SAN LUIS - Domingo 19 de Mayo de 2024

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Los Sánchez, pasión por producir dulces

Son de San Francisco de toda la vida, aunque el hijo probó su amor por la docencia en la Patagonia. Hacen mermeladas y escabeches, cultivan flores y crían animales de granja.

Por Marcelo Dettoni
| 27 de octubre de 2019
Padre e hijo. Carlos Eleuterio comenzó cuando todo era monte de piquillín, luego su hijo Carlos le agregó producción en la cocina.

Carlos Sánchez tiene uno de los puestos más reconocidos en la Feria de Pequeños y Medianos Productores. Se debe a que cultiva papa del aire o chayote, una especialidad rara, que llama la atención por su forma, que poco tiene que ver con las papas que todos conocemos. Tiene hojas grandes, ásperas y forma de corazón, además de frutos que pueden pesar hasta medio kilo cada uno.

 

Por eso los visitantes que pasean por el Parque de las Naciones o el Parque Costanera de Villa Mercedes en cada edición suelen detenerse, tocarlas y preguntar de qué se trata. Sánchez, un comerciante avezado, aprovecha y hace otros negocios, ofreciendo una gran variedad de mermeladas y productos que prepara en la enorme casona familiar que tiene en San Francisco del Monte de Oro.

 

Este cronista también se sintió atraído por la papa del aire, trabó relación con el productor y lo visitó en su establecimiento, que justamente se llama Monte de Oro, para hacerle honor a su pueblo natal. El terreno y la casa están en una calle lateral de tierra, la vieja entrada a San Francisco desde el norte, a unas cinco cuadras del casco céntrico. Es una construcción histórica, de esas que antes componían parte del campo cuando el pueblo era mucho más chico y tenía más desarrollada la Banda Sur, donde está la primera "escuelita" que creó Domingo Faustino Sarmiento y es un faro de atracción para los turistas.

 

Carlos nos recibe con ropa de fajina, una remera gastada y pantalones que denotan que el trabajo de cosecha y fabricación es duro de sobrellevar. Al pie del cañón siempre están sus papás, que realizan las tareas diarias como si no tuvieran 81 y 79 años. Pero es imposible que Carlos Eleuterio y María Luisa se queden quietos, nacieron trabajando y así seguirán para siempre, no conocen otro idioma.

 

Carlos lo sabe y respeta ese mandato familiar, aunque a veces le gustaría que no arriesguen tanto el físico entre las plantas y los cultivos. “Un resbalón, una manguera que se enreda y sonamos… ¿pero quién se los hace entender?”, dice en voz baja, para que ellos no lo escuchen y comiencen a refunfuñar. Sobre todo María Luisa, que tiene un carácter indomable e incluso está algo enojada porque el cronista llegó más tarde de la hora pactada y entonces le esquiva a las fotos, como una forma de castigo encubierto.

 

La cita del potencial tropezón no es casual. María Luisa luce una rodilla lastimada y un vendaje en la mano derecha, que está hinchada. “Se cayó pelando patos”, reconoce el hijo, pero ella apunta a un enredo casual con una bolsa, no dando el brazo a torcer. Carlos contraataca con un “tienen 18 de presión y comen queso rallado, son incurables”, pero ella siempre tiene una respuesta, en este caso contundente: “Alcahuete”, le espeta con una sonrisa, la primera y única que nos regalará en toda la visita.

 

Los Sánchez tienen tres quintas, porque la casa que Carlos comparte con su esposa Miriam y su hija Anita también tiene frutales y hortalizas por doquier. Y además hay una más allí mismo en San Francisco, que pertenece a su hermana Ana. Son productores de alma, sin dudas. Nosotros recorremos la original, la de sus padres, donde cuelgan alcayotas en bolsas de red y las famosas papas del aire que son su orgullo. “Vendí más de 12 mil kilos, hasta hice escabeche con ellas”, cuenta Carlos con una sonrisa de satisfacción.

