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Alimentación para sanar

Make Oyarzu Salazar es una chef que llevó su profesión más allá al enterarse de que su hija padecía un tipo de autismo grave. Después de mucha investigación descubrió que eliminar ciertos alimentos de la dieta era la clave para mejorar el estilo de vida de toda la familia. Los sí y los no de una alimentación que no es moda.

Por Noelia Barroso
| 26 de noviembre de 2018
Fotos: Santiago Ciuffo.

Make Oyarzu Salazar mide no más de un metro cincuenta, tiene una sonrisa y ojos vivaces que solo se humedecen cuando recuerda los difíciles momentos que vivió con su hija Maia, que pronto cumplirá 11 años y que a los 3 le diagnosticaron autismo TGD no específico con discapacidad mental. Make trabajaba de cocinera en España cuando quedó embarazada de su primera hija (tiene dos nenas) y se dedicó enteramente a ser mamá “porque cocina y ser madre no son complementarias para nada, es un ritmo muy intenso de trabajo”, aseguró en una entrevista para “Cooltura”, minutos antes de dictar su seminario en San Luis.

 

Después del primer impacto del diagnóstico y al ver que la terapia no funcionaba, decidió ser ella quien mejore la calidad de vida de su pequeña y así comenzó una búsqueda que le llevaría cientos de horas de investigación. Un día, una amiga le recomendó un artículo de Estados Unidos en el que se afirmaba que con una dieta específica se habían logrado cambios positivos en pacientes con TGD (Trastornos Generalizados de Desarrollo). “Yo dije: ¿qué tiene que ver?’, si bien en mi juventud había sido vegana, vegetariana, había investigado mucho el budismo, estaba en una búsqueda importante. Sabía que la alimentación tenía gran influencia sobre el organismo, podía enfermarnos, tenía muy presente eso”, dijo la chef quien siguió con sus investigaciones y encontró una publicación de un médico noruego sobre el impacto de las proteínas, el gluten y de la caseína principalmente en chicos diagnosticados con TEA (Trastornos del Espectro Autista). “Esto abarca hiperactividad, déficit de atención, Asperger y autismo en todos los niveles, desde moderado a severo; el doctor descubrió que las proteínas de esos alimentos generaban opiodies”, reveló.

 

A partir de esa información y de la premisa de siempre mantenerse dentro de los razonamientos lógicos, Make sacó algunas conclusiones que le parecieron adecuadas. “(Maia) Venía con un desarrollo normal y a los 17 meses se apagó. Dejó de decir mamá, papá, de decir chau con la manito, dejó de mirarnos a los ojos. Cuando leí todo eso me cuadró la parte lógica, científica, médica… Ella en esa etapa lo único que comía era pan, galletitas, queso. No aceptaba otras cosas porque esos alimentos le generaban placer”, comentó y destacó que las harinas, los lácteos, los azúcares y la sal “son drogas permitidas por la sociedad porque pasan inadvertidas, nadie se da cuenta del impacto que tienen en el organismo, ya sea en chicos con TEA o en una persona que no tenga ningún tipo de diagnóstico”.

 

Lo curioso es que Make es cocinera y su escuela abarcaba harina, leche, manteca y crema. Pero a partir de todos los datos que había recopilado se dispuso a hacer de su cocina una alquimia. Al principio tuvo muchos problemas porque “no había nada y no sabía por dónde arrancar. Siempre digo que armé como mi propio posgrado en cocina porque fue probar, investigar, leer, releer, volver a inventar… y así nació cocina biomédica”, contó sobre los comienzos de esta misión que luego estuvo acompañada de profesionales de la salud y la gastronomía.

 

Los efectos en Maia fueron progresivos, pero certeros. Durante los tres primeros días sin esas comidas sufrió un síndrome de abstinencia muy grande, “porque son alimentos que generan placer y por lo tanto uno se vuelve adicto. Me golpeó, me mordió, me exigía, lloraba y gritaba, fueron momentos horribles. Al cuarto día me dijo ‘buenos días’, como decía siempre. Maia había dejado de hacer esas cosas y después de tantos años me volvió a mirar y a sonreír, ahí dije ‘ya está, este es el camino’”.

 

Esas etapas difíciles empezaron a desvanecerse ante esta nueva esperanza. Make solo deseaba tener una vida pública más tranquila. “Cuando empecé con esto lo único que esperaba era que no la observaran más a Maia en el colectivo, por su comportamiento. Sentís que la gente piensa que no los criás bien o no les ponés límites pero no es eso. Están desbordados porque se sienten mal y no saben cómo expresarlo”, manifestó.

 

Cinco meses después la nena volvió a decir mamá y debió aprender todo nuevamente, con mucho esfuerzo y sin ningún permitido. “En casi ocho meses de esta desintoxicación y desinflamación que produce en el organismo pudimos trabajar las terapias que ella absorbió de una forma espectacular. Este año está haciendo el Profesorado de Inglés. No sólo ella se recuperó, nos recuperamos Male, su hermanita menor, y yo también”, dice Make emocionada y agradecida por haber encontrado la clave para mejorar la calidad de vida de sus nenas y de ella misma.

 

Make está decidida a seguir expandiendo este nuevo concepto de alimentación ya que los resultados en su hija son indiscutibles, pero aclara que no es una cura.

 

“Poder comunicarnos y que ella me pueda mirar a la cara y a los ojos es un regalo del cielo, yo por eso insisto tanto en esto, no descanso para poder masificarlo porque no solamente se recupera Maia, sino toda la familia. La vida de las personas que rodean a un chico con TEA es muy triste porque te quedás solo. Siempre aclaro que esto no es una dieta, es un cambio de alimentación de por vida, una oportunidad única de repensar la manera en que nos relacionamos con el entorno, con las demás personas y nuestro cuerpo”, afirma. Junto con el cambio de alimentación descartaron también productos industriales, como artículos de higiene, champú, lavandina, desodorante, papel higiénico, entre otros elementos que contienen altos niveles de metales pesados, que sustituyeron con opciones naturales.

 

A Make la acompaña un equipo de profesionales de la salud, gastronómicos, médicos y especialistas que cuentan con el apoyo del Conicet. Además de dar charlas y seminarios por Argentina y otros países, la chef trabaja ad honorem en el Hospital de Clínicas y es docente del posgrado en TEA y Neurodesarrollo de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, “desde el ámbito gastronómico y de mi experiencia como mamá. Asesoro en la sección de Alimentación y Salud que se dedica a Humanismo e Investigación”, contó.

 

Para Oyarzu Salazar actualmente hay una nueva corriente en la que la gente está tomando conciencia de lo que come, y que también hay mucha más información. “Estamos sumando mucha más gente con este cambio de alimentación que tampoco es tan restrictivo. Yo lo que logré con cocina biomédica es comer lo mismo pero sabiendo que no me va a hacer mal. Cocinamos un lemmon pie o una torta brownie, helados, facturas, crema pastelera. Lo hacemos, pero sano. Cuando empezás a darte cuenta que hay un montón de opciones, la re llevás. Con plantar una semillita de duda en alguien yo ya me voy conforme”, aseguró.

 

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