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Merlo: Luis Saez, el escultor que cambia piezas por algarrobos

Por redacción
| 06 de abril de 2017
Saez aprendió técnicas con el maestro Ortega.

Por la mañana trabaja en la construcción. En la tarde se sumerge en la introspección, un espacio en el que encuentra angustias, dolores, sabores y alegrías. Entonces aparecen las cabezas con un ojo y los cuerpos mínimos con caras enormes, juguetes surrealistas de chapa batida. Se llama Luis Saez. Es el escultor del trueque que vive en Cortaderas: cambia algunas de sus obras por algarrobos. Tuvo un gran maestro, el reconocido escultor merlino Juan Carlos Ortega. 

 


Luis llegó al Valle del Conlara proveniente de la otra Merlo, la ciudad bonaerense. Mientras expone en la Casa del Poeta Antonio Esteban Agüero, señala piezas de una obra temática sobre la deforestación: “Si alguien quiere llevarse una escultura compra un algarrobo y lo planta en su casa”, dice acerca del trueque.

 


Su arte le pareció “una buena oportunidad para aportar a la forestación”, aunque de a ratos le gana la culpa: “A veces soy partícipe de una herejía, porque construyendo hay que cortar uno que otro arbolito”.  

 


Cuando el sol todavía no pica, abre su jornada laboral con casco y mameluco. Vive de la construcción, un esfuerzo entre polvo de ladrillo y aroma de cemento. “Hago dirección técnica de obras”, aclara.

 


“Al mediodía me interno en el taller, paro para comer y en la tarde sigo”, aclara. Asegura que “sería feliz trabajando toda la noche”, pero no quiere que sus máquinas y los golpes sobre el metal alteren el sueño de los pocos vecinos de esa zona semi rural.

 


Su taller artístico está en Cortaderas, al fondo de un lote de ocho mil metros, que topa con un arroyo. Luis dice que ahí está “bastante pancho”.

 


Cuenta que su técnica es la “chapa batida”. Golpe a golpe sobre el metal que compra en los corralones consigue figuras que rompen con las formas convencionales. “El cuerpito es hueco”, señala en un muñeco metálico. “La cabecitas son esferas, hago un cuenco, las armo por mitades que después sueldo”, sigue. Y agrega: “Los bracitos y las piernas son macizas”.
En el proceso creativo “entra el chip en la cabeza y en un momento sale” la obra. Toma su libretita y una lapicera. Diseña rápidamente un boceto. A veces ocurre mientras trabaja en la construcción. Entonces retiene la idea en el papel y sigue. Por la tarde la escultura tomará su forma.

 


Hay obras en las que referencia la desolación, en otras su compromiso ambiental o los recuerdos de la niñez. Algunas se le ocurren leyendo a Cortázar, otras conversando con amigos.   

 


“Este lugar y sus sierras me inspiraron”, admite. Empezó tallando maderas con Juan Carlos Ortega y en un intercambio con artistas de San Rafael, Mendoza, vio cómo trabajaban el metal. “Ahí me entusiasmé”, recuerda. Ya expuso en La Rural, en Buenos Aires, y habitualmente lo hace en la Feria de Artistas de Córdoba.  

 


- Las esculturas te deben generar más gastos que ingresos.
- A veces gasto $1.500 en materia prima. Pero lo que me deja este trabajo no tiene precio.

 


-¿Vivís sólo con tu esposa?
-(Señala los muñecos metálicos) También con mis hijos (ríe).

 


A sus compañeros de la construcción siempre les comparte las esculturas, “pero son tímidos para ir a las muestras”. “La idea es descomponer un poco la estructura rígida que hay sobre el arte”, dice. Y desnuda su verdadero propósito: “Lo que hago es jugar”.  

 


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