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“Si uno tiene límites es porque se los pone”

Eddie Fitte, el tatuado conductor de televisión dialogó con “Cooltura” y contó cómo se preparó para su flamante programa de autos que comenzó el martes por Discovery Channel. Después de casi diez años en el noticiero de El Trece, Telenoche y En Síntesis, el periodista hace su propio camino.

Por Noelia Barroso
| 18 de marzo de 2019
Foto: Prensa Discovery Channel, Internet

Con treinta y un años, el periodista y escritor logró ser un referente distinto en la televisión. Sus días pasaron de cubrir recitales a realizar informes al hombre que vive con leones en África, el movimiento de los indignados en España o la cobertura en 2011 de las revoluciones estudiantiles en Chile. Sin dudas, uno de los hitos en su carrera es haber sido contactado por el equipo del ex agente de la CIA Edward Snowden, quien filtró programas de espionaje masivo de EEUU.

 

Ahora, Eddie emprende la aventura de conducir “Cambio de velocidad”, un programa fierrero en el que el conocido restaurador de autos estadounidense Aaron Kaufman es la otra pata.

 

 

 

—¿Tuviste que prepararte mucho para hacer ‘Cambio de velocidad’?

 

—Fue un proceso de selección importante porque el hecho de que sea un programa en Discovery Channel también implica que la historia tiene que estar buena, que el personaje se tiene que enganchar con la producción y a la vez tener un despliegue con lo natural; las escenografías y demás es importante. Fuimos evaluando las historias y cuando quedaron las dos que finalmente componen el programa yo ya conocía muchísimo de qué venía cada una, sabía las historias de los autos, de las personas de las que íbamos a hablar. Conocer al entrevistado y al auto en cuestión que es la parte más linda. Estoy muy contento con lo que lanzamos porque es muy lindo laburo.

 

—¿Es un programa de autos o de historias?

 

—Es un programa de autos pero me parece que es secundario, creo que en primer lugar es un programa de historias que tiene autos. La idea era entrar un poquito más adentro en la pasión por los autos, buscar relatos de personas que tuvieran un vínculo distinto con su vehículo y esa fue la propuesta inicial, fue evolucionando y terminó siendo el programa que se estrenó el martes y quedó increíble. Estoy impresionado todavía.

 

 

Su miniserie gastronómica “De Barrio” recibió una mención de honor en los “Webby”, que destaca a los mejores sitios web del mundo.

 

 

—¿Sos más de los autos o de las motos?

 

—Soy más de las motos, pero si hablamos de autos me gusta más el mundo de la customización, los relatos de personas que armaron su propio auto o que al menos los personalizaron. Ese tipo de historias me fascina mucho más que estar hablando de autos de fábrica normales.

 

—Es una pasión argentina también…

 

—Eso es lo que más me gusta, uno tiende a pensar que Argenina es un país futbolero que por supuesto lo es, pero cuando te ponés a investigar, recorrés los pueblos, no solamente la ciudad, te encontrás con que la pasión por las tuerca supera a la pasión por la pelota. Diría la mayoría de las veces.

 

—Hablando de pasiones, ¿cuánto te gusta el fútbol?

 

—Todavía estoy dolorido, soy de Independiente de toda la vida, enfermo. Y en el último clásico (hace menos de un mes), con nuestro histórico rival y vecino tuve un fin de semana de mierda. Una de mis grandes pasiones es el fútbol y es un poco el lente a través del cual miro la realidad. Si uso metáforas por lo general son futboleras.

 

—¿Cómo conviven en tu cuerpo la “Coca” Sarli, una botella recortada de fernet y CAI?

 

—Creo que soy una mezcla un poco rara y dentro mío conviven un montón de intereses, trato de no priorizar uno. No es que me interese más el fútbol que los autos, las motos, la música o la literatura. El hecho de haber dejado de trabajar en el canal donde trabajé casi diez años me permitió reestructurar un poco mis pasiones y redistribuir un poco el tiempo y le puedo dedicar a cada una de mis pequeñas locuras unos minutos. Eso me hace muy feliz.

 

—¿Y a escribir qué tiempo le dedicás?

 

—Tengo el ejercicio de escribir diariamente, no es algo que me proponga. Es una frase medio trillada y no me gusta decirla pero si pasa un día sin que yo escriba probablemente no sea un buen día y no lo termine bien. Me siento yo solo, pongo música y trato de masticar un poco las cosas que estoy sintiendo. A veces me pasa la comida por la garganta sin masticar, y terminás indigestado porque comiste todo de golpe. Lo mismo pasa con la información, siento que la escritura es ese momento en el que yo proceso lo que me está pasando y lo que estoy sintiendo con respecto a lo que vivo, si no, no entiendo nada. Si no escribo, no entiendo nada.

