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Recetas "de la abuela" para una agricultura sana y más barata

El experto César Gramaglia brindó soluciones fáciles y económicas para hacer fertilizantes y fungicidas caseros.

Por Marcelo Dettoni
| 31 de marzo de 2019
Esteban Aguirre (derecha), el dueño de El Changüí, conversa con Gramaglia y dos asistentes a la charla sobre agroecología.

En el mundo de la alimentación crece día a día una tendencia muy clara hacia la agroecología. Es decir, a producir prescindiendo del uso de fertilizantes y fungicidas industriales, para que lo que sale de la tierra llegue al mercado de consumo tal como lo concibió la naturaleza. No son productos baratos, porque como se verá más adelante hay riesgos y una gran dedicación detrás, más allá de que los costos son mucho menores si se utilizan los ingredientes indicados. Y además porque los dictados de la moda indican que hoy la clientela está ávida y es de un nivel socio económico importante, más allá del autoconsumo al que se dedican la mayoría de los productores, que obviamente son de pequeña escala.

 

Pero evitar la industrialización requiere apelar a ‘recetas’ caseras para combatir plagas, insectos y, de paso, incentivar el crecimiento de las frutas, verduras y hortalizas. Porque no basta con invocar al cielo o hacer algún hechizo, los hongos pululan por el ambiente, las plantas necesitan un ‘empujón’ para mejorar sus rindes y nada se da porque sí, de manera silvestre. Hay que ponerle trabajo, ingenio y constancia a una tarea que, a la larga, rendirá sus frutos y aportará su granito de arena a una producción sustentable, amigable con el ambiente y que de paso colabore con el sistema de salud de la población.

 

Ante este cambio de paradigma, el INTA decidió que era un buen momento para traer a San Luis un especialista como César Gramaglia, quien se desempeña en la estación experimental de Villa Dolores, en la vecina provincia de Córdoba. Este ingeniero agrónomo trabaja en una zona, como Traslasierra, con muchos pequeños granjeros convencidos de que la salida está por el lado de la producción orgánica y la agroecológica, que no es lo mismo, aunque ambas están en las antípodas de la producción industrial.

 

 

 

Es un especialista en mercados y estrategias comerciales, siempre un cuello de botella para los productores de baja escala, y está involucrado en la gestión de la innovación en buena parte del noroeste de Córdoba.

 

La capacitación tuvo una parte teórica en las instalaciones del organismo y otra práctica, que abarcó un día entero en el establecimiento El Changüí, propiedad de una pareja innovadora en la materia, que está ubicado en Donovan y tuvo un crecimiento productivo exponencial en los últimos dos años. Fue el sitio ideal para comprobar cómo se puede extraer materias primas del suelo sin el uso de químicos, ya que así lucieron todas las hileras de zapallos, tomates, zanahorias y todo tipo de frutas, verduras y hortalizas, prolijamente distribuidas entre corredores.

 

Lo primero que quiso dejar en claro Gramaglia es que la agroecología no es buena compañera de la holgazanería. “No puedo sembrar, tirarme en una hamaca paraguaya y venir a los 120 días a cosechar”, advirtió antes de concentrarse en mostrar qué tipos de preparados son los más efectivos como fertilizantes. Los dueños de casa y el INTA se había movido previamente para que el ingeniero agrónomo pudiera contar con todos los elementos, así que fue cuestión de brindar las recetas y hacer las mezclas en vivo y en directo, ante un público ávido, que en su mayoría mostró sólidos conocimientos en materia de producción orgánica.

 

Y un detalle más: si bien la mayoría era gente joven, también participaron algunos ‘veteranos’ muy interesados en cambiar el rumbo de sus explotaciones a partir de una agricultura más sustentable, que no dañe los suelos ni quite nutrientes, todo lo contrario, lo ideal es que los pueda agregar para ir enriqueciendo año a año los procesos.

 

 

A pesar de las ventajas que ofrece la agroecología, Gramaglia les advirtió a los productores que nada se produce de manera mágica, hay que trabajar el día a día.

