SAN LUIS - Domingo 19 de Mayo de 2024

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“Hay que terminar de hacerle un culto a la violencia”

Fue el cronista que mostró el verdadero entramado de negocios que existen entre las barras bravas, los dirigentes deportivos, políticos y sindicales en el fútbol argentino. 

Por Matías García Elorrio
| 05 de abril de 2018
Grabia comenzó en el periodismo gráfico, pero luego se trasladó a la radio y la televisión. El periodista también fue invitado a disertar en las charlas Tedx Río de la Plata. Foto: Gentileza

En su nuevo libro, “Asalto al Mundial”, cuenta la Historia de todas las barras que viajaron a los mundiales de fútbol. En una charla a fondo con Cooltura recuerda sus inicios y cómo logró llegar al centro de la mafia que invade las canchas del país.

 

Su metro noventa podría ser una explicación de por qué Gustavo Grabia se animó a meterse en el oscuro espacio subterráneo de las barras bravas para denunciar todos sus entramados. Pero lo cierto es que haber trabajado durante veinte años en el diario deportivo Olé le dio la posibilidad de mirar a las tribunas desde abajo y por detrás. Y así llegó hasta los Tribunales para ver cómo juzgaban a la famosa barra de Boca donde pudo confirmar que el problema no era “la violencia en el fútbol” sino los negocios que los violentos hacían junto a dirigentes deportivos, políticos, gremiales y empresarios; adentro y en los alrededores de una cancha de fútbol a través de la violencia.

 

Su primer libro “La 12. La verdadera historia de la barra brava de Boca” (Sudamericana, 2009) fue el comienzo de su especialidad. Después llegaron las invitaciones para explicar este “fenómeno” en la radio y la televisión porque conoce sus caras, apodos, gestos y el prontuario de cada uno. Las audiencias empezaron a reclamar más su presencia y eso lo llevó a dejar las páginas de Olé para presentarse diariamente, de 6 a 9, junto a Ernesto Tenembaum en la FM Con Vos (104.9 en San Luis) y además es uno de los integrantes del programa de TyC Sports “No todo pasa” (lunes a viernes a las 19). Pero también es uno de los panelistas invitados de “Intratables” (América TV). Ahora su nuevo desafío es el flamante libro “Asalto al Mundial” donde cuenta la historia de todas las barras argentinas que viajaron a los distintos mundiales de fútbol donde participó el seleccionado nacional.

 

 

—¿Cuál es tu análisis sobre el fútbol argentino después de haber cubierto el fenómeno de las barras bravas durante 22 años?

 

—Para mí el gran problema es que la gente tomó para sí la cultura barra brava, entonces hoy en la cancha es normal la intolerancia y el odio hacia el rival. Porque dejó de ser un adversario circunstancial para transformarse en una persona a la que hay que aniquilar. La transformación del hincha en barra brava potencial, cuando es necesario, es lo más preocupante que yo he notado en el último tiempo. Y a partir de eso creo que hay que hacer una transformación cultural profunda para cambiarlo. Que tiene que ir más allá del combate de los capos de las barras: hay que terminar con el germen que tiene que ver con hacer un culto de la violencia, aunque la mayoría de los hinchas delegue eso en los integrantes de las barras.

 

 

—¿Qué opinás de la prohibición a los hinchas visitantes que aún está vigente?

 

—Haber aceptado mansamente esa decisión no me parece lógico. Pero a la mayoría de la gente no le importa. Ir hoy a una cancha, aunque esté llena, a mí me entristece. Porque sólo hay una parcialidad. Y lo peor es que esto no sucede en ningún otro lugar del mundo ¿Cómo puede ser que culturalmente no hayamos podido pelear contra esto? Cómo es que todavía no pudimos aislar a los violentos para volver a tener un fútbol para vivirlo entre amigos. Porque cuando yo iba a la cancha a ver a Ferro, sabía que en la tribuna del frente había algunos amigos míos también. Yo propongo una resistencia pacífica ante esto que es no ir más a la cancha por un período extenso de tiempo porque la organización del fútbol no podría soportar jugar con estadios vacíos. Todavía es una idea que no prende porque hoy es un espectáculo deportivo que se convirtió en un gran negocio con todas las miserias que tienen los negocios. Y además se juega con la pasión de todos nosotros que no queremos ver esas miserias. Yo me he enterado de partidos arreglados donde me mostraron todas las pruebas y eso era suficiente para decidirme a no ir nunca más a la cancha. Pero a la semana siguiente uno se pone la venda en los ojos y dice, bueno pero voy igual. Porque en nombre de la pasión uno perdona un montón de cosas y los dirigentes lo saben. Aunque sabemos que las estructuras del fútbol están podridas no se puede cambiar, entre otras cosas, por gente como yo que a pesar de todo a la cancha sigo yendo.     

