurre también a cabañas más chicas.

 

“Me gusta simplificar los trabajos, establecer rutinas que rinden bien. Por eso trato de tener una estacionalidad en todo, tanto en la cadena forrajera como al fijar las ventas”, asegura. El destete es bastante precoz, a los tres meses, en parte porque las lluvias están remisas en esta zona del Valle del Conlara, mucho más seca que de Tilisarao al norte. Los terneros salen con 110 o 120 kilos, y la vaca queda en buen estado para buscar otra preñez. Vas a ver algunos terneros todavía al pie de las madres en el otro lote, pero son la cola de parición y necesitan un tiempo más”, completa.

 

Las 60 vacas fueron inseminadas el 15 de noviembre y los toros, un Angus colorado y otro negro, entraron 15 días después y todavía estarán en la época de repaso hasta febrero. “Me gusta más el colorado, pero más me gusta que la vaca me dé un ternero por año, así que lo de los colores pasa a ser relativo”, bromea con un guiño, mientras a lo lejos un toro husmea a ver si puede subirse o no a una vaca que pasta tranquila el agropiro.

 

En un lote separado están las vaquillonas de reposición, que van a entrar en servicio a los 24 meses, allá por noviembre de este año. Llama la atención que tienen sus propias aguadas. “Está pensado a propósito para que la bosta y la orina queden en la parcela, a modo de reposición de nutrientes”, cuenta Fontana, quien tiene en un lote aparte a las madres y a los terneros que fueron cola de parición.

 

“Sin una cadena forrajera completa, que abarque también el invierno, cuesta mantener a la vaca, que debe comer, alimentar al ternero y entrar de nuevo en celo, requiere de mucha energía”, reconoce, para agregar que el secreto está “en un buen manejo”.

 

El campo tiene tareas pendientes y Fontana las conoce: “Falta una cortina para el viento, tengo que forestar con algunos álamos. Y también más sombra si vuelve ese calor infernal de principios de enero, que me obligó a suplementar con rollos”.

 

Y allá va con sus obligaciones a cuestas y su sonrisa permanente, feliz con la decisión tomada de hacerse cargo de ese campo que significó mucho en su adolescencia y al que ahora le pone todo el esfuerzo para salir adelante sin más ayuda que la de su entusiasmo sin límites.

 

 

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