 

 

 

Claro, Gramaglia puso un pequeño freno a las expectativas de los idealistas: “Es un placer producir de esta manera, porque además achicamos costos, pero estamos en una etapa de transición, vamos hacia lo agroecológico, pero el cambio no vendrá del día a la noche, llevará años de trabajo ir sumando adeptos, convenciendo a los que creen que con fertilizantes industriales les va a ir mejor y van a cosechar más rápido. Porque eso no es así, es un mito que no se logra el mismo rendimiento con producción orgánica o agroecológica”.

 

Bajo el débil reparo de una media sombra sostenida por troncos, poco para un sol abrasador en el mediodía de un campo ubicado a unos 20 kilómetros de la capital puntana, casi llegando al peaje de La Cumbre de la autopista de las Serranías Puntanas, el ingeniero graficó cómo preparar tres recetas caseras para ayudar a la fertilización de las plantas. “Con estos abonos logramos aumentar la cantidad y diversidad de microorganismos benéficos en el suelo y con ello la capacidad que posee el mismo de absorber los distintos elementos nutritivos, mejorando sus características físicas, químicas y biológicas”, describió antes de arrancar.

 

Una de las que captó más la atención fue la técnica artesanal de reproducción de microorganismos, para la que pidió tres ingredientes: 20 kilos de mantillo de bosque para servir como fuente de hongos y bacterias y brindar las mejores condiciones de humedad y PH; 10 de azúcar para darle la energía suficiente (hay que disolverlos en agua); y 40 kilos de afrechillo de trigo en busca de nutrientes y, por qué no, también energía como la melaza. Los materiales fueron bien sencillos, un tambor plástico de 100 litros de capacidad, con tapa y aro metálico, y un pisón de madera o metal para compactar el material dentro del tambor. Nada que no se pueda conseguir entre una ferretería, un almacén y la recolección casera.

 

“Del mantillo hay que separar el material más grueso, si es posible con una zaranda”, pidió, y también aclaró que se puede reemplazar por silo de maíz o sorgo. Luego echó el mantillo sobre el afrechillo y mezcló, mientras iba humedeciendo esa pasta con el azúcar en agua (2 kilos cada 10 litros). “La industria te vende esto mismo en tachos de 20 litros con la leyenda EM, que es la sigla en inglés de ‘microorganismos eficientes’, pero acá lo vamos a ensilar nosotros mismos”, agregó el técnico.

 

También dejó algunos consejos: no agregar todo de una sola vez, hay que compactar de a poco y eliminar el oxígeno; no hace falta hacer la trampa de agua porque no es un líquido; luego de terminado hay que cerrarlo de manera hermética durante 30 días. “Listo para usar, es una bomba biológica”, lo definió, ya que los microorganismos transforman la materia orgánica del suelo en nutrientes para las plantas.

 

Uno de los asistentes preguntó si la mezcla era igualmente efectiva en suelos malos, a lo que Gramaglia respondió que primero había que hacerles un tratamiento, que bien podría ser con unos 50 kilos de guano por hectárea o, si es salino, con una plantación de sorgo que luego no será para cosechar.

 

“Este preparado es como un suero endovenoso, por hectárea hay que agregar 100 litros de agua, 5 de azúcar y 200 gramos de levadura, que son los microorganismos que llevás al suelo. Lo aplican sobre algún rastrojo y así activan la microbiología del suelo”, describió.

 

Luego se dedicó a describir las propiedades de los microorganismos y la forma de utilizarlos. “Son fijadores de nitrógeno, movilizadores de fósforo ya que sólo lo solubilizan, estructuran los suelos, los desintoxican y regeneran y controlan los patógenos como la Tricoderma”. También aconsejó aplicarlos puros en la base de los árboles frutales, unos 200 gramos por planta en abril o mayo, para luego hacerles un ‘mulching’, que es una cobertura con pasto seco para no exponerlo al sol. “Si lo convertimos a líquido, filtrando un kilo envuelto en una funda de almohada en 20 litros de agua, le agregamos azúcar, lo metemos en la mochila y pulverizamos, le vamos a dar una gran vitalidad a las plantas”, aseguró.