 

 

 

 

—¿Cómo recibiste las repercusiones de tu primer libro?

 

—Tuve repercusiones medio extrañas porque los lectores lo recibieron bien, tanto al primero como al segundo. Son muy parecidos por mi estilo de escritura pero los cuentos son muy distintos y de temáticas muy diversas. Por un lado me quedé muy contento con las devoluciones y después mi entorno más personal de amigos, vecinos, ex profesores, entiendo un poco más el rechazo para con el contenido del libro. Hay personas que formaron parte de mi vida o me conocieron y probablemente se puedan encontrar reflejados y por el contenido de los mismos no sé si fue una experiencia muy agradable para ellos. Pero es también parte del juego, cuando uno juega con la ficción está protegiendo al otro de que la historia sea pasivamente conocida, la ficción termina siendo un lindo velo para contar historias a veces nefastas.

 

¿Cómo pasaste de cubrir recitales a entrevistar a Edward Snowden?

 

—Cuando empecé a escribir mis primeras crónicas, a los 15 años, era una forma de entrar a recitales gratis, ver si podía hacer alguna entrevista detrás de escenario y conocer a los artistas que yo escuchaba. Era lindo y empecé a notar que no solamente lo podía hacer con los recitales, sino con personajes a nivel mundial porque en definitiva si uno tiene límites es porque uno se los pone. Lo que me pasó, y me sigue pasando, con las redes sociales e internet es que pasaron de ser una herramienta a ser prácticamente nuestra vida entera, me afectó para bien. Cuando empezó Youtube, Facebook, y empezaron a brotar las grandes redes sociales que monopolizan nuestras vidas, vi que podía llegar a cualquier persona que me resultara interesante. Y fue ahí cuando aparece esta persona que estaba revelando información de la CIA. En ese momento me volvieron loco sus revelaciones, me impresionaba mucho el nivel de invasión a la privacidad que tenían las redes sociales, que parecían mágicas y gratuitas para todo el mundo y venían para mejorar nuestras vidas. Leyendo lo que publicaba Snowden entendí que las redes sociales y todos los servicios que ofrece internet no eran gratuitos, sino que lo estábamos pagando con nuestra privacidad y que el uso de esos datos se usaba para manipular nuestras opiniones y fue como una especie de revolución en mi cabeza. Fue como la muerte, para mí, de la inocencia de las redes sociales. Sin lugar a dudas fue el trabajo más valioso que hice como periodista.

 

—¿Qué pensás que lo superaría?

 

—La persona con quien trabajé en eso se llevó un premio Pulitzer, y cuando hablás de Pulitzer todo parece insuperable, pero no es una carrera intentar superarme. Sí me interesa mucho no quedarme con el mismo tipo de historia. Si yo me hubiera seguido dedicando a la privacidad en las redes sociales y qué pasaba en este mundo post Assange y Snowden creo que quizás me hubiera estancado. Lo único que pretendo es trabajar sin darme cuenta de que estoy laburando, si siento que estoy como jugando o divirtiéndome no me doy cuenta de que se pasan las horas y es distinto.

 

—¿Sos naturalmente curioso?

 

—Ni hablar. Creo que es una característica esencial de los que nos dedicamos a contar historias. También es un poco por lo que termino en este programa de Discovery Channel, que es la señal que vi toda mi vida y ese lugar en la televisión al que parecía que no iba a poder ingresar, y hoy me encuentro ahí contando historias. A esta altura de mi vida juro que busqué un montón de oficios y no sirvo para nada más que para contar historias. Ni siquiera sé si lo hago tan bien, sólo sé que lo disfruto mucho.

 

—¿Sos un lucky bastard (“bastardo con suerte”)?

 

—(Risas) Yo creo que sí, sin lugar a dudas. Más allá de que los tatuajes no son algo importante, sí están conectados con historias espectaculares y significados ocultos, yo estoy muy lejos de tener una relación así con mis tatuajes y justamente el “Lucky bastard” que tengo tatuado en la panza es porque yo creo que contar historias no es un oficio del que sea muy fácil vivir, hasta considero que es bastante complicado de llevar. Hay que buscar las historias, tienen que ser viables e interesarles a todos. Es un oficio que vos lo podés estudiar un montón y podés no terminar teniendo el privilegio de trabajar de eso. Yo cada tanto freno y pienso 'che, qué bueno lo que me está pasando' y siento que soy una persona que ha tenido suerte. No es fácil trabajar de periodista y mucho menos en este país, en estos tiempos. Teniendo el trabajo de mis sueños no puedo considerarme otra cosa que un bastardo con suerte.

 

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