Fue cerrar los ojos y escuchar la voz firme, grave, atestada por el cigarrillo, de Eduardo Galeano para comprender que el mundo que proponía era utópicamente posible. En su última visita a San Luis, en 1997, el escritor uruguayo se sentó frente a un auditorio universitario que lo veneraba más por sus ideas que por su obra completa y mantuvo una charla en la que habló del rol de la izquierda en una región convulsionada por el capitalismo.
Aquella inolvidable charla se realizó en el Polideportivo de la Universidad, que se llenó sólo como años antes había ocurrido con Ernesto Sábato. Durante mucho tiempo, las letras de Galeano estuvieron pegadas en las paredes de los pasillos universitarios como una declaración de principios. En aquel entonces, como ahora, las pulgas soñaban con comprarse un perro.
En la conferencia de prensa que dio en el Salón de los escudos antes de la charla, Galeano -camisa azul, calva inolvidable- habló largamente con algunos periodistas locales. Sin querer, como surgían la mayoría de los temas en sus conversaciones, alguien le preguntó porqué no manejaba autos.
El uruguayo reconoció que le asustaba ver un motor y que como no podía entender cómo funcionaba, no había aprendido a manejar jamás. En el fondo, Galeano tampoco entendió nunca el funcionamiento del mundo y por eso escribió con la fiereza con que escribió.
El encuentro con la prensa puntana, del que también participaron autoridades universitarias y curiosos, dejó otra reflexión inolvidable del uruguayo. A la pregunta -más cercana a la admiración que a la labor periodística- sobre el lugar dónde había adquirido tantos conocimientos, Galeano respondió: "En los bares de Montevideo".
Extrañamente, en aquella visita, la UNSL no le otorgó el doctorado Honoris Causa al escritor, lo que motivó años después una pequeña polémica cuando la administración de la casa de estudios puntana le pidió un currículum para su evaluación. Por fax, el escritor mandó una hoja titulada "Ridiculum" y dos palabras como único contenido: "Soy escritor".
Cuatro años después, cuando todos los trámites fueron realizados, Galeano fue condecorado por la universidad local con el doctorado máximo, pero no vino a retirarlo. Ya había recibido ese título en las universidades de Cuyo, La Habana y Córdoba.
Más allá de los olvidos y las ausencias, la visita que Galeano hizo a la provincia hace 18 años fue un encuentro apasionado, una charla intensa con un intercambio de ideas que el autor pudo tener en el Bar Brasilero, o en cualquier otro de su ciudad natal.
Allí dejó su sabiduría de esquina, su camisa azul y su férrea determinación vital de no hacer concesiones ni con sus ideas ni con sus sonrisas.
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