Parece que ponerse en el lugar de Nazarena del Carmen Garro o en el de Mariela Lorena Isaguirre, dos mamás solteras de La Toma, fue imposible. El apuro por entregar veinte casas del Plan Solidaridad, el 7 de diciembre de 2015, nubló la vista del ex gobernador Poggi. “Cuando él entregó las casas nos dijo que del resto de los detalles se encargaría el Municipio”, contó Garro y agregó que a la falta de agua y cloacas ella no los considera un simple detalle, son dos recursos vitales. Como ella piensan sus dieciocho vecinas.
“Al principio, cuando me adjudicaron la casa, compré algunas cosas, contraté un albañil para que la construya, yo visitaba seguido la obra. Un día me dijo el hombre que se iba porque estaba cansado de rogarle a la Municipalidad para que pasara la máquina sobre la calle, porque es un pantano y se le había hundido la chata. Después se hizo cargo la empresa y no lo dejaron entrar más ni a él ni a mí”, describió la mujer de 33 años que vive con su hijo pequeño.
Nazarena del Carmen contó que ya invirtió alrededor de seis mil pesos para reparar las paredes, reacondicionar el piso, tapar goteras y sustituir la mesada que le habían puesto mal. “Trabajo en el Plan de Inclusión a la mañana y a la tarde en una panadería. Los jueves y viernes estudio en el Plan PIE, con el dinero de la beca también me compré cosas para mejorar mi casa”, especificó y dijo: “Por una parte sentía alegría de haber recibido algo que es mío, pero estoy muy triste porque en el verano se me llovió toda. Tengo agua gracias a una manguera que está en el patio. Hace poquito nos instalaron las cloacas, pero no funcionan. Ahí dejaron otro hueco que nunca taparon”.
La mujer y su hijo comparten un baño con siete familias más, se turnan para limpiarlo y de dos letrinas utilizan sólo una porque la otra “da asco”. “Para llevar a los niños al baño es todo un tema porque hay que salir al patio y toman frío, dicho sea de paso han dejado ese edificio al medio, supuestamente para hacer un salón de usos múltiples, pero yo necesito mi patio no eso al medio”, explicó Garro.
A la lista de cosas mal hechas se suman los vidrios rotos de una de las ventanas. “Pude cambiar uno y todavía me falta el otro. Hay que poner el revoque y arreglar algunos detalles. Creo que mi casa es una de las más lindas, pero es porque la visitaba todos los fines de semana y les exigía. Invertí mucho en ella y estoy al día con la cuota”, afirmó y agregó que otra de sus preocupaciones es la cantidad de desechos del matadero viejo que están enterrados. “En el predio hacían pozos y tiraban desperdicios de los animales, los tapaban, hicieron muchos y tapamos varios. Debe haber alrededor de setenta, por lo menos”, explicó.
Al enojo de su vecina se sumó Mariela Lorena Isaguirre, la primera en mudarse, tres días después de que le entregaran las llaves de la vivienda. “Vivo con mi hija de cuatro años, me siento mal y triste, yo no tengo plata para arreglar la casa, se llueve toda. Se me arruinaron los muebles. No sabría decir cuánta plata ya he gastado, pero tengo que reconocer que tengo buenos amigos que me cobran más barato por las obras”, se lamentó la mujer que tiene 35 años.
El suelo de su casa es de “estucado”, el frente de la vivienda está lleno de escombros, son restos de algunos arreglos que tuvo que hacer para poder habitarla.
En el baño de Mariela se repitió la misma postal: azulejos pegados de manera despareja, sanitarios sueltos, no hay ninguna grifería colocada, la propietaria tuvo que ponerle pie a la pileta, y no tiene revoque, ni agua.
Los hogares tienen dos puertas, a una de ellas la utilizan como entrada principal y a la otra, que debería dar al patio trasero, sólo sirve como segunda opción de ingreso también por el frente.
Cualquiera que vaya a visitar a Mariela Lorena podrá notar que por el costado derecho de la puerta secundaria, entra una manguera negra con una canilla en la punta. Así recibe agua en su casa.
“Soy hermana de Griselda (otra de las mamás solteras que habita el barrio), ella tiene una hija discapacitada. A mí no me alcanza el sueldo del plan ni para ayudarle, ni para mejorar mi casa. Tampoco tengo el tanque del agua, porque al no tener peso, se lo llevó el viento y no sabía cómo llenarlo”, explicó y salió de su casa esquivando los charcos de agua con cuidado porque el barro que se había juntado era resbaloso y se podía caer o hundirse en él.


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