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Huevos más sanos, de gallinas libres y sin estrés

Lucía Risio comenzó un emprendimiento familiar con mil ponedoras que producen a campo en la Colonia Los Manantiales, en un intento de desarrollar una avicultura más amigable con el medio ambiente y el bienestar animal. Y todo le va saliendo bien.

Por Juan Luna
| 10 de marzo de 2019

Cuando la camioneta de Lucía Risio deja la ruta provincial Nº 33 y cruza las tranqueras, un millar de gallinas salen a recibirla, con su andar chueco y sus cacareos estridentes. “Como si fueran perros”, los animales corren sueltos por una fracción del campo ubicado a 25 kilómetros de Villa Mercedes. Por la ventanilla entra una brisa que huele a libertad.

 

La mujer acaba de darle vida a un emprendimiento que ya suena fuerte en las redes sociales y entre los habitantes de esa zona conocida como Colonia Los Manantiales, sobre todo por una particularidad: busca desarrollar una avicultura más amigable con el bienestar animal y el medio ambiente.

 

Bajo el simpático nombre de granja “Las Turulecas”, la villamercedina tiene una producción de huevos a campo que provienen de gallinas “felices”: no están encerradas en jaulas, disponen de espacio para moverse, pastorean libremente y no cargan con el estrés de tener que apurar sus posturas.

 

Fueron varios los factores que se alinearon para que Lucía pudiera poner el proyecto en marcha: disponía del lugar necesario, contaba con la experiencia de haber conocido este tipo de sistemas productivos en su estadía en Europa, y percibía la presencia de un mercado que demanda alimentos cada vez más saludables y producciones más sustentables en el tiempo.

 

Sin embargo, los inicios no fueron sencillos. Primero porque tuvo que administrar su tiempo y sus energías entre el flamante emprendimiento y el nacimiento de su primera hija, que apenas está por cumplir cinco meses en este mundo. Y como si eso fuera poco, tiene otras ocupaciones entre en el sector agropecuario, la docencia y la investigación.

 

Porque aunque la iniciativa de las ponedoras empezó a tomar forma hace apenas cinco meses, su vinculación con el campo tiene un historial mucho más largo. “Mi papá era médico y tenía la producción como actividad secundaria. Él falleció cuando mi hermano Martín y yo estábamos terminando la universidad, y tuvimos que continuar nosotros como pudimos. Con el tiempo lo fuimos agrandando y nos abocamos más a esto”, contó.

 

Hoy a sus 33 años, además de madre, Lucía es ingeniera agrónoma, docente de la carrera en la Universidad Nacional de San Luis (UNSL) y forma parte de una consultora que asesora a empresas agropecuarias. Al mismo tiempo, los hermanos mantienen en pie un rodeo vacuno con terminación en un pequeño feedlot, y cultivan maíz para cosecha y para alimentación animal, que concentran entre el campo de su familia y otros terrenos alquilados.

 

Pero en todas esas explotaciones tratan de seguir una línea concreta: “A nosotros no nos gusta el sistema de producción intensivo, ni siquiera la ganadería la hacemos así porque el encierre lo hacemos bajo el monte. Siempre estamos pensando en el bienestar del animal”, expresó.

 

Así, lo que había comenzado como una cría pequeña de unas 20 gallinas con las que se abastecían de huevos para consumo familiar, algo muy común en los predios rurales, mutó hacia algo mucho más grande. En octubre de 2018, con el apoyo de los suyos, logró dar un salto y compró 1.000 ponedoras coloradas ya recriadas que hace muy poco entraron en la etapa de romper postura.

 

El esquema que plantearon es muy sencillo. Las aves disponen de un gallinero con sus nidos bajo techo, y al mismo tiempo tienen una especie de patio de unos 25 metros por 8. Allí, permanecen durante toda la mañana, en el horario en el que por lo general ovulan.

 

Pero a la siesta, “entre las 14:30 y las 15, les abrimos la puerta y ellas salen al campo a caminar, a verdear. Cuando cae el sol, vuelven a entrar solas y recién ahí cerramos el gallinero”, detalló la agrónoma.

 

De esa forma, los animales se adaptan a las condiciones de luz y de temperatura naturales, a diferencia de lo que sucede en las avícolas con sistemas intensivos. A pesar de que supone el trabajo extra de tener que juntar las gallinas o recoger los huevos de forma manual, Risio argumentó que la productividad no es tan inferior como podría presuponerse. “Los sistemas intensivos modifican las horas de luz que recibe el animal, y eso hace que en vez de poner un huevo por día, tengan uno cada 22. Eso hace que el animal esté siempre iluminado y más estresado”, explicó.