 

En la que ocupan sus padres crecen damascos, ciruelos, perales, membrillos, papas del aire, durazneros y hasta bananeros, aprovechando el calor del norte de San Luis. “Todo está bajo la supervisión de mi mamá”, dice, descartando que el cronista ya lo debió haber intuido de antemano. En su propia quinta cultiva higueras, naranjos, moras, parrales y están las colmenas de las que extrae miel de buena calidad. “El tercer lote, el de mi hermana Ana, está en la Banda Sur. Ella se dedica más a la huerta, con verduras y hortalizas, pero también fabrica miel”, amplía el dueño de Monte de Oro.

 

Y la tradición parece que va a continuar, porque su papá es especialista en hacer licores con las frutas y las recetas ya están en poder de su hija, que comenzó a replicar los elixires con mano maestra.

 

Al menos es lo que asegura con orgullo su papá, que es el que los comercializa en la Feria de Pequeños y Medianos Productores. “El alcohol lo extraen del pomelo colorado, parece que fuera de mandarina. Es bien ácido y fuerte”, describe.

 

Además, Carlos tiene otro motivo para hinchar el pecho con Anita, ya que fue elegida Reina de los Artesanos y él no perdió la oportunidad de exhibir el diploma y una foto en la que se la ve con cetro y corona.

 

Claro que no siempre los tiempos fueron apacibles y con trabajo como para subsistir con holgura. En los ’90 tenían patos, chanchos y conejos, también panales de abejas que debieron vender cuando se vino la crisis de 1994, una de las tantas que sufrió la Argentina. “Mi hermana Ana y yo nos fuimos a Mendoza, porque el negocio no daba para toda la familia. Trabajé en una chacra para aplicar mis conocimientos, también fui soldador, todo mientras estudiamos los dos para recibirnos de maestros. Con el título en la mano, yo me fui a Fortuna, en el sur de San Luis, y después a Chos Malal, en el norte de Neuquén, en el medio de la nada, con la cordillera de fondo. Una gran experiencia de vida en una escuela rural”, recuerda Carlos.

 

Sus padres tampoco la tuvieron fácil en los comienzos. “Tenía el terreno, pero me alcanzó para hacerme una piecita de 3x3 cuando me casé. Esto era un páramo de talas, álamos y piquillines. Fuimos creciendo de a poco, con mucho trabajo”, recuerda don Carlos, que no para de trabajar: retoca una maceta, mueve una bolsa, riega, hace de todo a su ritmo y con seguridad.

 

 

Un vergel en San Francisco

 

Los Sánchez son de San Francisco desde siempre. “Mi abuelo vivía en la quebrada de Socoscora”, recuerda Carlos mientras oficia de guía por los estrechos pasillos que dejan los cultivos que están a un lado y al otro en cada recoveco del enorme terreno. Está todo a la vista desde la calle, pero luego las plantaciones se internan hacia la parte de atrás de la casona y el galpón de fabricación. El riego parece ser permanente según denotan las baldosas mojadas y el olor a tierra húmeda que penetra por los sentidos y da sensación de placer.

 

El agua llega por un canal al aire libre, de esos que abundan por todo San Luis y son alimentados por acueductos, más un pozo que hicieron hace varios años y que solo utilizan cuando la escasez es muy grande. Para hacerlo se valen de una bomba, por lo que no les falta el líquido vital para sostener la agricultura.

 

En todo el perímetro hay una cortina de álamos, una de las ideas ingeniosas de papá Carlos, quien los plantó hace muchos años y hoy protegen del viento que a veces viene de las sierras y amenaza arrasar con todo. “Es una técnica de agroforestación que está muy difundida en el sur, en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, donde tienen que conservar en pie los manzanos y los perales de los fuertes vientos patagónicos”, describe el dueño de casa, quien asegura que a veces las ráfagas llegan a mover las bolsas de red que contienen las alcayotas colgadas de los caños que recorren la finca y muchas veces dan sostén a las parras.

 

Esos álamos, además de su función de custodios de las inclemencias del tiempo, también dan sedimento a las hojas, una sustancia que alimenta las plantas. Y de paso, cuando se enciman demasiado y hay que talar alguno, tienen una madera muy útil para armar los cajones que luego contendrán los tarros de mermelada, o bien servirán para armar las colmenas y guardar la miel.

