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El Mundial bajo la alfombra

Los hinchas más fanáticos del fútbol y el presidente ruso, Vladimir Putin, tienen algo en común: el entusiasmo por la copa del mundo que se disputará en ese país. Los motivos son muy diferentes: poco amante del fútbol, el mandatario tiene claro que el mundial representa una oportunidad de mostrar Rusia a su imagen y semejanza.

Por redacción
| 13 de junio de 2018

Basta un solo dato para graficar la importancia deportiva –y principalmente políticade los mundiales de fútbol: la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) cuenta con más miembros que la Organización de Naciones Unidas, la única institución supranacional que se jacta de contar con la voz y el voto de la mayoría de los países del mundo. Sin embargo, la FIFA reconoce entre otros a Taiwán, Hong Kong y Palestina, territorios que buscan su independencia pero que aún no cuentan con el reconocimiento de toda la comunidad internacional. La reafirmación de su autonomía llegó, pues, mucho antes para el deporte.

 

Eso significa además que millones de personas de diferentes países, regiones y territorios del mundo, reconocidas o no, estarán mirando a sus representantes durante el torneo. Sus jugadores, periodistas, diplomáticos, funcionarios y empresarios visitarán Rusia quizás por primera vez, y eso es algo que Vladimir Putin tiene muy en cuenta.

 

Más allá de la promoción del deporte en su país, el campeonato es una enorme vidriera hacia el resto del mundo. Qué y cómo se exhibe será el desafío principal para un Estado que todo lo ve y todo lo controla.

 

 

 

La Rusia del Mundial, la Rusia de Putin

 

Si hay algo en lo que se ha esforzado el presidente ruso en hacer creer a su país y al mundo en general es que Rusia no es posible sin Putin. No al menos la Rusia grande y poderosa de los años de la Unión Soviética, esa con la que aún sueñan sus ciudadanos con restablecer.

 

El férreo control del Kremlin -y principalmente del presidente- en todas las esferas de poder hace imposible el análisis de la situación rusa sin tener en cuenta su rol fundamental. Y la Rusia donde se disputará la Copa Mundial de fútbol es, nada más y nada menos, que la Rusia de Putin.

 

Alternándose entre el papel de presidente y primer ministro, y en el poder desde 1999, Vladimir Putin supo ganarse el apoyo de gran parte de la sociedad y convertirse en el salvador de una Rusia devastada en todos los ámbitos.

 

Logró, en algún punto, estabilizar un país cuya economía era controlada por un grupo de empresarios que mediante la evasión y algunas maniobras ilegales dejaban al fisco sin recursos y dominado por gobiernos regionales que, en algunos casos, se regían por leyes contrarias a las normativas nacionales. Y si bien el método de combate del presidente no fue del todo limpio, ya que muchos empresarios y líderes opositores terminaron presos o en el exilio (incluso muertos en circunstancias sospechosas), la disminución de los índices de pobreza (que bajó 20 puntos con respecto a los primeros años postsoviéticos), el crecimiento de la economía y el aumento de los salarios, explican en cierta medida el amplio margen con el que el actual mandatario volvió a ganar las elecciones en marzo, con más del 70% de los votos.

 

Pero su permanencia en el poder no es sólo una simple consecuencia de esos hechos. La censura hacia la oposición, los medios de comunicación e incluso las páginas de internet –existe una lista negra en el país que justifica la prohibición de algunas de ellas- y la fuerte represión a las manifestaciones en contra del orden establecido, no dejan muchas más opciones al pueblo ruso.

 

Vladimir Putin, erigido por convicción o por imposición como el hombre imprescindible para Rusia, sería el único capaz de salvar al país en lo interno y de devolverle a la nación su papel como gran potencia en la arena internacional. Y en esto, el Mundial de Fútbol tiene mucho que ver.

 

 

 

Las ventajas de ser anfitrión

 

A pesar de estar siempre en boca de los medios internacionales, Rusia es un país aislado. En 2014, la anexión de Crimea -un territorio disputado entre Rusia y Ucrania- y la intervención rusa a favor de los movimientos separatistas ucranianos, terminó en la imposición de una serie de sanciones económicas por las que los Estados Unidos y la Unión Europea bloqueaban el comercio de sectores claves de la economía rusa y restringían su posibilidad de acceso a créditos internacionales. Lejos de mejorar, la situación internacional de Rusia volvió a verse afectada por una serie de hechos recientes. Los supuestos ciberataques de espías rusos durante la campaña de Donald Trump y de Hillary Clinton, la intervención rusa en el conflicto sirio a favor del presidente Bashar al-Assad y el envenenamiento del ex espía ruso Sergei Skripal en Londres (tras el que Reino Unido decidió no enviar a ninguna autoridad al mundial) no hicieron más que profundizar el aislamiento.