 

La nutrición animal los necesita para mejorar la flora intestinal de los rumiantes. “Hay que traducir en gramos la mitad del peso vivo y darles todos los días esa proporción en la ración. Van a ver cómo mejora el pelaje, tienen mejor digestibilidad, si son vacas de tambo darán más leche y también mejoran la condición corporal”, describió Gramaglia, quien aceptó que pueda darse en caballos (un cuarto kilo), en cerdos (20 gramos) y en gallinas (10 gramos). Para completar el abanico de beneficios, contó que en humanos, en dosis de 30 gramos por día después de 3 ó 4 repicados, ayuda a solucionar problemas gástricos o de esófago, “e incluso remitir algún cáncer incipiente”.

 

Además del preparado para lograr microorganismos eficientes locales (MEL), el ingeniero del INTA también dejó dos recetas más que ayudan a fertilizar y darle vigor a los suelos. Una fue la de abonos orgánicos fermentados, a la que también llaman ‘Bocashi’, a base de aserrín, rastrojo o cascarilla de arroz; a lo que hay que agregar estiércol, tierra fértil, salvado o afrecho de cereales, carbón vegetal, ceniza, levadura y azúcar; y otra denominada Biofertilizantes, también con estiércol, azúcar, levadura y ceniza, pero con la novedad de agregar a la mezcla leche o suero de quesería (ver aparte).

 

 

 

La hora de los caldos

 

Después del almuerzo, con empanadas de verdura y queso al horno de barro, ya que los dueños de casa no consumen carne de ningún tipo, Gramaglia se dedicó a dar recetas para combatir hongos y plagas a través de un control natural, con elementos que obrarán con fungicidas e insecticidas sin productos químicos agregados.

 

Todos ellos llevan distintas concentraciones de sales, que tienen efecto fertilizante y fungicida. Así, trabajó con cal viva, sulfato de cobre, bórax, sulfato de zinc y de magnesio. A los preparados los llamó ‘caldos’ y algunos se hacen en frío y otros se calientan, para lo que usó unos viejos tachos metálicos de 200 litros que hirvieron con fuego de leña. Todo muy casero.

 

Arrancó por el caldo Bordelés, una receta muy antigua, del siglo XIX, que contó que fue descubierta de manera casual: “Un vitivinicultor pintaba sus viñedos de azul para que no se los roben y descubrió que el sulfato de cobre que usaba, justamente por su color, tenía propiedades para eliminar los hongos”.

 

Cada 100 litros de agua hay que poner un kilo de sulfato de cobre y otro kilo de cal viva o apagada. Como ningún caldo frío, éste tampoco se puede guardar, por lo que hay que usarlo en el momento inmediatamente posterior a su elaboración. “Es de aplicación inmediata y tiene un efecto residual de 20 días”, contó, para agregar que “hay que usarlo en la etapa vegetativa de la planta, o bien cuando se produce el llenado de frutos. El período de carencia, o sea el tiempo que debe pasar entre la aplicación y la cosecha, es de 30 días, así evitamos cualquier peligro a la salud de los consumidores”.

 

Como algunos productores se mostraron reacios a usar sulfato de cobre, Gramaglia los instó a reemplazarlo por la ‘cola de caballo’, que es rica en silicio y “le da estructura al tejido vegetal, porque plastifica la hoja. Se aplica diluida al 10%”, explicó. Hay que utilizar tres kilos si está disecada o 10 si es fresca, en 100 litros de agua, y hervir durante una hora. “Es buena para el hígado y los riñones, además controla la presión”, agregó sobre las propiedades naturales que benefician al ser humano.

 

De todas maneras, el ingeniero se mostró convencido de que “cada uno tiene que hacer su propia experiencia, entonces luego de probar van a saber si les conviene diluir al 25, 50 ó 75 por ciento un caldo. Ésta no es una ciencia exacta”.

 

Aprovechando el creciente interés del auditorio, pasó a explicar un caldo a base de cobre (500 gramos), magnesio (400), zinc (600), boro (400) y cal viva (500), todo diluido en 100 litros de agua, que obra como fungicida y nutriente para las plantas, que incluso se puede enriquecer con algún biofertilizante con buenas proporciones de nitrógeno. “Hay que diluir la cal separada del resto de las sales y después tirar las sales en el balde de cal, nunca al revés”, advirtió. El ingeniero dijo que en frutales se aplica puro y en hortalizas, al 50 por ciento, con la misma carencia de 30 días que el anterior.