 

En cambio, aseguró que a su manera logran que cada ave produzca un huevo casi cada 24 horas, por lo que el rendimiento semanal solo decae entre dos o tres unidades. Sin embargo, la ingeniera sostuvo que es la calidad del producto lo que se diferencia. “La composición del huevo es distinta, en la yema, la clara y la cáscara. Hay una mayor cantidad de vitaminas, sobre todo de la A y la E que son las que están asociadas al sol”, dijo.

 

Y si bien el precio del maple es mayor, no está tan lejos de los otros que circulan en el mercado. Además, desde que comenzaron a promocionar su actividad, se encontraron con un gran caudal de personas dispuestas a pagar unos pesos más por un producto realizado con más conciencia ambiental.

 

Ese era uno de los mayores miedos que la muchacha tenía cuando comenzó su emprendimiento: no tener la demanda suficiente para colocar su stock. Pero aún cuando su producción recién comienza, Lucía ya tiene "más interesados que huevos”.

 

Por lo que la comercialización, por ahora, es un poco a través del “boca en boca” y de la página de Facebook que crearon y que despertó mucho la atención de los usuarios. Sin embargo, contó, cuando tengan un mayor volumen de maples repartirán en algunas verdulerías y pollerías con las que ya tienen un acuerdo previo.

 

“Hay una mayor conciencia en el consumo. La gente de la ciudad ya piensa que el huevo que tiene en la heladera proviene de una gallina y se pregunta por cómo estará ese animal. Está bueno hacer ese ejercicio y acercar un poco los dos mundos, el urbano y el rural, achicar esa brecha. Y también buscamos hacer un comercio más justo y directo y evitar tantos intermediarios que es lo que termina inflando el precio”, explicó.

 

Con pocos meses de trabajo, el emprendimiento se encamina y ya tiene metas clara para el futuro. En un plazo de dos años, la productora apuesta a tener un plantel de cinco mil gallinas, siempre en las mismas condiciones que las actuales.

 

“Tratamos de generar sistemas sustentables en el tiempo y encontrar otra manera de producir sin que decaiga el aspecto económico. El ciclo es bastante cerrado, porque el maíz se produce en el campo y no hay una huella de carbono tan grande. Con todo lo que es el bosteo del animal, hacemos camas con lombrices y la idea es que se transforme en tierra fértil”, desarrolló.

 

El gran obstáculo con el que aún lidia, es que justamente no hay demasiadas experiencias de producciones con esta visión en la región. Por eso, reveló Risio, todavía no ha podido encontrar un veterinario que esté especializado en avicultura y que tenga un enfoque de bienestar animal tan claro. Por eso viajará a la Universidad Nacional de Río Cuarto en busca de un asesoramiento que todavía no pudo hallar en la provincia.

 

“En Europa es mucho más común y eso hace que los precios tampoco pueden aumentar demasiado”, sostuvo con el aval de haber residido varios años en España y haber recorrido otros países del Viejo Continente, gracias a una beca posdoctoral que realizó en el Conicet.

 

Por eso, su proyecto aspira a poder superar los límites de su granja. Sueña con poder contagiar a otros productores a desarrollar enfoques similares y tejer una red en la que otros también se beneficien, tanto en el aspecto comercial como a través del conocimiento que puedan llegar a generar con la práctica.

 

Todos esos factores para Risio tienen una importancia fundamental, porque cuando no se respetan, pueden alimentar problemas más profundos, como la desigualdad entre los actores de la cadena, el desarraigo rural, o el vaciamiento de los campos en busca de oportunidades en las urbes, argumentó.

 

“Además porque está buenísimo. No hay nada más lindo que estar a gusto con lo que hacés, llegar al campo, ver la naturaleza, a las gallinas corriendo y que salgan a recibirte”, finalizó.

 

El flagelo del granizo

 

Ya se sabe que el clima es uno de los factores más determinantes para cualquier producción agropecuaria. Y esta vez, el granizo volvió a jugar una mala pasada para las ilusiones de los agricultores.

 

Mientras trata de darle vida a su nuevo emprendimiento, Lucía tuvo que lidiar con las consecuencias de las piedras que cayeron a mediados de febrero en los alrededores de Villa Mercedes. No solo tuvo que lamentar una pérdida grande para la próxima cosecha de maíz, sino también debió reponer silo bolsas rotas y otros daños de infraestructura. “Teníamos algunos campos muy estresados porque no llovía, y ahora pasó esto. Pero es lo propio de esta actividad, estamos expuestos al riesgo”,

 

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