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¿Agüero autoridad?

Por redacción
| 05 de febrero de 2017
Los amigos presos. Agüero, al centro, detenido luego de proclamar un poema subversivo.

Entre las muchas leyendas que conforman el recuerdo de Antonio Esteban Agüero, hay una que llama la atención por lo curiosa y por el énfasis con que la encaran tanto quienes la abonan como quienes la niegan.

 


Miguel “Micho” Zavala es un abogado de 66 años que nació y jura que morirá en Merlo, aunque ahora vive en Tilisarao. Con unos detalles que hacen imposible poner en duda su historia, el hombre cuenta cada vez que se lo piden el día en que un grupo de merlinos encabezados por Agüero tomó la Municipalidad del pueblo.

 


“Al 'Tono' le gustaba estar rodeado de jóvenes y a mí siempre me gustó escucharlo”, comenzó su relato. Por aquellos años, Zavala conformaba un grupo de amigos entre los que estaban “Pocho” Urquiza, Ángel Bustos, Ricardo Torres y otros muchachos que oían al poeta como a un hermano mayor.

 


En la mesa, siempre con una botella de ginebra al frente, Agüero compartía tertulias con su primo Miguel Ángel Flores y contaban sus historias. Allí se hablaba de todo: Congo, Cuba, Vietnam, Nicaragua, Mao, Chacho Peñaloza, Juan Manuel de Rosas, Yrigoyen, Pearl Harbor y de la Bahía de Cochinos.

 


“Una noche de junio de mediados de los 60, estábamos en El 'Yungulo' y Agüero lanza el llamado. Dice: ‘Es hora de comenzar nuestra tarea’. Nosotros no sabíamos de qué hablaba”, recordó “Micho”.

 


En la helada vereda del bar, “Pocho” fue ungido como el jefe de la tropa conformada por la docena de jóvenes. El objetivo era claro e inmediato: hacerse del edificio municipal y del poder. “Estuvimos en rato de instrucción y luego Urquiza entró al bar y le comunicó al 'Tono' que estábamos listos”.

 


“Pues marchemos”, habría sido la orden de Agüero.

 


 A las cuatro de la mañana, el puñado de sediciosos llegó a la puerta del edificio y se dio cuenta que no tenía forma de entrar. “'Pocho' –que era empleado de la Intendencia- se acordó que tenía una llave de una puerta lateral”, sostuvo “Micho”.

 


Fue entonces (de acuerdo al relato de Zavala) que Agüero y Flores entraron a la oficina del intendente, salieron al balcón y leyeron “Yo presidente”, el poema revolucionario. Todo, ante la algarabía de la tropa, que aplaudía sonoramente.

 


Luego de ese simbolismo, la cúpula rebelde –conformada por Agüero y Flores, que a esa altura eran llamados “los comandantes”- se fueron al bar de los Pinto, donde siguieron con la ginebra. El desvencijado ejército revolucionario caminó al ritmo del “un dos, un dos” dictado por Urquiza para avisar al resto del pueblo del nuevo mando municipal.

 


La madrugada se cortó para el comando cuando cuatro policías salieron al cruce y rodearon a los marchantes. “No tiren, somos los gobernantes”, pidió “Pocho” a la autoridad.

 


Angelito Bustos fue detenido por los uniformados y tanto “Micho” como “Pocho” –soldados leales capaces- se internaron en la comisaría con el firme propósito de quedarse hasta que fuera liberado. El comisario del pueblo, Ramón Giunta, hombre de pocas palabras y órdenes concretas, resolvió la subversión al modo que lo resuelven los policías, incluso en la actualidad: todos detenidos.

 


El poder negociador de Urquiza quedó en evidencia y, sin rendirse, consiguió que la orden quedara sin efecto. Ya lo dice el viejo y conocido refrán: “Soldado que huye, sirve para otra guerra”.

 


A todo esto, con la Municipalidad tomada, Agüero celebrando en el bar, Bustos detenido y el resto de la tropa dispersa por el pueblo; el intendente Julio Falco, amigo personal del poeta y una de las personas más cercanas a su entorno, dormía plácidamente en su casa.

 


Lo despertó la dupla revoltosa que apenas horas antes lo había derrocado. Y le pidió por la liberación de su compañero. Algo de autoridad aún le reconocían.

 


Hombre bueno y comprensible, Falco no sólo se levantó y llevó en su auto a los sediciosos hasta la comisaría, sino que convenció a Giunta de que libere al otro rebelde con un argumento fiel a su estilo: “Son cosas de chicos”.

 


“Cuando salíamos de la comisaría, don Julio nos preguntó por Agüero y cuando le dijimos que estaba en el bar, fuimos para allá”, sostuvo con firmeza el abogado.

 


Ricardo Torres, quien según Zavala era parte de la tropa, reconoció que fue uno de los líderes de la “toma pacífica” pero negó categóricamente que Agüero haya participado. Incluso puso fecha a la acción en 1972, cuando el poeta llevaba dos años fallecido. “Lo hicimos porque querían sacar el casino”, informó.

 


Otro que desconoce absolutamente el hecho es el actual intendente merlino, "Rody" Flores, hijo de Miguel Ángel, uno de los supuestos cabecillas. “Jamás escuché esa historia”, fue tajante el actual mandatario.

 


Sin embargo, “Micho” mantiene cada una de sus palabras con tanta minuciosidad que hasta recuerda lo que había en la mesa del bar cuando llegaron con Falco y Urquiza a encontrarse con Agüero. Tres platos hondos con sopa de gallina, dos vasos de ginebra vacíos y un papel donde estaban las palabras enérgicas y revoltosas de “Yo presidente”.

 


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