 

 

—¿Cómo empezaste a escribir las notas sobre violencia en el fútbol?

 

—Cuando fui convocado por el diario Olé para cubrir todo lo que se consideraba espectáculo deportivo. En realidad me contrataron porque les gustaban unas entrevistas que hacía para otro medio y en principio me piden que haga eso. Pero tenía que sumarle algo más, así fue que me pidieron que editara la contratapa del diario con notas sobre la televisación del fútbol y las anécdotas de cada fecha del fútbol donde los episodios de violencia que se generaban en las distintas canchas eran parte de ese contenido. En ese momento que sale el diario, mayo de 1996, esos hechos se cubrían casi como si fueran normales.

 

 

—¿Y cuándo ese trabajo se transformó en un elemento distintivo para el medio y para vos?

 

—En marzo de 1997, cuando comienza un juicio penal contra integrantes de la barra brava de Boca que por aquel entonces lideraba el histórico José Barrita, el famoso Abuelo. Era por los crímenes de dos hinchas de River (Vallejos y Delgado), cometidos por ellos el 30 de abril de 1994 después de un clásico que se jugó en la Bombonera y que River ganó 2 a 0. Como a mí me tocó cubrirlo empiezo a descubrir un mundo secreto que el resto de los medios no contaban sobre la violencia en el fútbol. Ahí declararon como testigos empresarios, políticos, dirigentes, policías. Y lo que veías ahí era que el discurso dominante, salvo el colega de Página 12 Gustavo Veiga; que había investigado que algunos barras estaban más vinculados a los municipios, era que se trataba de los inadaptados de siempre. Y lo que descubrí ahí no tenía nada que ver con eso.

 

 

—¿Qué descubriste?

 

—Que eran tipos totalmente adaptados al sistema, que trabajaban para políticos, sindicatos y jefes de Policía. Que además tenían un negocio perfectamente montado con una verdadera organización mafiosa con roles muy bien definidos. En realidad esto fue lo que se debatió en ese juicio, más allá de los dos crímenes. A partir de ahí encontré un tema muy interesante para contar la Argentina desde un lugar más popular como es el fútbol con una organización que nadie la estaba contando: cómo eran las barras bravas y sus estructuras que se repetían en todas las canchas del país.

 

 

—¿Cuándo esa tarea de mostrar a las barras bravas empezó a ser tu trabajo diario?

 

—En la medida que los hechos de violencia se repetían con más intensidad pasó a ser noticia los siete días de la semana. La espiral de violencia que se produjo en el país en esos años también fue acompañada en las canchas. Yo soy de los que creen que la exclusión social que se produjo durante la década de 1990 y que implosionó allá por 1998, tuvo mucho que ver para la consolidación de las barras y su forma de actuar. Eso provocó que hubiera cada vez más episodios de violencia y yo en vez de contar sólo los hechos, también mostraba cuáles eran los vínculos que tenían los que generaban esa violencia con el poder político, los sindicatos, la Policía y la dirigencia deportiva; luego de lo aprendido en el juicio contra la barra de Boca. Y a partir de año 2001 se hizo todavía más fuerte porque tuve algunas diferencias con quienes dirigían el diario en ese momento y para zanjar el problema me pidieron que sólo me dedicara a los temas de violencia en el fútbol.

 

 

—Así fue que les pusiste nombre, un rostro y además publicaste el prontuario de cada uno de esos personajes.

 

—Lo que ya hacía era tratar de conocer quiénes eran los protagonistas de los hechos de violencia, qué apoyo tienen, por qué lo hicieron, cuáles eran sus vinculaciones políticas, comerciales y sociales; pero siempre dando sus nombres. Y creo que eso fue lo novedoso en ese momento. Pero te insisto que no fue un efecto buscado por mí, sino que las circunstancias me llevaron a hacerlo de esa manera. Imaginate que era lo único que hacía en el diario y por supuesto lo tenía que hacer muy bien.

 

 

—¿Cómo fue ese día en que tuviste que llamar por teléfono por primera vez a uno de los barras más pesados para pedirle una declaración? ¿En qué cosas pensaste mientras marcabas el número?