 

En un mundo cada vez más globalizado, Rusia debe necesariamente estrechar lazos con otros países. Y si el objetivo de Vladimir Putin es hacer grande y estable a su país, no basta con aumentar su injerencia en los asuntos internos de otras naciones e incrementar el gasto militar: Rusia debe limpiar su imagen para conseguir nuevos aliados económicos y diplomáticos. Es precisamente esa consigna la que hace de la Copa del Mundo una gran oportunidad para el gobierno ruso.

 

Todo bajo control

 

Tal vez el de Rusia será el Mundial más controlado de la historia. Bajo un gobierno que todo lo supervisa, no se podría esperar menos. La pregunta ahora es si el presidente ruso está preparado para todo aquello que no podrá controlar.

 

Así como el torneo representa una oportunidad de mostrar una Rusia próspera y feliz, los sectores descontentos de la población también podrían aprovechar la ocasión para hacer saber sus reclamos al mundo entero. El control de los medios de comunicación funciona bien a nivel interno, pero el gobierno de Putin difícilmente pueda negociar lo mismo con todos los periodistas extranjeros. A eso se suman otros peligros incontrolables: los hinchas rusos (o por lo menos su facción más violenta) y las amenazas externas, como las que la organización terrorista Estado Islámico prometió cumplir durante la competencia. Si bien se extremaron las medidas de seguridad al respecto, nada garantiza que esto detenga su accionar.

 

Así el panorama, y en un clima de hipercontrol, las cosas pueden descontrolarse como nunca antes, por lo menos en estos últimos 18 años en Rusia.

 

Apariencias que engañan

 

Por lo menos en lo que sí está a su alcance, Rusia tiene todo preparado para el Mundial de Fútbol que comienza en los próximos días. Y no sólo los estadios y toda la infraestructura necesaria, también la vidriera de un país próspero, fuerte, limpio y democrático.

 

Las órdenes en este sentido fueron bien claras. La Policía debe comportarse, en palabras de Putin, con “cuidado y sensibilidad”, algo que no suele hacer en las manifestaciones en contra del gobierno. Las industrias contaminantes deberán suspender todas sus actividades durante un mes, aún en lugares lejanos a los estadios en donde se disputarán los partidos. Las órdenes incluyeron también el exterminio de perros y gatos callejeros con tal de mostrar ciudades impolutas.

 

Rusia deberá estar limpia de culpa y cargo, así como la imagen de Vladimir Putin a nivel mundial.

 

Una idea poco original

 

La distracción y los beneficios que puede proporcionar en materia política el Mundial de Fútbol a un gobierno no son exclusivos de Rusia. Varios ejemplos, a lo largo del mundo, dan cuenta de que este tipo de campeonatos es utilizado para conseguir rédito político.

 

En tiempos complejos a nivel interno, la atención centrada en el ámbito deportivo es verdaderamente útil. Así fue durante los mundiales que organizó y ganó Italia en 1934 y volvió a ganar en Francia en 1938 bajo el gobierno de Mussolini, y durante el mundial de 1978 bajo el gobierno de Jorge Rafael Videla en Argentina. En ambos casos aún persisten las sospechas de campeonatos arreglados para acallar a una opinión pública descontenta, y con mucha razón.

 

El mundial de Rusia podría ser, para muchos, una oportunidad de mejorar considerablemente la imagen de Vladimir Putin. Así lo vieron diplomáticos del Reino Unido, que compararon el evento deportivo de este año con lo que significaron los Juegos Olímpicos de 1936 para Hitler en Alemania.

 

Limpiar la imagen de un gobierno o distraer a la opinión pública no es la única función política para la que se utilizaron estos tipos de competencias. Durante la Guerra Fría la rivalidad entre la URSS y los Estados Unidos no sólo se limitó a los ámbitos político, económico y militar: también alcanzó a las disciplinas deportivas.

 

Este será el primer Mundial disputado en Rusia, pero no el primero en el que política y deporte se relacionan de manera estrecha. El deporte como instrumento político para calmar las aguas o para “purificar” imágenes, y la política a través del deporte como demostración de poder.

 

El tiempo dirá si esta vez los costos de organizar un campeonato de semejante magnitud se justifican con el fortalecimiento internacional de un presidente que supo –y sabe- controlar al país más grande del mundo.

 

 

Nota de Agustina Bordigoni

 

 

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