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Anita Weinstein: relato de una superviviente

Una de las sobrevivientes del atentado al edificio de la mutual judía recuerda aquella mañana nefasta para el país. Pide por justicia y clama por mantener encendida la memoria. 

Por Astrid Moreno
| 18 de julio de 2022

Luego de la explosión, y consiguiente derrumbe, pero aún dentro de lo que quedaba del edificio, Anita Weinstein le pidió el teléfono a un matrimonio que trabajaba con ella. Marcó el número de su marido y esperó. “¿Te paso a buscar por la puerta?”, respondió el hombre que ya se había enterado de lo sucedido. “Ya no hay puerta, ya no hay AMIA, ya no hay nada”, respondió la mujer que estaba en una terraza mientras miraba lo que antes había sido la Asociación de Mutuales Israelitas Argentinas. A su lado, una mujer amamantando; abajo, 85 cadáveres. Era el 18 de julio de 1994 y el atentado terrorista más grande de la historia argentina acababa de suceder. Una consulta informática le salvó la vida.

 

El atentado a la AMIA no fue la primera vez en la que el apellido Weinstein resultó víctima de un crimen de odio. Los padres de Anita fueron sobrevivientes del Holocausto. Pola y Salo, su madre y su tío, estuvieron escondidos durante dos años y medio en un granero de un hombre polaco. Su padre, Hersz Epelbaum, debió recluirse en los bosques de Polonia.

 

Cuando terminó la guerra, Pola y Hersz se reencontraron en el pueblo natal de ambos, Wlodawa. Junto con Salo emigraron a Bolivia, donde concibieron a Anita. Años después llegaron a la Argentina y su hija comenzó a trabajar en la AMIA.

 

“El vínculo entre ambas situaciones es cómo el odio hacia el otro es capaz de crecer tanto como para arriesgar sus vidas y matar a quienes creen que son sus enemigos. Esta situación me da vueltas en la cabeza desde que sucedió: cómo esa persona fue a buscar la Van, sabiendo que estaba cargada con explosivos y que no iba a sobrevivir, pudo manejar, cruzar cuatro cuadras y suicidarse de esa manera. Consciente del mal que hacía. Ese odio se inhala”, reflexionó Anita en una charla con Cooltura.

 

En 1994 Anita era directora del Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino. Trabajaba en dos oficinas, una ubicada en la calle Ayacucho 632  y otra más nueva en el segundo piso del edificio en Pasteur 633; el 18 de julio por la mañana se trasladó allí junto a su asistente, Mirta Strier.

 

“Ya no tengo esperanza de que se conozca la verdad, desearía tenerla. Pero una justicia tardía tampoco es justa. Solo tengo desilusión", Anita Weinstein.

Preparaban el festejo por los 100 años de la AMIA y como necesitaban hacer varias copias de la carta de invitación, Anita decidió ir hasta el fondo del edificio a pedir ayuda a la oficina informática, en ese entonces a cargo de Miguel Salem. Saludó a unos cuantos compañeros en el camino y llegó al despacho de Miguel a las 9:53. En ese horario exacto una camioneta blanca colisionaba en la puerta de entrada al edificio.

 

“De repente se oscureció todo, se había cortado la luz y se escuchaban ruidos terribles. Empezamos a gritar. Primero pensamos que se había caído el andamio, porque en una parte del edificio estaban pintando”, relató Anita.

 

Su primer pensamiento fue Mirta, una mujer divorciada de 42 años con dos hijos pequeños a cargo, que había quedado en la parte de adelante del edificio a escasa distancia de donde impactó la Trafic. Su cuerpo fue hallado tiempo después entre los escombros.

 

A lo largo de la historia judicial de la AMIA se sucedieron tres juicios, ninguno con sentencia firme.

Anita y algunos compañeros que se encontró en el camino escaparon por una puerta de emergencia que conectaba a un puente metálico. Caminaron por él hasta quedar a salvo en la terraza de un edificio vecino recientemente adquirido por la AMIA.

