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La Casa vallada, la plaza que bulle y un ritual de despedida

Es sábado, el penúltimo antes de que asuma el nuevo presidente y estoy frente a la Casa Rosada, hoy cercada. Más allá del oscuro vallado, cerca de los refinados hierros que protegen el palacio de gobierno, hay gente que va y que viene. No alcanzo a distinguir quiénes son... Quizás son guardias o policías, pero están demasiado lejos como para saberlo. 

Razono que posiblemente no sean turistas, de esos cientos que, a través de internet, intentan registrarse para hacer la visita guiada y conocer sus salas. Soy una: 15 días antes traté, sin ningún éxito, completar el formulario para tener mi pase, y el sistema me indicó que en ninguno de los horarios había lugar. Quién sabe si, en plena retirada macrista, haya ganas de recibir visitas. Me inclino a pensar que no. 

En la Plaza de Mayo, un grupo de japoneses se organiza para que una guía turística les saque fotos. La luz clara de la media mañana les empolva la cara a los orientales, tornándolas más blancas.  

Quienes están atentos a los extranjeros, potenciales clientes, son los vendedores ambulantes. Vi a dos que, a su modo, sustentan el negocio en lo que nace de las entrañas: el hambre o la pasión. 

A uno parece no importarle que el reloj todavía no marque las 10. Desde su plancha caliente ya emana el olor a "chori" y carne asada, un infalible truco publicitario que seguramente demostrará aún más su efectividad a medida que se acerque el mediodía.  

El otro tiene un carrito tapizado de paños con pines. Hay para todos los gustos, o mejor dicho, para todas las ideologías. No faltan los emblemas de raíz bolche, la iconografía peronista y kirchnerista, la de las madres que hicieron suya esa plaza, los leitmotiv feministas. "También tengo pañuelos", aclara el vendedor, por si la variedad de broches no convence. 

Más cerca del vallado, hay un gran escenario. Un grupo de personas camina alrededor de la Pirámide de Mayo, tal como hace más de cuatro décadas lo hicieron las madres de los desaparecidos. Pero estos, los caminantes de hoy, no lucen enojados, indignados o angustiados. Más bien parecen parte de un ritual de alegre despedida. Portan banderas y pancartas, afines a distintos espacios políticos, todos lejos de la derecha que está de salida. 

Pero su moderado alboroto queda eclipsado por la música que sale de los altoparlantes del escenario. "Cojo mi mochila, enciendo la vela y repica el son/ y enredo en la luna con las estrellas toda mi voz", dice y repite la voz de una mujer, al ritmo de una cumbia colombiana que envuelve el espacio. Mientras me alejo, pienso. Ojalá que en los años siguientes la alegría perdure y se multiplique, con dignas razones, en la plaza donde nacieron nuestros sueños de tierra libre. Y que si así no es, en ese mismo lugar nos hagamos escuchar. 

 

 


Como las madres. Un grupo hace una ronda en Plaza de Mayo. 

 

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