 

—Yo me di cuenta rápido de dos o tres cosas que tenía que hacer para poder hablar con esa gente. Y creo que el éxito que tuve fue que siempre me puse a la altura de ellos, eso quiere decir que yo juntaba el mismo caudal de información que ellos manejaban porque eso me permitió no dejarles pasar ninguna información que no fuera real o estuviera chequeada. Cuando los llamaba yo sabía todas las causas judiciales que tenían y eso, aunque parezca raro, les daba confianza porque me decían, me va a entrevistar alguien que conoce toda mi vida. Por eso digo que estaba en un pie de igualdad. Y las otras dos cosas fundamentales fueron que yo nunca me metí con la vida privada de los barras aunque conocía varios datos escandalosos. Y lo otro fue nunca dar un paso atrás: cuando me amenazaban yo les redoblaba la apuesta y les decía, bueno; veamos qué podés hacer. Por supuesto que nunca los invité a pelear (se ríe). Y sobre esto recuerdo que Rafael Di Zeo (actual jefe de la barra de Boca) cuando algunos colegas de otros medios le preguntaban por qué me daba las notas mano a mano a mí, él contestaba: “Porque él tuvo los huevos suficientes para venir a verme cuando estaba prófugo, con los ojos vendados a un lugar desconocido donde yo estaba con cuatro de los míos y empezó la nota diciéndome que era un delincuente por esto, esto y esto otro. Yo lo miraba y pensaba, este pibe está loco”. Y a partir de ahí nos empezamos a respetar.

 

 

—¿Cómo te fue con las otras partes involucradas?

 

—En general me fue bastante peor. Las amenazas más fuertes que tuve me llegaron de la Policía. Los dirigentes deportivos son tremendos; igual que los políticos, que cuando uno los descubre lo primero que hacen es ir a pedirle a las autoridades del diario que me echen. Y lo más gracioso es que vos los ves todos los días pontificando contra la violencia y son los primeros en pedir tu cabeza cuando los nombrás. Son gente complicada, pero yo siempre conté con el apoyo de Olé. Yo no hubiera podido hacer todo ese trabajo en un medio barrial porque no hubiera durado nada. Lo hice desde el Grupo Clarín que es el más importante porque cuando pasaba una crisis me decían, `dale descanso dos días y volvé a publicar´. Tuve siempre una protección.

 

 

—¿Cuándo y cómo surgió la idea de publicar el libro sobre la historia de la barra brava de Boca?

 

—Ezequiel Fernández Moore me propone hacer una investigación sobre la violencia en el fútbol en general en la Argentina para una colección que saldría con el periódico Le Monde Diplomatique. Pero yo le dije que eso era mejor que lo hiciera un sociólogo. A mí me gustaba más contar la violencia pero con datos crudos y ahí nos pusimos a pensar. Tampoco podíamos hacerlo sobre todos los clubes porque sería muy extenso, entonces le propongo centrarnos en la más popular de las barras que era la de Boca. Me dio el okey y escribí el libro para ellos. Pero justo ese año Mauricio Macri estaba en campaña para ser jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires por primera vez y el medio me pidió que los dos capítulos que contaban el crecimiento de la barra durante la gestión de Macri como presidente de Boca no salieran y yo me negué. Ezequiel, cuando presentó la colección con los otros libros y autores, igual me invitó y contó públicamente que el mío estuvo pautado pero que no iba a salir. Al tiempo la editorial Sudamericana contrata al periodista Marcelo Panozzo para que publicara una serie de libros de no ficción y cuando terminó el convenio con Le Monde, que por dos años no me dejó publicarlo en ningún otro lado, lo pude sacar con ellos.

 

 

—¿Cuánto tiempo te llevó hacerlo?

 

—Bastante, porque yo tenía toda la historia desde 1996 en adelante que fue cuando me puse a trabajar en Olé. Escribirlo me llevó unos ocho meses, pero el trabajo de investigación y entrevistas llegó a ser de dos años. Porque conseguir todas las causas judiciales que esa barra tiene abiertas por todo el país no fue fácil. Y recuerdo una en especial que me costó mucho conseguir por un enfrentamiento en Desaguadero en el año 1994, que estaba radicada en la Justicia de Mendoza y diez años después descubrí que terminó archivada y sin ninguna condena.

 

—Vos también cubriste el juicio a la barra de River cuando los jefes eran los hermanos Alan y William Schlenker, ¿tenés pensado hacer un libro con eso?

