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Roberto Castro, un canillita ilustre

Fue un destacado personaje de la vida sanluiseña. Canillita y DT de fútbol. Hincha de San Lorenzo de Almagro y amante del boxeo. No sabía leer ni escribir, pero se las ingeniaba para aprender.

Por Johnny Díaz
| 18 de septiembre de 2022
Estampa. Roberto Castro fue un personaje de la vida ciudadana de San Luis. Lo recuerdan como un caballero. Foto: Héctor Portela/Archivo El Diario/Gentileza.

En 1981, la Asociación Sanmartiniana de San Luis le otorgó el Escudo de Chancay. El Concejo Deliberante de la ciudad capital lo declaró “Ciudadano ilustre” y al poco tiempo, los árbitros del fútbol puntano le entregaron una merecida plaqueta: lo nombraron “Caballero del deporte”. Todo eso y mucho más es Roberto Castro, el canillita que también era director técnico de fútbol.

 

Don Castro, canillita de profesión, siempre vivo en el recuerdo del deporte, fue un destacado hombre de la sociedad puntana. No sabía leer ni escribir, pero San Luis no olvida lo mucho que aportó al crecimiento del fútbol, donde fue un destacado delantero o centroforward (como se decía años atrás) del Sporting Club Victoria. En Sportivo Estudiantes fue director técnico y logró un récord difícil de igualar, fue campeón invicto en 1966, 1967 y 1968, sin descuidar sus funciones en el Sindicato de Canillita, donde integraba la comisión directiva. Además, era un fanático del buen boxeo y asiduo concurrente al Luna Park, siempre acompañado de amigos o de su hijo Oscar.

 

A Roberto Castro le decían “El Ganso” o “Maestro”, motes que se ganó hidalgamente en su puesto de diarios en la tradicional esquina de San Martín y Pringles. Tenía su escaparate en la vereda de la confitería Ocean, después Hawai y últimamente Bahía. Hoy es una zapatería, Mafalda.

 

 

Al frente. Estuvo 56 años trabajando en la venta de diarios y revistas. 

 

 

Castro, nacido en Bella Estancia, un paraje del Departamento Belgrano, el 22 de mayo de 1915, estaba casado con Ana María Sosa, con quien tuvo dos hijos: Oscar y Aldo Américo. Y tuvo siete nietos: Matías, Esteban, Marina, Estefanía, Aldo, Roberto y Antonella.

 

Comenzó a vender periódicos a los 10 años, voceaba cuanto diario pasaba por sus manos, La Reforma, La Opinión, el boletín de la iglesia que le proveía el padre Saldaña Retamar para que lo ofreciera a las familias católicas de San Luis y posteriormente El Diario de San Luis, hoy El Diario de la República. Estuvo 56 años al frente del puesto.

 

“Siempre fue un lugar de mucha venta, los domingos se vendían más de 250 ejemplares de El Diario de San Luis y algo similar ocurría con Clarín. No faltaba la venta de La Nación, en menor medida La Prensa, La Razón y los diarios de Mendoza. Ni hablar de las revistas El Tony, D’Artagnan, Nippur de Lagash, El Errante, Intervalo, Rayo Rojo, Poncho Negro, Mandrake, Flash Gordon, Superman, Rico Tipo, las mexicanas de la editorial SEA; El Llanero Solitario Roy Rogers, Gene Austry, Patoruzú, Isidorito Cañones, Patoruzito y Lupin. "Era impresionante cómo se vendían los libros de Corín Tellado, además de las revistas del corazón, Idilio y Nocturno. Humor Sexhumor, Hortensia, Radiolandia, Play Boy, TV Guía, las de actualidad como La Semana, Gente. 7 Días, Pronto. Las de deportes, Goles y El Gráfico, Billiken, Anteojitos, Artesana, Labores o revistas relacionadas con la educación, la psicología, la jardinería o de usos múltiples. Algunas de ellas ya desaparecieron y otras se mantienen vigentes. En ese kiosco nunca faltaba nada y lo atendíamos todo el día y todos los días. Papá no sabía leer ni escribir, pero conocía los billetes por el color, incluso se preocupaba por aprender y pagaba a un señor para que lo instruyera. El puesto era muy concurrido, hoy pareciera que se ha perdido la cultura de la lectura, debe ser por los avances de la tecnología”, dice su hijo Oscar, quien tiene cuatro nietos: Zaira, Nayelin, Samuel y Lúa.

 

“El kiosco o puesto de diarios y revistas lo inició mi padre en esta tradicional esquina. Estuvo 56 años, estaba a la intemperie, soportando vientos, lluvias, nevadas y todas las inclemencias del tiempo. Él siempre estaba, nunca dejó su puesto de trabajo. Él de mañana y yo, con solo once años, a la tarde. Iba a la escuela Lafinur, pasaba por mi casa, almorzaba y lo venía a reemplazar hasta que él volvía al anochecer, después de entrenar a algún equipo. Papá se manejaba con una motocarga Siambretta con la que hacía los repartos y sacaba los diarios y revistas de la distribuidora”, agrega.

 

 

Amigos. Castro y "El Potro" Jofré, ídolo del boxeo local.

 

 

“La situación laboral de todos los canillitas ha cambiado sustancialmente. En nuestro caso, teníamos muchos clientes y algunas cuentas corrientes, pero las revistas fueron desapareciendo y las editoriales se fundieron o cerraron sus puertas para dedicarse a otra cosa. Así nos fuimos quedando sin clientes y sin lectores. Ya hay pocas paradas de diarios y revistas. La televisión, las computadoras y los celulares cambiaron la vida de todos”, dice Castro con nostalgia.

