26°SAN LUIS - Lunes 22 de Diciembre de 2025

26°SAN LUIS - Lunes 22 de Diciembre de 2025

EN VIVO

Nada especial

Entre cajas navideñas y un clima de consumo, un hombre trata de recordar (y no puede) qué pasó entre él y una misteriosa mujer después de un brindis austero. Por Fernando Saad. 

Por redacción
| Hace 5 horas
Foto: Héctor Bustos.

Una mano se cruza por su nariz, metiendo su respiración entre la palma y dejándolo sin aire por un instante. Los ojos apenas se mueven por debajo de los párpados. No pueden imaginar el rostro del otro lado. Pero la mano se retira y el aire se escapa, caliente, y recupera el aliento. Y siente la cercanía del rostro frente al suyo. Una respiración hueca, que rebota en él, con aires de alcohol mezclado con cigarrillos mentolados, o algo así.

 

 

Los pies se mueven y se enlazan en los suyos, sujetándose con suavidad. Un abrazo lo rodea, impar, y luego es un suspiro, y otro. Y así descubre el sueño profundo de quien estará cuando sus ojos abandonen ese dormitar pesado, o el dolor de cabeza deje de latir dentro, a pesar de la oscuridad desoladora del departamento.

 

 

Un sudor le corre por la espalda, y el olor a cigarrillos mal apagados inunda la humedad del lugar, sin dejarse convencer por las aspas irregulares del ventilador. Vuelve a brillar la pantalla del teléfono. Luego estará a punto de pisarlo, pero ahora sólo estira la mano y cancela una vez más las llamadas entrantes. Ahora se gira y en medio de un gesto que podría ser un guiño o el esfuerzo desmedido por despertarse, ese ojo aventura las luces movidas de un velador destartalado, cubierto con un viejo pañuelo de seda de otro tiempo.

 

 

Dentro de su mareo se alejan los ruidos estridentes, como pitidos infinitos que parecían no terminar. Descubre que sus manos están sobre el jean, y aún a esa distancia puede divisar sus medias grises con un agujerito en la punta.

 

 

Se levanta como puede y cruza el metro y medio que separa la cama del baño. Entra y se sienta con el teléfono a punto de apagarse, con sus insistentes llamados y mensajes buscando comunicarse. La pantalla se apaga, mira por última vez el aparato y lo mete en su bolsillo.

 

 

Aunque todo parece estar a oscuras desde su visión, sólo dos cosas parecían tener vida en ese cuarto, la lámpara y los ojos de ella cuando bosteza al escuchar el ruido de alarma. Se levanta hasta el baño, subiendo el cierre de su jean en un saltito, llega hasta la pileta y le acaricia la mejilla en un movimiento de ternura, mientras comienza a cepillarse los dientes.

 

 

La deja sola allí dentro, luego de esperar que dijera algo, o dijeran algo. O alguna cosa parecida. ¿Qué otras luces habían visto esa tarde? Ahí están las carpetas del trabajo, la caja navideña abierta. ¿Habían salido temprano esa tarde? ¿A qué hora debía llegar a casa? La ventana devolvía un cielo apagado de fuegos artificiales. Algunas botellas rotas alrededor de los tachos de basura, y algunas parejas sueltas cruzando la avenida en tránsito a otras familias que saludar, o buscando fiestas donde terminar la noche.

 

 

Ella sale del baño y se apresura en buscar su mochila y una pequeña valija. El reloj de pared en la una y media, parece. Algo le subió por la garganta y no era el recuerdo ni la culpa. Intenta preguntar, pero sigue callado, mientras la mira pintarse los labios de un rojo tan fuerte que parece despertarlo del sueño. ¿Qué había pasado entre ellos? Las sábanas estaban tendidas y su camisa prendida hasta el último botón. ¿Recordaba algo de ahora? De antes sí, cuando la vio llegar por el ascensor y le preguntó dónde quedaba el brindis y eso.

 

 

Pero no hubo otro tono. O quizás se abrazaron, o tomaron de más, pero en su caja sólo había sidra barata y un turrón derretido junto al cóctel de frutas enlatado. Recuerda que ella andaba mal esos días. Y que se quedó una tarde escuchando la historia de la separación y el mevoyavivirsola hace unos meses. Quizás recuerda que unos compañeros de trabajo vieron despedirse en un abrazo, y luego su pareja lo relató delante de los niños durante la cena.