 

La revista El Campo llegó en una época de baja producción, momentos ideales para la poda y la limpieza del predio, una forma de tomar impulso para arrancar con todo una vez que la primavera ya está estabilizada en cuestiones climáticas y comienzan las lluvias estivales en San Luis. Se ven fuentones para poner almácigos, algunos que ya lucen plantas de invierno o anuales, como lechugas, albahacas, cilantros y acelgas, que servirán para agregar un toque distintivo a algunas creaciones o para el consumo familiar.

 

También hay matrices para hacer crespones, levantar los nísperos y darle desarrollo a las higueras. Y por el camino dominan los aromas de los nardos, los coloridos tulipanes, los lirios, magnolias, fresias y dalias que son el orgullo de María Luisa. También hay tilos, siempre verdes, laureles y nísperos al por mayor. Además, es el único establecimiento que hace fruta seca (pelones y orejones) para compota, todo descarozado, al estilo mendocino.

 

Da la sensación que los Sánchez no necesitarían salir a comprar nada, y quizá sea así porque en la parte delantera de la casa también tienen un almacén con verdulería, así que todo está contemplado en ese pequeño mundo de la agricultura familiar. “La atienden mis papás, aunque estamos un poco lejos del centro vienen muchos turistas, porque el boca a boca corre rápido”, dice Sánchez.

 

Pero no solo hay plantas en Monte de Oro, también algunos animalitos que agregan diversificación a la oferta. En un galpón se ven jaulas con conejos de muchas razas. “Tenemos unos cien, que vendemos faenados o bien vivos, a gusto del cliente”, asegura Carlos, que también cría patos y gansos que se encargan con su ruidos de alterar un poco el horario de la siesta, aunque la casona es grande y los vecinos quedan un poco lejos. “Logré colocar muchos en la feria que el Ministerio de Producción hizo en Merlo, no me preguntes por qué, pero fue así. En San Luis y Villa Mercedes no tienen salida”, agrega con simpleza.

 

En la corrida también nos topamos con gallinas que andan libres por los pasillos, seguidas por algunos pollitos. Tiene ponedoras y otras de un negro brillante, producto de su cruza con la raza Orpington. Unos metros más hacia el fondo se ve un invernadero que sirve para proteger las plantas de verano en las épocas en las que aprieta el frío y, al lado, la cocina de la que salen los dulces tan valorados en la provincia.

 

Es a leña, porque en esa zona no hay gas natural y las garrafas están caras. “Con toda la madera que hay acá, ese no es problema, hay que cuidar el nivel de fuego nomás”, asegura Carlos.

 

La cocina es amplia, con estantes y utensilios varios. Hay un tacho con cal para los dulces y una olla que tiene más de 50 años, que ya dejó de usarse en la producción y ahora contiene polenta para los perros. “Fuimos evolucionando, comenzamos con esta de hierro, después pasamos a las de bronce, pero le cambiaban el color al dulce, hasta que pudimos llegar al acero inoxidable actual”, recorre el productor un largo camino de crecimiento, en el que también se nota la inversión.

 

 

Elogios para la feria

 

Sobre la Feria de Pequeños Productores, su opinión no difiere de la de la gran mayoría de los que tienen un puesto allí. Cree que es un gran canal de comercialización, que los ayuda de buena manera a colocar su producción y los ayudó a crecer en volumen gracias a lo que recaudan y a la confianza que tomaron edición tras edición. “No es solo la gente que va a comprar al puesto en San Luis, Villa Mercedes o Merlo, nos pasa mucho que luego ese mismo cliente viene acá, a San Francisco, bien porque le di una tarjetita con la dirección o simplemente para saber qué más tenemos y cómo producimos”, dice el productor con satisfacción.

 

Según sus cálculos, vende el 70% de lo que lleva a cada feria, “unos 80 tarros entre mermeladas y escabeches, y mucha papa del aire, primero porque llama la atención y luego porque es muy buena, entonces la gente vuelve por ella. Nosotros no nos guardamos nada, ojalá que sean muchos más los que cultiven en el futuro la papa del aire, por eso llevamos plantas y semillas también para reproducción. Y la feria también es buena porque hay productores que se enteran que tenemos animales y nos vienen a buscar conejos y patos para hacer escabeche al por mayor”.

 

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