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Cerros Largos, historia de su fiesta

Por redacción
| 03 de diciembre de 2014

Luis Amitrano y Alberto Rodríguez Saá dialogaron sobre la historia de la capilla de Cerros Largos y el origen de su construcción que es mencionada en la canción folclórica del “Cascarudo” Arancibia.
Alberto Rodríguez Saá indagó cómo era la reunión a la que acuden los vecinos para visitar a la Virgen, el primer sábado después del 8 de diciembre.
Luis Amitrano: Hay una canción que cuenta en detalle cómo surgió la capilla, que hicieron el “Cascarudo” Domínguez Arancibia y Barbeito, y que fue una sorpresa muy grande. Fue cuando la fiesta cumplió 30 años, participaron muchos, pero técnicamente era toda gente de San Luis. Al “Cascarudo”, que es pariente de mi mujer, durante años le pedí un tema, porque él iba a la fiesta a cantar. Yo le decía: “Si todo lo que escribís vos es una pintura, esto ¿no lo es? ¿Por qué no escribís?”. Hasta que un día lo armaron, ya estaba con sus años el “Cascarudo” y me dio una sorpresa. En el caso de Barbeito fue diferente, porque él  nunca fue, es una creación intelectual musical, sólo con lo que yo le conté de la fiesta que teníamos. En ambos casos, grabaron con el mismo equipo técnico de Wanzo y Cipriani.
El tema del “Cascarudo” se llama “A la virgen del Rosario”, tiene un aire de cueca. Es muy bonito, lloré mucho cuando lo escuché por primera vez. La letra cuenta que una mamá le encargó a sus dos hijos la construcción de una capilla en Cerros Largos. Aurora Nilda Sosa era esa mujer, mi mamá, que vivía en la esquina de Pedernera y avenida Quintana en aquel entonces, donde después estuvo El Diario y donde ahora está Komodo. Esa casa era de mi abuelo y la casa de mi bisabuela materna.
Mi madre nació en San Luis, en el año ‘20. Murió a los 57 años, en 1977. Yo tenía 32 años cuando ella murió, fue un largo período su enfermedad y doloroso para nosotros. Compramos junto con mi hermano Eduardo un campo, cuando todavía vivía mi mamá. Ella hizo toda su vida en una escuela rural, incluso ahí conoció a mi padre en la Quebrada de San Vicente, entre San Martín y Quines. Luego de unos años se radicó en San Luis. 
Un día fuimos invitados a la casa de unos viejitos, a comer un cordero de Domingo de Pascua, en un campo muy metido en los cerros, cerca de donde teníamos el campo con Eduardo. Mi madre le preguntó a los viejitos Atanasio Ortiz y doña Lolita Garro dónde se habían casado. Ellos le contaron que fueron a Saladillo a casarse, hicieron 60 kilómetros a caballo, para que el juez los casara. Cuando les preguntó también si se habían casado por iglesia, la viejita respondió: “Yo creo que en mi vida he visto acá dos veces a un cura”.
Al volver y pasar por esa construcción vieja, como dice la canción, nos dijo: “Chicos ¿por qué no hacen una capilla y traen un cura al año?”. Como hacía mi abuelo en El Durazno, Carlos Juan Sosa Revoira, donde llegaban las misiones en la época de Di Pascuo. En el ‘76 empezamos a hacerla, fuimos poniendo piedra contra piedra. Empezamos a subirlas con los Argüello y Roque Narciso Pereyra. Llegamos a la mitad, mi madre se enfermó en Buenos Aires. En nuestro mundo familiar lo recuerdo mucho porque tu tía Nelly, que fue condiscípula y vecina de mi madre, la visitó todas las semanas durante un año. Se paró la construcción, mi madre murió un Día de la Madre, el 16 de octubre.
Al año siguiente, cuando era el Mundial ‘78, estábamos festejando en julio en la casa que dice la canción “de Carlos Sosa”, que era un hermano más chico de mi mamá, abogado e historiador. Él nos dijo a mi hermano y a mí que teníamos un año para terminar la capilla, que la imagen de la Virgen la llevaba él. La capilla fue inaugurada por el obispo Juan Rodolfo Laise, que en la homilía dijo que lo iba a comunicar a Roma y la convertiría en la patrona, que le harían una fiesta todos los años, el sábado siguiente al 8 de diciembre. 
La celebración de este año será la número 36. La del ‘78 fue la primera en el campo que originalmente se llamó Los Sauces -como dice la canción- y hoy se llama Capilla de las Sierras. Lo cruza el río Luluara, que se junta con el río Pantanillo y forma el Conlara, antes de La Vertiente. El paisaje está lleno de sauces, álamos, serranías verdes y redondeadas, pasto abundante y pircas.
Es una población rural dispersa. Hay una escuela en el borde del cerro, un centro de salud y en el campo El Durazno hay dos o tres habitantes más. Los puntos más importantes son La Carolina y Las Chacras.
Durante las festividades suelen concurrir unas 400 personas, algunos vestidos de gaucho, para cumplir la “manda” a la Virgen. Comienza con una procesión por el camino, mientras rezan el Rosario y regresan a la capilla con la Virgen, que es de 60 centímetros,  llevada por los hombres. La ubican  en un atril sobre un escenario y se realiza la misa. En los primeros tiempos hubo muchos bautismos y casamientos.
Después de la liturgia religiosa se instalan caballetes, mesas y banquetas para preparar la comida. Don Ledesma sirve carne con cuero y empanadas, además obsequian un vaso de vino o jugo por persona. Hay guitarras y folclore tradicional, en alguna oportunidad también grupos musicales para bailar. A las cinco de la tarde termina la fiesta.

 

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