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La “Venecia del Norte”

San Petersburgo es atrapante por sus majestuosos palacios e iglesias; también por sus ríos y canales, que la hacen una ciudad particular. 

Por Maximiliano Molina
| 28 de junio de 2018
San Petersburgo y la magia de sus aguas. Más de cuatrocientos puentes cruzan sus ríos y canales. Es la segunda ciudad más poblada de Rusia. Fotos; Nicolás Varvara

Tras una noche que no fue tal, ya que nunca oscureció, San Petersburgo amaneció nublada, con una brisa fresca que invitaba a salir a recorrerla con un abrigo. A esta urbe, ubicada en el delta del Río Neva que termina en el Mar Báltico, se la conoce como la “Venecia del Norte”, ya que tiene más de cuatrocientos puentes que cruzan sus canales y ríos.
La primera sorpresa de esta ciudad que cuenta con más de 5 millones de habitantes —la segunda más poblada de Rusia— fue el subte. La escalera mecánica de la estación Vasileostrovskaya para llegar hasta el andén tardó 2’05”. Con la particularidad de que al momento de subir se abren dos puertas: una hermética de la estación y otra de la formación. Tras un viaje corto en una unidad súper moderna llegamos al centro y su avenida principal: la Nevsky, ancha, muy transitada, colmada de comercios, bares y restaurantes, llena de gente y de agentes turísticos que ofrecen excursiones por altoparlantes. Y por supuesto, con argentinos que caminaban de un lado a otro.
San Petersburgo tiene una gran historia. Pedro “El Grande” fundó, diseñó y planificó la creación de espacios públicos y el puerto. Fue capital del Imperio Ruso durante dos siglos (1712 a 1914), luego se llamó Petrogrado y en 1924, tras la creación de la Unión Soviética y el fallecimiento de Lenin —seudónimo de Vladimir Ulianov, figura clave de la Revolución Bolchevique—, pasó a llamarse “Leningrado”. Tuvo ese nombre hasta 1991, cuando fue renombrada como San Petersburgo.   
Harían falta muchos días para visitar cada rincón de esta sorprendente urbe. Pero por algo hay que comenzar y el equipo de El Diario lo hizo por la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, construida en el sitio donde asesinaron al zar Alejandro II en 1881. Actualmente está siendo reparada en su parte más alta, pero ese detalle no impide apreciar la belleza de esta iglesia ortodoxa. Ingresar sale unos 110 pesos argentinos.  Su interior no tiene desperdicio. En los alrededores hay puestos de artesanos, muy preparados para el turismo, ya que dicen los precios de acuerdo al idioma del cliente. 

 

 

 

Un paseo por sus canales
Y a la “Venecia del Norte” había que conocerla desde el agua. En una embarcación de unos sesenta pasajeros, por unos 450 pesos se puede hacer un tour de una hora y media por los principales canales y ríos. En algunos puentes hay que agacharse un poquito porque el barco pasa demasiado cerca. 
Se recorren el canal Griboyedova y los ríos Morka y Fontanka, también canalizados con piedras de gran tamaño. La primera impresión es que los edificios son distintos a Moscú, quizá más parecidos al resto de Europa. Están muy bien mantenidos, pintados en su mayoría en colores pasteles, y llama la atención que a lo largo del recorrido son pocos los balcones con flores o plantas. Eso sí: sus rejas tienen un trabajo increíble. 
La embarcación avanza y en las calles algunos locales y turistas, apoyados en las barandas, miran el paso de las embarcaciones como si fuera un pasatiempo. Algunos saludan, otros sacan fotos. De repente aparece la Catedral de San Isaac, sencillamente imponente, a la cual se puede acceder hasta su balcón, desde donde puede verse toda la ciudad. 
Los puentes van pasando uno a uno, algunos con estatuas increíbles en sus costados. Hay leones, caballos, todas con un trabajo artesanal fantástico. El sol del mediodía pegaba fuerte pero por momentos se escondía, y sumado a la brisa que viene del Báltico, invitaba a ponerse un abrigo. Llegó el final del momento turístico y quedaron muchos lugares pendientes por conocer, entre ellos el Hermitage por dentro. Pero Argentina puede volver a esta ciudad si alcanza las semifinales, por lo que la ilusión de seguir recorriendo San Petersburgo sigue firme.
Era hora de ponerse nuevamente el chip Mundial, con la satisfacción de llevarnos muchas imágenes que serán inolvidables de “Pety”, tal como le dicen los rusos a esta ciudad. 

 

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