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Dos artesanos que apuestan por los juguetes tradicionales

Tienen propuestas por separado. Miselli confecciona pelotas para chicos y Dorso, crea masas atóxicas.

Por redacción
| 06 de mayo de 2018
Pasión familiar. Los Miselli reciben pedidos de instituciones y vecinos. Foto: Héctor Portela/Gentileza

Néstor Miselli y Adriana Dorso son dos emprendedores que apuestan por mantener vivas la interacción y la imaginación en niños y en otros no tanto. Lo hacen a través de la creación de elementos que ponen en juego el cuerpo y la mente. El primero confecciona pelotas de fútbol, uno de los primeros juguetes conocidos en la historia de la infancia. Mientras que la segunda, inventó un mundo de colores y formas a través de masas atóxicas. Por medio de técnicas personalizadas y muy cuidadosas, ambos le hacen frente a la industrialización y a la nueva era tecnológica.

 

Néstor trabaja junto a su hijo Gastón desde hace dos años. En el fondo de su casa ubicada en el barrio Pablo Díaz, montaron un estrecho taller donde tienen un equipo de maquinarias que adquirieron en Buenos Aires. Allí nació "El Potrero", su marca. En esa habitación rosa, trabajan día y noche diseñando con sus propias manos los pedidos que llegan desde clubes hasta particulares.

 

“Cuando comenzamos no fue fácil, fue a base de prueba y error. Pero con el tiempo aprendimos y mejoramos la técnica”, contó Néstor.

 

El armado les puede llevar tres días hasta llegar al resultado final, un proceso que se divide en cuatro etapas. La primera consiste en armar la cámara que va por dentro. Padre e hijo se encargan de inflarlas y dejarlas un día entero para asegurarse de que estén en condiciones. El segundo paso es el mallado, que consiste en cubrir la circunferencia con hilo de algodón, una tarea que requiere de una dedicación especial. Gastón es quien se encarga de ello, porque, aseguró el mismo Néstor, su papá es de muy poca paciencia. Esta etapa además les demanda 24 horas. Luego sigue lo que ellos llaman el “bañado”: tienden las pelotas en un sistema de hilos y les arrojan látex líquido, un material similar a la plasticola. “Después tenemos que secarlas, lo hacemos manualmente. Cuando entramos en la recta final necesitamos que el clima sea bueno porque si no, nos lleva unos cinco días”, señaló.

 

Miselli es director técnico y estuvo a cargo de su propia escuela de fútbol para niños. Pero durante gran parte de su vida trabajó en una fábrica. Hace dos años se quedó sin trabajo y decidió explotar su costado como dirigente. Fue  entonces que se animó al diseño de la "redonda".

 

Néstor resaltó que el fútbol sigue causando furor, y eso lo reflejan las ventas. “No va a dejar de existir nunca, una pelota es lo primero que se piensa a la hora de hacer un regalo. De todas maneras no hay que negar que lo digital atrapa mucho a los niños. Yo recuerdo que en mi infancia jugábamos a los autitos, el trompo, el barrilete y eso hoy no se ve. Más allá de que la pelota no dejará de existir porque se usa para el deporte en sí, los jóvenes optan por los celulares o las computadoras”, consideró el dirigente.

 

Por su parte, Adriana se destaca en un rubro completamente diferente, pero coincidió con los Miselli en que, a pesar de que la moda está puesta en la tecnología, los juegos tradicionales siguen llamando la atención.

 

La artesana comenzó con la creación de masas atóxicas Mazukka Partys hace unos diez años. El interés por el material que es similar a la plastilina, nació justamente en su afán de querer incentivar a sus hijos a que utilicen juegos didácticos que pongan en jaque su creatividad. “Me gustaba la idea de que ellos jugaran, pero utilizando la imaginación. Quería que usaran algo que los incentivara a crear formas, colores. Hoy se ha dejado de lado eso”, sostuvo.

 

Al poco tiempo, las masas comenzaron a ser un éxito y fue cosechando compradores, entre ellos, algunos jardines de infantes. “Las consumen mucho no sólo porque se pueden hacer muchas cosas con ellas, sino porque son artesanales y no contaminan”, destacó.

 

Adriana arma los pedidos en la cocina de su casa, la misma que comparte con sus dos hijos adolescentes. Usa harina, agua, sal y colorantes. Pasa horas amasando y dándole forma a cada montículo colorido que después utilizan cientos de chicos. Las seca en el microondas y ya están listas. Entre risas contó que en varias ocasiones sus hijos se acercan y se llevan un pedazo de masa para jugar. “A veces han venido con los amigos a comer y ellos mismos me han pedido que les traiga algún pote para entretenerse”, dijo.

 

Para Dorso, el producto que comercializa no sólo sirve para que los pequeños no pierdan el contacto con lo tradicional, también mejora la relación y la interacción entre ellos y el mundo que los rodea. “Lo veo mucho cuando llevo masas a los jardines. Los alumnitos vienen y se sorprenden cada vez que las ven. Les incentiva a compartir, jugar y divertirse mucho. Creo que también es tarea nuestra, como papás, que le demos esa chance de mantener fresca la capacidad de ponerse a prueba y conocer cosas nuevas”, señaló. 

 

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