 

“A los vecinos de los edificios de la parte trasera les pedíamos que llamen a los bomberos. Tal era nuestra ignorancia que solo cuando nos dimos vuelta pudimos ver lo terrible abajo nuestro. Empezamos a gritar otra vez, pero en esta oportunidad pensábamos que era una bomba”, contó.

 

Inmediatamente recordaron el atentado, dos años atrás, en la embajada de Israel. En ese momento Anita llamó a su marido, a quien ya le habían avisado del ataque. “En ese techo había una jovencita amamantando a su hijo. Era una imagen que fue instalándose en mi cabeza como contraparte de eso que se vivía. No la muerte, sino la vida”, describió.

 

Lo que siguió, según contó Anita, fueron terribles horas de espera y sufrimiento hasta que pudieron bajarlos de la terraza. Una vez en tierra firme, se encontró con su marido y su hija. Sin embargo, no se fue de la calle Pasteur, se quedó hasta las 22 anotando nombres de compañeros desaparecidos, asistiendo a las familias y comunicando la noticia más terrible: los fallecimientos.

 

“Recién ahí me di cuenta de lo terrible que había sucedido y de dónde yo había salido. Eso no impidió que al día siguiente volviera. Empezaron a llegar cientos de personas que tenían miedo de que alguno de sus familiares hubiese estado cerca de la AMIA. Fueron nueve días de búsqueda y shock, pero estaba convencida de que tenía que seguir trabajando”, relató Anita, quien en uno de esos días se encontró con el padre y la hermana de Mirta.

 

Cinco años tomó la reconstrucción del edificio de la AMIA, se hizo en el mismo lugar, Pasteur 633. El edificio reabrió sus puertas el 26 de mayo de 1999 exactamente a las 9:53.

 

La organización islamista Hezbolá, con apoyo del gobierno de Irán, fue la única sospechosa de haber ejecutado el atentado. En 2005 los fiscales Alberto Nisman y Marcelo Martínez Burgos informaron que el conductor suicida podría haber sido identificado como Ibrahim Hussein Berro; teoría que fue descartada por el FBI.

 

Recién en octubre de 2006, 12 años después del ataque, la Justicia argentina logró reunir las pruebas necesarias para formular oficialmente una acusación. Sin embargo, se sucedieron tres juicios, ninguno con condena firme. A 28 años del atentado, el responsable sigue impune.

 

“Hay una gran tristeza con la Justicia. Hay desconfianza, bronca, desilusión y miedo. Una sociedad sin justicia no está completa. Hace años que sabe cómo se planificó, quiénes fueron y los nombres”, lamentó la mujer que desde que sus nietos tienen uso de razón intenta darle un cierre para explicarles por qué los responsables aún no están presos.

 

Con respecto al fiscal Nisman, quien estuvo en la causa durante 25 años y apareció muerto en su casa el 18 de enero de 2015, un día antes de que expusiera sobre su denuncia ante la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados de la Nación Argentina, Anita no pudo precisar si hizo un buen o mal trabajo, pero aseguró que dedicó mucho esfuerzo en encontrar los elementos probatorios para llevar a prisión a los perpetradores. Y sentenció: “Su muerte estuvo relacionada con eso”.

 

Sobre una hipotética condena, finalizó: “Ya no tengo esperanza, desearía tenerla. Pero una justicia tardía tampoco es justa”.

 

La esperanza se transformó en desilusión y esta última en acciones. Anita ya está jubilada, pero continúa trabajando en la AMIA como voluntaria en el Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino que se encarga de preservar los registros, documentos e historia del pueblo judío en el país.

 

“Siempre vuelve a haber consultas sobre el atentado, desde periodistas hasta niños que vienen por una tarea para el colegio. Es una forma de mantener lo sucedido en la memoria colectiva”, reflexionó la mujer que con frecuencia, cuando no atiende consultas por Zoom desde su casa, ingresa varias mañanas de la semana al 4º piso del edificio ubicado en Pasteur 633. El nombre de Mirta está grabado en una placa, junto al de las otras 84 víctimas; también lo está en la memoria de Anita.

 

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