 

 

Algo le pasaba allí que lo llenaba de culpa, aunque le impedía retroceder. Su analista dijo que no confundiera necesidad con deseo, y él no entendió qué significaba eso. Hace días duerme en una cama corrediza junto a los niños, mientras busca un alquiler barato para evitar volver con sus padres, como si todo fuese un eterno retorno.

 

 

Su abuelita lo acogería con amor, sin pedir explicaciones. Pero ese año lo había dejado librado a otras suertes sin aviso previo. Ella lo escuchó llorar cuando supo esa noticia y lo acompañó por la noche en una sala velatoria vacía, salvo por ese cuerpo sin vida que lo miraba enlazar el brazo con el de su compañera de trabajo.

 

 

Cuando ella sale del baño parece otra persona, una preparada para salir al mundo, y no esa que hace instantes se arrinconaba en una cama de una plaza comprada en cuotas hace unos días. Le pregunta si puede llevarla a tomar el colectivo, y él asiente, estirando la vista hacia el ventanal, para descubrir su auto estacionado entre la vereda y la calle.

 

 

Bajan el ascensor mirándose, escondiendo esa incomodidad. ¿Qué había pasado durante esas horas antes? Recuerda que ella le dio una pastillita rosada cuando empezó el ataque de pánico en medio del brindis. También recuerda que antes se tomó una ella, para demostrarle que no le haría mal. Eso hizo, la apretó entre sus dedos, un gesto lento, y lo llevó a su boca. Casi imitándola, él hizo lo mismo, pero su mano era guiada por la de ella. Y luego le pasó la botella con agua. Y luego él se fue quedando en un estado nuevo.

 

 

Y ahora recuerda las luces, la garrapiñada, el manotón al pan dulce.  Quizás recuerda que la vio manejar sin saber hacerlo. Y quizás la caja navideña se abrió y era sólo la hora de la merienda. Aún se veían peatones corriendo cargados de cajas de regalos como rejunte de colores. O de lejos se veía así, y luego las manos de ella transpiradas sobre el volante, y luego nada. Sólo esas luces de una lámpara. Sólo ella dormida, tanteando su respiración como prueba de vida, el aire caliente entre sus dedos.

 

 

En la calle ella le pasa la llave, y arrancan luego de sacar la multa del parabrisas y arrojarla hecha un bollo sobre el pavimento. El camino es un silencio mientras ella se corrige el rojo de sus labios, y él piensa qué pasó esa tarde. Y siente que no lo sabrá nunca, porque cualquier palabra en ese instante sería como romper un universo recién descubierto. Le gusta verla en la oscuridad, abrazada en las luces de la noche.

 

 

Sabe que volverá el lunes, llena de cajas de dulces hechos por la madre con la cosecha del año. Que su papá la llevará el lunes a la ruta para esperar el colectivo de regreso. Por eso no se incomoda cuando se detienen. Ella se vuelve en un abrazo, y se queda allí unos segundos, apretando para decir todo eso que luego será su ausencia.

 

 

Baja sus cosas y camina a su plataforma. Él no puede dejar de mirarla, Y mientras las luces del cartel de ingreso a la ciudad se apagan, ella sube rápido a un colectivo de media distancia, mirando de lejos hacia la entrada de la estación.

 

 

Y él conduce hacia la avenida, escuchando algunos fuegos artificiales rezagados. Y recuerda el baúl con los regalos de los niños. ¿Qué pasó ese día? Ahora siente culpa por lo que dirán en casa cuando llegue. O si podrá entrar, o si la policía andará rastreando su cuerpo entre pastizales, o cosas así. Sus compañeros había sido testigos intencionales de escape de oficina, en medio el efecto de las pastillas rosadas y el peso de las cajas navideñas.

 

 

Aún no sabe qué hará, continúa en el sopor del sueño interrumpido. ¿Qué pasó esa tarde entre ellos? Quizás nada, finalmente.

 

 

Un auto le hace señas de luces, y lo apura por detrás con el semáforo en verde. Las bocinas que siguen lo despiertan, y corrige el espejo retrovisor para ver el perfil de tal insistencia. Y el reflejo descubre su propio rostro cansado, unos ojos aún pesados, y un rojo intenso definido entre los labios y sus bordes.

 

 

Desde alguna ventana una cumbia suena bajito, mientras otros vecinos bailan en el patio. La bocina suena con más insistencia, y su auto se debe poner en marcha, con la misma lentitud que lo embarga, perdiéndose, perplejo, en la oscuridad de la avenida en madrugada.

 

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Temas de nota:

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo