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Una mujer todo terreno que se vinculó con el agro desde la cuna

Es técnica agropecuaria. Sus primeros pasos estuvieron relacionados a la reproducción y enfermedades venéreas en bovinos. Tuvo dos hijos. Se dedica a la venta de híbridos y al arrendamiento de campos para agricultura. 

Por María José Rodríguez
| 24 de diciembre de 2023
En la planificación. El mate, durante las tareas más tranquilas dentro de la casa, es un compañero inseparable de Valeria Pernas.

Valeria Pernas es una productora todo terreno. Es inquieta, amable e inteligente. Ama a los animales y le gusta mucho la vida en el campo. “Mi mamá cuenta que nací y a los cuatro días, después de que nos bautizaba, nos traía al campo. Somos cuatro hermanas, entonces a papá, no le quedó más que hacerse feminista. Nunca nos sentimos discriminadas, al contrario, todo el tiempo lo acompañábamos en todas las tareas, desde abrir tranqueras, trabajar en la manga y en los corrales, entre innumerables actividades más”, cuenta la empresaria mientras ceba mate y las luces navideñas brillan detrás.

 

Recuerda, como si hubiese pasado ayer, que iba en sulqui a la escuela de General Paunero, un pequeño paraje ubicado en el límite de San Luis con Córdoba, a la altura de Justo Daract. “Hicimos los dos primeros años acá y después nos mandaron pupilas al colegio Sagrado Corazón de Villa Mercedes, somos la cuarta generación mis hijos fueron al mismo colegio, mis abuelos, mis padres y nosotras. Después estudié para ser técnica universitaria en Producción Agropecuaria que es una carrera muy práctica que solamente la tenía la Universidad Católica Argentina (UCA) en ese momento. Me recibí rápido y me vine al campo. Mis primeros pasos fueron en inseminación artificial y reproducción, y diagnóstico y tratamiento de enfermedades venéreas, en bovinos”, explica entusiasmada, y agrega que su padre fue un criador de caballos de polo durante toda su vida.

 

 

 

En Buena Esperanza, la familia tenía otro campo en el que Valeria trabajaba para especializarse,  “recuerdo que los productores llevaban, por ejemplo, 50 vaquillonas, las inseminaba con buenos toros y se las llevaban, yo les cobraba el pastoreo y el trabajo que me llevaba cuidarlas. Hacíamos los tactos. En ese momento no se sincronizaban los celos, sino que todas las mañanas y las tardes durante 45 minutos como mínimo, se detectaba la vaca en celo y a la mañana siguiente se inseminaba. Era un trabajo bien artesanal, lo hacía acá en La Nena, en Paunero y en Buena Esperanza en el campo El Ciervo, que lo vendimos en el 2010”.

 

Junto a su hermana Verónica también se dedicaban a diagnóstico y análisis de enfermedades venéreas, como la tricomoniasis y la campylobacteriosis. Después de recibirse de técnica agropecuaria  Valeria se casó con Gonzalo Varela, y se fue a vivir a El Morro. Los días transcurrían entre las tres localidades, Paunero, Washington y El Morro. “Fue toda una aventura porque ahí vivimos en una casa durante dos años, en la que había cocina a leña, nos calentábamos con estufa a leña, el calefón era a leña, todo a leña y sin luz. Tampoco había teléfono y hablo de treinta años atrás”, aclara de buen humor.

 

 

Valeria Pernas tiene un perfil de Instagram que se llama @goldipernas en el que cuenta anécdotas e historias de campo. Sube historias e información sobre su trabajo.

 

Después quedó embarazada de su primer hijo Lorenzo que actualmente tiene 28 años. Como ya no podía dedicarse a trabajar en sanidad animal decidió dedicarse al sector inmobiliario rural,  “alquilaba campos para hacer agricultura, hacía soja, maíz y girasol. Era una época en la que surgió el boom del maní en esta zona, empieza a venir Walter Cavigliazo. Esto fue hace veinte años atrás”.

 

“Un amigo de la familia, cae un día y me pregunta ¿por qué no vendés semillas? Y me hizo nexo con un semillero sudafricano, actualmente trabajamos con Pannar, Naturalseeds y Bayá Casal, una empresa de insumos. Arrancamos con la venta, aproveché que tenía contactos, gente conocida, los vecinos, amigos y familiares, más la gente del pueblo. Mi papá hizo muchos amigos con el polo y casi todos tienen campo. Sé por todos ellos que los materiales andan muy bien, sobre todo  los sorgos, los maíces y los girasoles, que se caracterizan por un color negro con alto contenido de aceite”, afirma la productora.

 

Pero el legado de esta familia tan dedicada a la actividad rural no terminará con Valeria. Además de Lorenzo que es ingeniero agrónomo y “actualmente está trabajando en la consignataria Mondino. Está Jesús, que tiene 25 años, está en Buenos Aires y trabaja en una corredora de granos. Además, está terminando la Licenciatura en Administración Agraria, mientras tanto se está por recibir de martillero público”, cuenta orgullosa y agrega que ambos tienen doble apellido, Varela Pernas, “como todo hijo de buena madre los tengo anotados con los dos apellidos. Así decía mi abuela”.

 

“En un futuro lo que pretendo es ponerle a mi empresa Varela Pernas, para que mis hijos estén involucrados con todo lo que trabajamos. De hecho, en cuanto a la venta de hacienda está manejándola Lorenzo, junto a mi marido. Como está todo tan globalizado cada uno se ocupa de atender diferentes aspectos. Jesús, por ejemplo, me pasa los últimos precios, las tendencias, los movimientos de los mercados. Entonces todos participamos y estamos atendiendo diferentes áreas que tienen que ver también con la producción, la venta de semillas y el tema arrendamiento de campos para la agricultura y la ganadería”, explica Valeria mientras continúa con la ronda de mates amargos.

 

La técnica agropecuaria es movimiento constante, crecimiento y la impulsa un sentimiento de hacer cosas en todo momento. A ella le gusta participar en charlas, contar historias y compartir información importante en sus redes sociales.

 

“Una vez escribí sobre la mujer rural y terminé llorando emocionada. Me acordaba de mi abuela, de esas mujeres, de mi madre y de Antonia, que era la mujer del encargado. Ella nos llevaba en sulqui a la escuela, el tarro de la leche atrás que ella misma ordeñaba y vendía la leche ”, recuerda y continúa: “Eran mujeres sacrificadas, actualmente me veo acá en el mismo comedor que estaba mi abuela, tengo luz, ventilador, internet, es decir tengo comodidades y puedo trabajar, pero ellas antes ¿cómo hacían?”, reflexiona admirada.

 

“Le decía a Sebastián uno de los peones del campo, que hay que darle gracias a Dios, porque antes mis abuelos iban una vez al mes al pueblo, recorrían 70 kilómetros de tierra y eran felices. Se rebuscaban de alguna forma. Tenían otra realidad. A raíz de todo este tema decidí armar la empresa, a mí me interesa hacer plata, claro, como a todos; pero lo que me gusta son los animales, el poder producir alimentos y dar un mensaje de que se puede salir adelante, ayudar a los demás”, concluye.

 

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