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El dueño de la fórmula

El compositor de éxitos más grande del continente cuenta en qué momento del día se pone a crear y cómo hace para convertir en oro todo lo que escribe.

Por Miguel Garro
| 12 de febrero de 2018
El artista nació en Rosario hace 44 años y se convirtió en el hitmarker más grande del continente.

Si componer un hit fuera una cosa fácil, Coti Sorokin posiblemente no hubiera alcanzado el prestigio y el reconocimiento que tiene. Pero se sabe que para hacer una canción que se adhiera de inmediato al oído de los escuchas hay que tener una combinación de talento, olfato, conocimiento y un poquito de suerte. Todos esos elementos, y otros, se conjugan en el compositor.

 

Sorokin, que es el autor de algunas de las canciones más populares de las últimas dos décadas, -de “Color esperanza” a “Solamente vos”- parece tener la fórmula mágica para crear melodías redondas que entran a la perfección en las letras que dicen lo que el mundo quiere escuchar, sea tras una ruptura amorosa, en el despertar de un día cualquiera o en el pleno proceso probatorio de una borrachera descomunal. La pócima mezcla algo de sensibilidad, un buen ojo para ver lo que sucede alrededor y, sobre todo, el conocimiento para combinar los sonidos.

 

A “Cooltura”, Coti le reveló algunos secretos para hacer los temas que a veces cantará él, pero en muchos casos se harán famosos en boca de otros, como Diego Torres, Julieta Venegas, Paulina Rubio, Natalia Oreiro o Enrique Iglesias. La mecánica parece ser aceptada por el autor: él hace la canción, se la da a otro que la expandirá a nivel global y luego el propio Coti la sumará a su repertorio.

 

“Cuando tengo que hacer una canción –reveló el músico- me acomodo en mi propio estudio, que es un lugar en el que ya me acostumbré a trabajar. Me gusta trabajar por la mañana porque me da una visión distinta de las cosas”. Sorokin tiene como método empezar por las letras, generalmente en el horario matutino, y luego ir musicalizándolas a medida que avanza la tarde. Siempre en soledad y con la guitarra como base.

 

A ese ritmo, un hit puede empezar a tomar forma en horas, aunque de la maqueta inicial a la versión que quedará en el disco pueden pasar meses y meses de sugerencias, arreglos, agregados, extracciones y conversaciones.

 

 Así fue que Coti –que nació en Rosario hace 44 años- se convirtió en el hitmarker más grande del continente. Un repaso por sus creaciones podrían poner de rodillas a cualquiera de los grandes de los músicos en castellano que se creen con autoridad para desafiarle el trono. Ahí va: “Me muero de amor”, la balada melosa que catapultó a la fama musical a Natalia Oreiro; “Luz de día”, una pre ciosura que sumó a la popularidad de “Los enanitos verdes”; “Color esperanza”, hit interminable de Diego Torres; “Antes que ver el sol”, de una suavidad que le queda a la perfección con su voz; “Nada fue un error”, que alcanzó altos niveles de popularidad; “Andar conmigo”, que Julieta Venegas transformó en un hit global. Por nombrar sólo algunas.

 

Así como la vida profesional de Sorokin está altamente expuesta en sus temas; sobre su vida privada se sabe poco. “No hay mucho para contar”, dijo el cantante que sin embargo convive con un dato que sobresale a cualquier otro. Hace 22 años, cuando su situación económica no era la ideal, le avisaron que tendría mellizos, que ahora son Iván y Maia. Su vida en España y México lo hizo acomo darse en las cuentas bancarias y 2005 le llegó la noticia de que sería padre nuevamente: de mellizos otra vez.

 

El cantante pertenece a una extraña raza musical que reivindica el papel del compositor pero también la figura del solista, aunque siempre acompañado por una banda que lo respalde. “Creo que está bueno que haya solistas y que está bueno que haya bandas. Yo me reivindico como solista aunque siempre espero que detrás de mí haya una banda que funcione como tal, como un equipo, que tenga una sonoridad y una personalidad que la haga exclusiva”, dijo Sorokin en una charla con “Cooltura”.

 

Ese grupo que lo acompaña en la actualidad es un verdadero seleccionado de potencias que tiene un buen componente en Luna Sujatovich (hija de Leo, ex tecladista de Luis Alberto Spinetta) en los coros. “Me la presentó Leo”, dijo Coti, amante predilecto e hijo dilecto del primer rock nacional. A ella se suma Matías Damato, un enorme bajista aún no descubierto por el gran público; Dizzy Espeche, el excéntrico guitarrista de Illya Kuryaky; Nicolás Ottavianelli, tecladista de “Turf” y Nicolás Vélez, el baterista que reemplazó a Gaby Pedernera, actualmente en “Eruca Sativa”.

 

“Fuimos armando la banda de a poco, con incorporaciones y deserciones, pero siempre con el fin de sonar bien”, reconoció Coti.

 

Arriba del escenario, el cantante toma movimientos, gestos, yeites y posturas de acaso los dos más grandes integrantes de las dos camadas del rock nacional. Coti tiene y no oculta algo de Charly García y Spinetta, más atenuados tal vez por la distancia temporal; y de Fito Paéz y Andrés Calamaro, con quienes trabajó en algunas canciones.

 

La tercera generación de cancionistas de la escena rockera nacional no tiene muchos más representantes, aunque Coti siempre se las arregla para encontrar alguien con quien compartir un estudio. “Creo que el rock nacional está pasando un muy buen momento. Hay cosas muy lindas que mantienen la esencia”, dijo el autor, que siempre prefiere trabajar con quienes toman un camino en común. “Soy fan de Guasones”, confesó y recordó que el año pasado produjo “Hasta el final”, el nuevo disco de la banda platense.

 

Coti incluye al grupo en lo que él llama, “la buenísima ola cancionera”, que tiene otros integrantes de la escena nacional, como “Indios”, la banda rosarina que también produjo.

 

Justamente, la producción de discos parece ser la nueva veta que se abre en la carrera del autor, que evidencia no tener muchas ganas de quedarse quieto a la espera de lo que la industria requiera de él. “Me gustó producir. Si bien es algo que hago hace muchos años, en 2017 lo hice mucho y con bandas con las que tengo un apego especial. El chiste es ir buscando un vuelo propio para la producción”.

 

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