 

Claro que ante tanto entusiasmo por los caldos, puso un freno en seco: “Ojo, no hay que engolosinarse con los preparados, si a 30 días de cosechar tienen que usarlos es que algo hicieron mal. Si aplicamos bien lo de la mañana (los microorganismos, biofertilizantes y abonos orgánicos), no necesitamos estos caldos, que son el último recurso”.

 

También pidió utilizar la biodiversidad del ambiente, las flores, los polinizadores que abundan en un campo con tanta variedad de productos de la tierra. “Si trabajan mucho en biodiversidad, seguro que van a tener insectos, pero no plagas. Es importante no esterilizar el sistema productivo. Además, la biodiversidad permite superar las variables económicas del mercado, ya que si cae el precio de un producto, los agricultores pueden sortear la crisis gracias a la gran canasta de alimentos que generan. Y no hablemos de combate o de erradicar, siempre es mejor usar el verbo convivir”, aseguró.

 

Luego se dedicó a contestar preguntas puntuales, como por ejemplo cómo actuar ante la presencia de oídio, un hongo que ataca preferentemente a zapallos y melones. Dijo que con un kilo de bicarbonato de sodio en 100 litros de agua será suficiente para mantenerlo a raya, ya que “cambia el PH de la planta”.

 

En cuanto a los caracoles, un problema recurrente en los últimos años en la huerta, aconsejó el caldo de ceniza, una simple mezcla de 100 litros de agua, 20 kilos de ceniza de esa que queda del asado (cuanto más polvo y menos piedritas de carbón, mucho mejor) y 2 a 4 kilos de jabón en pan cortado en fetas. “Pongan el jabón en agua hirviendo y cuando se disuelve, echen la ceniza bien tamizada. Hay que cocinar por 15 minutos para disolver la ceniza y van a ver cómo queda una sustancia grisácea, que será un gran insecticida contra caracoles babosas. Se aplica de manera foliar y también sirve contra los pulgones, moscas blancas y gusanos cogolleros si pulverizamos frío al 5%. Si lo que queremos sacar de la huerta son las cochinillas de los frutales, agreguen dos litros de aceite de oliva o comestible”.

 

 

 

A tomar nota de todos los ingredientes

 

• El ingeniero César Gramaglia distribuyó entre el auditorio las recetas que un rato antes había descripto a campo, con sus materiales e insumos indispensables. Para la muestra, el INTA se había encargado de la compra de los elementos químicos y las herramientas.

 

 

• Para hacer abonos orgánicos fermentados (Bocashi), se requieren dos palas anchas para realizar el mezclado de los materiales, un pisón de madera para triturar el carbón vegetal y un balde plástico de 20 litros de capacidad.

 

 

• Además hay que tener 4 bolsas de aserrín de madera, rastrojo, cascarilla de arroz o paja bien picada; 4 bolsas de tierra fértil cernida o compost madurado; otras 4 de estiércol de animales de granja; 10 kilos de salvado o afrecho de cereales, 10 de carbón vegetal molido y 10 de ceniza de leña, harinas de roca o fosfitos. Además 200 gramos de levadura para hacer pan y un litro de melaza o azúcar.

 

 

• Para hacer microorganismos eficientes locales (MEL) se usan 20 kilos de mantillo de bosque nativo o silaje de planta entera de maíz o sorgo; 40 kilos de salvado; 10 litros de melaza y agua para disolverla.

 

 

•  En el caso de los biofertilizantes, hay que contar con un tambor plástico de 100 litros con tapa y aro metálico, 25 kilos de estiércol fresco de vaca, 1 litro de leche (o dos de suero de lechería), 1 kilo de melaza, 100 gramos de levadura, 2 kilos de ceniza y agua para completar hasta los 90 litros la capacidad del tambor.

 

 

• También hizo algunos caldos minerales, algunos fríos y otros calientes, a base de cobre, sulfatos, azufre, ceniza de madera y semillas peleteadas.

 

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