 

—La editorial me lo ha ofrecido siempre pero lo cierto es que yo quise descansar de esta temática para no quedar encasillado. En ese momento hubiera sido perfecto sacarlo porque yo tenía un montón de información. Y a diferencia de aquel otro juicio a José Barrita en este expediente había muchos datos que yo había investigado para el diario y me había convertido casi en un testigo estrella de la fiscalía. Tanto que la acusación del fiscal Ariel Pellegrino y su pedido de condenas estuvo basado en varios de mis testimonios. Que además era información bastante diferente a lo que planteaba la querella. Tanto que varios de los barras de River me dijeron después del fallo que gracias a lo que planteó la querella, ellos se vieron beneficiados porque en realidad el que tenía los datos más duros contra ellos era yo. Pero el Tribunal tomó en cuenta los pedidos de la querella. Creo que eso será motivo de un libro que todavía puede salir.

 

 

—¿Y terminaste otro nuevo por estos días?

 

—Sí, ya está llegando a las librerías y en abril lo presentaremos en la Feria del Libro de Buenos Aires. Es la historia de las barras argentinas que participaron en todos los mundiales de fútbol. Como yo cubrí los campeonatos desde Francia 98 en adelante, tengo todos esos datos en mi archivo. Después tuve que investigar los anteriores. Las historias más interesantes fueron la del mundial España 1982 que al final no terminó viajando, pero cuento cómo se armó esa barra que en realidad era un grupo comando que tenía la orden de ir a violentar a los exiliados que se iban a manifestar en contra de la dictadura militar que gobernaba nuestro país. También conseguí testimonios de la barra de nuestro Mundial de 1978 que estaba infiltrada por la Policía en plena dictadura también y cuáles fueron los policías que se metieron en las distintas barras para evitar que intentaran trabajar junto a las organizaciones armadas revolucionarias de aquellos años porque había dos de ellas que tenían más cercanía hacia el Peronismo Revolucionario. Eso fue lo que más me interesó investigar. Y después está la historia de cómo eran las `proto barras´ de los mundiales previos como Inglaterra 1966 o Alemania 1974.

 

Grabia empezó su carrera como profesional en 1990 como cronista de Espectáculos en las editoriales Abril y de García Ferré, también en la revista 13/20 donde comentaba los recitales más importantes que se hicieron en Buenos Aires en esa década y más tarde lo hizo en los diarios La Razón y El Expreso. Quizás de esa época atesora otra de sus grandes pasiones que es la escritura de ficción, algo que después pudo concretar con los libros “Disquisiciones sobre la habilidad (y otros relatos)” y “El Club del fin del Mundo” (y otros cuentos futboleros); ambos de “Ediciones al Arco”, una experiencia que lideraron dos periodistas deportivos que en 2001, cuando el país estaba sumido en una gran crisis política, económica y social; funcionó como una válvula de escape para esa generación de cronistas que hoy camina con cincuenta años de edad.

 

Pero los que conocen a Gustavo desde su infancia saben que su mayor logro fue haber escrito junto a Pablo Caballero, Andrés Gómez Franco y Darío Gurevich el libro “100 años de Ferro Carril Oeste” (Al Arco, 2004). Esa hazaña lo tuvo como protagonista en un tiempo donde la institución estaba en proceso de quiebra y una jueza era la encargada de administrar lo que en la década de 1980 fue un modelo y ejemplo de sociedad deportiva sin fines de lucro, donde miles de socios generaron campeones con historias que todavía perduran en ese libro verde con la locomotora como insignia. Y para lograrlo tuvo que convencer a los editores Marcos González Cezer y Julio Boccalate que además invirtieron sus aguinaldos para imprimir los 1.500 ejemplares que hicieron justicia con la epopeya del club del barrio de Caballito.

 

 

—¿También publicaste algunos cuentos?

 

—A mí me gusta más escribir textos de ficción que los periodísticos, pero lo cierto es que no tengo tanto talento para vivir de eso. Si mis cuentos se hubieran vendido bien, hoy sería más feliz y tendría una vida mucho más plena. Lo cierto es que estoy orgulloso de esos libros de ficción donde participé junto a otros colegas. El primero se vendió muy bien pero el segundo fue un poco menos. Aunque no son muy populares me permitieron hacer algo que me gusta y además lo hice en un momento donde sentía que el país se desmoronaba, que fue entre 2001 y 2003. Aproveché para poner todas mis ideas de aquel tiempo en esos cuentos. Y el mayor orgullo que tuve fue que uno de ellos fue elegido por el “Negro” Roberto Fontanarrosa como el mejor en un concurso de nuevos autores. Otro halago que conseguí fue haberle llevado otros a Alejando Dolina y al tiempo me hizo un prólogo súper elogioso y hasta los leyó en su programa de radio. Eso dos episodios para mí fueron geniales.

 

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