SAN LUIS - Sabado 04 de Mayo de 2024

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Paula en París

La escritora presenta su nueva novela, "Las brujas del monte veritá", una obra utópica con problemas reales como la maternidad y el urbanismo.

Por Astrid Moreno
| 22 de abril de 2024

Un mundo utópico, pero no por eso lejano, es el que propone Paula Klein en "Las brujas del Monte Veritá". Mientras su hijo la reclama de fondo, la licenciada en Letras que reside en París reflexiona sobre la maternidad y la libertad, ejes que atraviesan su última novela.

 

 

―Letras es una carrera complicada para vivir de eso, al menos en Argentina.

 

―Sí, en todos lados es difícil, pero es algo que uno hace porque no puede hacer otra cosa, por vocación; somos un poco kamikazes. Terminé mi carrera de la Licenciatura en Letras en Buenos Aires y después quería tener una experiencia en el extranjero, y caí en París un poco por casualidad, porque tenía algunos amigos que me habían dicho que fuera a ver. La pasé muy bien y fui encontrando ideas para anotarme en un master. Tuve suerte y me moví mucho también.

 

 

―Escribiste novelas en castellano y ensayos en francés. ¿Hay una diferencia en la escritura entre los dos idiomas?

 

―Sí, escribir en francés para mí no es un placer, es una obligación. Escribo cosas académicas, hice una reflexión sobre los puntos de contacto entre la obra de Julio Cortázar y de George Berek, y era todo una reflexión sobre las relaciones entre la literatura del Río de la Plata y la literatura francesa. Todo lo que sea creativo lo hago en mi lengua, que es el español. Sigo siendo acá un poco como una extranjera, hace doce años que vivo en París y cuando voy a una panadería me siguen hablando en inglés.

 

 

―En "Las Brujas del Monte Veritá", la protagonista Verónica tiene muchas similitudes con tu vida...

 

―Surge de algo de la experiencia vivida. Verónica es una argentina de treinta y pico de años, está casada con un francés, acaba de tener un hijo, le dicen de la universidad que no va a poder renovar su puesto, que se va a quedar sin trabajo, y piensa que va a tener que dejar la ciudad; muchas cosas que va viviendo como fracasos. Yo acababa de tener un bebé, estoy casada con un francés y hubo un momento en que me planteé trabajar en otra cosa, porque no había puestos de docentes y se me acababan las opciones. Es curioso porque yo no me daba cuenta hasta qué punto estaba esa experiencia y conexión que no fue la idea principal. La novela la empecé a idear durante la pandemia. Quería escribir sobre las utopías de regreso a la naturaleza porque estábamos en un momento en que muchos vivíamos en departamentos chiquitos y evaluamos la idea de irnos a vivir al campo. Fue una crisis que replantea cosas de la sociedad en sí misma, más allá de lo individual, que estaba bueno pensar en utopías de regreso a la naturaleza.

 

 

―¿Ahí entró la comunidad del Monte Veritá?

 

―Me puse a investigar y era algo que ya conocía, pero me había olvidado. Lo volví a escuchar en una emisión de radio y me sorprendió la propuesta de esa comuna, que en 1900 eran tres hombres y tres mujeres que deciden irse a las colinas a vivir en poliamor, experimentación con droga, liberación de las funciones sexuales, trabajos con la tierra y nudismo. Era todo mucho más radical de lo que se piensa ahora, eran los abuelos de los hippies. Empecé a investigar un montón, a leer todo lo que podía y cuando abrieron las bibliotecas, pude consultar más documentos y después dije "voy a viajar". Hablaban siempre en los libros de la energía del lugar, las montañas y del matriarcado, hablaban como que había una energía femenina en las montañas. Había toda una cosa medio esotérica y cuando fui, llevé una especie de diario de viaje y pensé que le podía dar la forma de una novela de viaje.

 

 

―Para la protagonista, ser madre es como quebrar su libertad...

 

―La maternidad estuvo en todo el proceso de escritura; lo más gracioso es que no me daba cuenta. Ahora, cuando lo leo, digo "pero tuve una depresión posparto". ¿Qué mujer que acaba de tener un hijo no sueña con irse, abandonarlo en algún momento? No digo que lo vayas a hacer, obviamente. No me daba cuenta hasta qué punto estaba pasando esa experiencia, porque acababa de tener un bebé y, a su vez, quería escribir esta novela y era como una lucha de buscar horas para ponerme a escribir. Sentía que tenía que hablar de ese tema y de qué había pasado con esa idea del matriarcado primitivo en Monte Veritá, en una sociedad de amor, libertad sexual, pero que no existen los anticonceptivos; las mujeres se tienen que hacer cargo de los hijos nacidos de ese amor libre y no tienen plata porque se autosustentan. Eso fue muy duro, muchas terminaron muy mal, con suicidios, depresión y trastornos psicológicos graves. En la novela, la utopía funciona; lo que falla no es la idea, sino el costado práctico.

 

 

―¿Las utopías están destinadas a fracasar?

 

―Esa es la pregunta, es un callejón sin salida. Con ese cuestionamiento empecé la novela y leí una frase de Jean-Jacques Rousseau sobre el progreso que decía: "Hay un germen de perversión en todo proyecto". Entonces, creo que en lo práctico es imposible que esas utopías funcionen. La de Monte Veritá funcionó durante muchísimo tiempo, casi 30 años, y dejaron huellas. Hoy estamos de vuelta, al menos pospandemia, planteándonos cosas similares. Las utopías siempre vuelven porque tienen que ver con que te replantees cómo tomar tu destino en mano y no conformarte con lo que la sociedad te está presentando. Por eso son tan seductoras.

 

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