 

Y agrega: “Mi padre era amigo de todos y todos se conocían, no faltaban las reuniones con Roberto Fernández, ‘El Gordo’ Tobares, ‘El Tronco’ Vescia, la familia Ochoa, ‘El Violín’ Puertas, don Coria, los hermanos Mario y Rodolfo Blanco, ‘El Yoyo’ y tantos otros que pasaron por la casa de calle Falucho donde mi padre se reunía, haciendo grandes comidas y mejores guitarreadas. Un lugar reservado para los amigos, canillitas, deportistas y dirigentes”.

 

 

Charlas. Con Rubén Ambrogui pasaba horas hablando.

 

 

“Hace 48 años que estoy parado en esta esquina. Me dedico solo a los diarios y revistas educativas para niños, revistas de crucigramas o sopas de letras. Quiero agregarle un anexo, pero por ahora no me lo permiten; veremos qué pasa en el futuro”, dijo el heredero.

 

“Uno de los grandes clientes fue don Salvador Chada: a él le llevábamos los diarios del día, An-teojito, Billiken, Labores y Tejidos; eran seis o siete revistas por semana. Teníamos buenos clientes, pero lamentablemente todo se fue perdiendo”.

 

 

Castro. "Se ha perdido la cultura de la lectura. Son pocos los puestos de diarios y revistas que quedan en pie".

 

 

Roberto Castro fue un eximio director técnico de fútbol, un hombre que se las ingeniaba para armar estrategias para vulnerar defensas impasables. Fue dueño del buzo de técnico del Sporting Club Victoria, de la Selección puntana de fútbol y se consagró en el banco de Sportivo Estudiantes, con el que ganó varios títulos oficiales. Es dueño absoluto de un récord que, hoy por hoy, es imposible de vulnerar. "Fue tres años consecutivos campeón invicto. En 1966, jugó 14 partidos, de los cuales ganó 11 y empató 3. En 1967 jugó 21, ganó 14 y empató 7. Y en 1968 jugó 17 encuentros, ganó 13 e igualó 4, manteniendo un invicto de más de 50 partidos. Hoy por el sistema de juego que tienen los campeonatos es muy difícil de igualar o superar en el fútbol local o nacional.

 

“Mi padre, sin saber leer ni escribir, armaba unos equipos muy buenos y era un excelente estratega, por eso era muy querido y respetado en el ambiente deportivo y futbolístico de San Luis y de provincias vecinas. Recuerdo que en esos años se jugaba el campeonato de verano Amistad y participaban equipos de Córdoba, Rosario, Santa Fe, Mendoza y algunos de otras provincias y de Brasil. Donde Sportivo Estudiantes se presentaba era candidato, nunca volvía con las manos vacías”, se ufana Castro.

 

 

Trabajando. Roberto y su hijo Oscar, en la esquina de San Martín y Pringles, armando diarios para hacer el reparto.

 


“Casi siempre los equipos de Roberto Castro eran integrados por Antonio Camargo, Américo Pinto, “El Flaco” Pereyra, José Fernández, Manuel Suárez, Vicente Cavallera, Roberto “Tito” Jardel, Apolinario Quevedo, “Cacho” Sosa, Rubén Lucero, “Patoruzú” Vega y “Moncho” Serra. Y los más jóvenes: “Coco” Baudry, Farías y Víctor Hugo Quiroga. Carlos Wanzo era el preparador físico, en la utilería estaba Roberto Quevedo y el masajista Carlos Decena. Se podían cambiar algunos nombres, pero estos eran la base y el sustento de Estudiantes", dice Raúl Manavella, artillero del club y referente de la institución.

 

Oscar dice que además su padre jugaba al tenis con amigos y era un fanático del boxeo local y mundial. Muchas veces se fue a Buenos Aires en avión para asistir a una velada en el Luna Park. Siempre acompañado de alguno de sus amigos. También era hincha de San Lorenzo de Almagro y asiduo concurrente a las plateas del viejo Gasómetro de avenida La Plata.

 


DT. Castro y su cuerpo técnico; Sanfilipo y Quevedo, y uno de los grandes equipos del club Sportivo Estudiantes.

 


Oscar cuenta que un día su padre lo llevó en avión a ver a San Lorenzo, que jugaba con Boca Junior: "Nos alojamos en el hotel Roma, frente al Luna Park. Al otro día, domingo, después de desayunar, fuimos a la cancha y a la noche, sin pensarlo, conocí a Tito Lectoure, el mandamás del Luna Park; fue pura casualidad, pero yo, como todo niño, estaba feliz”.

 

Roberto Castro comenzó a sufrir de diabetes después de los 60 años y fue en 1986 cuando la enfermedad doblegó al viejo diariero. Su ausencia en el puesto de diarios y revistas fue notoria y no fue lo mismo, su enfermedad no se lo permitía y murió en 1992, a los 77 años.

 

“La enfermedad lo tenía mal y se le complicó en los últimos tiempos. Una noche se acostó normalmente y al otro día, cuando lo fuimos a despertar, había fallecido”, dice hoy su hijo Oscar, quien sigue la profesión, pero ahora en la vereda del Banco Nación, frente de donde se inició hace más de 65 años.

 

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