El más liberal de los conservadores

La verdadera riqueza del documental “Amén: Francisco responde” está en los debates que se generan entre los diez jóvenes de América, Europa y África, de entre 20 y 25 años que dialogan con el Sumo Pontífice. Algunos de ellos muy creyentes, como es el caso de la española María (su nombre de por sí la delata); Lucía, una joven peruana y lesbiana que dejó la fe luego de probarse como monja; y la santiagueña Alejandra que si bien a primera vista se mostraba como una fiel creyente (y quien representaría al catolicismo más conservador del país), rápidamente sorprendió por su militancia feminista dentro del seno, o miembro, de la iglesia.

Las diferencias religiosas, migratorias y culturales se reflejaron en este grupo desde un principio, que con temas como el bullying, la discriminación y el uso de la tecnología, uno le preguntó a Francisco si conocía Tinder, lograron ponerse de acuerdo, pero con cuestiones como el aborto, la pederastia en la Iglesia y la venta de contenido pornográfico, estaba la actriz erótica colombiana Alejandra Ramírez entre ellos, no llegaron a un puerto común.

 A pesar de los kilómetros que separan Senegal de Santiago del Estero o Boston de Ecuador, los contrapuntos fueron muy similares a los que se dieron frente al Congreso de la Nación cuando se aprobó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

El primer golpe, sorpresivamente, lo dio el mismo Papa, cuando le preguntaron si percibía una nómina por su labor. A lo que respondió que no, pero que tenía la suerte de vivir en un lugar donde podía dormir y comer gratis y que si necesitaba dinero para costear sus viajes o para ayudar a una causa había aprendido dónde enviarlos. “Yo les digo ‘vos pedí, que acá adentro roban todos, así que sé yo de dónde se puede robar y te mando el dinero’”, dijo al pasar. Más tarde agregaría que en El Vaticano es donde más mundanidad encuentra.

El siguiente tema fue el de las migraciones, habló de “colonialismo” y que es inaceptable el destrato y la labor esclavizante a las que se somete a ciertos migrantes, considerados de segunda. Rápidamente, una de las jóvenes no tardó en marcar ese concepto como una característica de la Iglesia a lo que él respondió que la coherencia es lo que más les faltaba a los cristianos. Amén.

También marcó la diferencia entre cura del pueblo y clérigo del Estado y agregó que la verdadera Iglesia se encuentra en la periferia y no en las grandes ciudades donde más se nota la perversión y la pérdida de fe.

El otro punto de mayor tensión fue cuando uno de los jóvenes, Juan Cuatrecasas (también español, nacionalidad que primó en el heterogéneo grupo), contó entre temblores que había sido abusado en una escuela del Opus Dei. Y que su padre, un católico muy creyente, le había enviado una carta al Papa, que él respondió derivándolo a otra institución que no solo no hizo nada, sino que apoyó a su agresor.

A partir de ese momento comienza el decaimiento de Francisco que, aunque no se dude de sus intenciones, venía con respuestas complacientes y hasta liberales para la envergadura que lo precede. Con preocupación en el rostro, prometió ponerse al día y regularizar la situación a lo que uno de los jóvenes cuestionó qué pasaba con los demás casos que no tenían la oportunidad como Juan de hablar con él cara a cara.

A Francisco no le quedó otra que agachar la cabeza y reconocer los errores de una institución que, con lógica, lo supera por su magnitud. ¿Se le puede reclamar por las aberraciones que perpetúa una institución miles de años antes de él y que, probablemente, seguirá cometiendo por otros tantos más después de su muerte? Probablemente, no. Pero es la cara visible.

El debate sobre el aborto lo trajo la joven argentina que, además, con mucho respeto y admiración, le obsequió al líder eclesíastico un pañuelo verde. Él lo recibió, le dio un beso a la joven en agradecimiento y procedió a, rápidamente, dejarlo apoyado en una mesita que tenía a su costado. Por tibieza o una petición poco amable del entorno del Papa, nunca se lo mostró con el pañuelo cerca, apenas si se esboza cuando lo recibe. Una desilusión por parte de los directores Jordi Évole y Marius Sánchez.

Luego de dejar que los jóvenes debatieran sobre el tema, Francisco dijo una de sus frases más polémicas “¿Es lícito contratar un sicario?” preguntó retóricamente a lo que la mayoría de los jóvenes salieron a contraatacar. Sin vistas de llegar a un acuerdo, se pasó a las temáticas finales, sobre la comunidad LGBTIQ+ y por qué las mujeres no pueden ser sacerdotes; allí respondió de una forma poco clara y que, en resumidas cuentas, dejaba en claro que era algo que nunca iba a suceder porque esa parte de la religión, les pertenece a los hombres, mientras que las mujeres están volcadas a la premisa del catolicismo que es engendrar amor, o sea, ser madres.

Con algunas caras de desilusión y reproche; María, la fiel creyente, cerró con un mensaje evangelizador el encuentro recibiendo la única bendición del Papa.

Si bien el documental de poco menos de una hora y media incluyó gran parte de las preguntas y reclamos que se le hace a la Iglesia, por supuesto que el Sumo Pontífice respondió algunas, evadió otras y fue diplomático en la mayoría de ellas. También se notó el desgaste, machismo y retroceso de una institución que no logra modernizarse, aunque no por eso deja de atraer fieles. Quizás para las mentes más jóvenes y radicales mucho de lo que sucedió fue inconcebible e injustificable; pero el hecho de que se sentara a debatir todos estos temas, bajo ciertas condiciones y comodidades, habla del Papa más liberal y abierto que tuvo El Vaticano. Y probablemente el menos querido por los fieles más conservadores y tomado como un tibio por los sectores más modernos de la institución.