SAN LUIS - Miércoles 16 de Julio de 2025

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Ivonne Bordelois: "El lenguaje es un ser muy elástico, voluble, plástico"

Por redacción
| 27 de enero de 2014

Poeta, filóloga, estudiante de las palabras y los silencios, Ivonne Bordelois llegará a San Luis hoy para cerrar los actos que recordarán el nacimiento de Juan Crisóstomo Lafinur, el máximo poeta de la provincia. Antes de emprender el viaje a las sierras de La Carolina, la escritora dejó algunos conceptos a ETC.


—¿Qué conoce de Lafinur?
—No es un poeta que aparezca en primera plana de la poética nacional. De alguna manera lo conocemos a través de Borges, que lo nombra bastante. Es evidente su formación neoclásica. Me llamaron la atención algunas cosas puntuales de su poesía como las impugnaciones al pragmatismo, su profunda admiración por Belgrano y por San Martín y su relación con Chile, donde murió prematuramente. Sus sonetos calcan un poco los modelos clásicos.
—¿Hay otro autor de la región que la haya impactado?
—Conozco el nombre y la obra de Antonio Esteban Agüero; Berta Vidal de Battini me parece muy interesante como poeta, y también quisiera nombrar a León Benarós. En general, la poesía de San Luis se ha quedado dentro del marco nacional. No se ven muchos poetas puntanos como no se ven del interior. La publicidad y la cercanía sólo destaca a los poetas porteños, que no son los mejores, ni mucho menos.
—¿Por qué existen diferencias tan marcadas en el habla según las clases sociales, según la edad?
—Son diferencias necesarias que demuestran cómo la lengua está enraizada en el contexto social. Hay niveles de cultura y educación que así lo marcaron. Además no hay que olvidar que hay distintas corrientes migratorias que influyeron sobre la lengua, sobre todo la castellana, que tiene una gran expansión.
—¿A qué atribuye la aparición de los neologismos?
—La lengua es un organismo vivo, móvil, que no se estanca. Si una lengua no se renueva pierde frescura. Y en general son los adolescentes quienes tienen la iniciativa.
—¿Qué le sucede cuando escucha un término nuevo?
—No queda otra que amoldarse. Hay una invasión de términos tecnológicos que nos vienen del mundo digital y que modifican en parte el español cotidiano. Es necesario que eso suceda y hay que tomar esas palabras. No hay que ser demasiado académico para darse cuenta: los ingleses, por ejemplo, heredaron muchos vocablos del latín en su lenguaje de derecho.
—Hay quienes dicen que las palabras son insustituibles, con lo que la utilización del sinónimo sería obsoleta.
—Depende. Hay algunos poemas en donde las palabras suenan tan bien y están tan bien ubicadas que no se pueden cambiar por otras. Ésas son insustituibles porque hacen a la unidad del poema. Pero también hay gente con mucha imaginación que usa las metáforas y otros recursos de manera brillante. Insisto en que el lenguaje es un ser muy elástico, voluble, plástico.
—¿Cómo es su actividad poética en la actualidad? ¿Escribe cada tanto?
—Siempre escribo. Lo que ocurre es que no siempre me interesa publicar lo que escribo. No tengo el afán de gloria ni busco ser excesivamente conocida. Me interesa mejorar mi lenguaje antes de publicar. Por ejemplo, ahora tengo unos 500 poemas inéditos que esperan el momento adecuado para ser publicados.

—¿Cómo conoció a Alejandra Pizarnik?
—La conocí en París, porque nuestras tías eran muy amigas entre ellas. Compartimos muchas cosas y cuando me fui a vivir a Estados Unidos la comunicación siguió a través de la correspondencia. Hasta que se murió.
—¿Qué opina de la veneración que se la hace como personaje border?
—Ella era una persona central porque renovó la poesía y por el cambio del lenguaje con el que impregnó su obra. Pero en su vida personal, en su acercamiento a las figuras más importantes de la literatura mundial, era más cercana a los márgenes. Era una mujer muy especial, que alimentó con justificación el mito de su persona, dotada de mucho humor e ironía. A eso hay que sumarle su trágica muerte.
—¿Hay en la Argentina un poeta joven que pueda recomendar?
—En este momento hay un par de escritores interesantes, pero en el país en general hay un problema de claridad en la crítica literaria, que prefiere destacar a gente muy populista, muy extravagante, malhablados. Hay que esperar a ver cómo se modifica eso.
—¿Y en la narrativa?
—Leo pocas novelas argentinas porque no me interesan demasiados. La última que me gustó fue “El desencuentro”, de Eduardo Álvarez Tuñón. Es una gran novela que, como sucede casi siempre, no alcanzó el nivel de difusión que merecía.
—¿Quiere decir algo que el Nobel de Literatura se haya adjudicado a una mujer?
—Sí, pero lo más interesante es que no eligieron a una figura tan contundente como lo estaban haciendo en los últimos años. A Alice Munro no la he leído mucho, pero me gusta que la elección no haya sido tan resonante. Buscaron una literatura que apela a la intimidad, al recuerdo femenino de la conciencia.
 

 

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