Raquel Wolansky
Periodista
Los códigos de la “masculinidad” bajo la lupa
El terrible crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell nos horrorizó, conmovió y nos impactó, pero sobre todo a un segmento de la sociedad que hasta hace poco no evidenciaba sentirse mayormente movilizado por muertes violentas. Un sector de la sociedad que empezó a reverse y a sentirse reflejado en esos diez varones, deportistas, sanos y privilegiados que bajo la violencia extrema validaron su “masculinidad”, dándole muerte a otro varón.
En lo poco que va del año —según un relevamiento de las publicaciones en los medios, ya que no hay datos oficiales— han muerto más de diez mujeres en crímenes tan horribles como el de Fernando. Solo por mencionar algunos, el femicidio que provocó Iván Darío Díaz a su mujer en Villa Devoto, a quien mató a golpes sobre su colchón; el de César Fernando Díaz a su expareja, a quien acuchilló en la puerta de su vivienda; el de Alejandro Diego Ezequiel Pais que asesinó de un balazo a su novia de 19 años, luego de haberla golpeado, en su casa de Olavarría, la misma donde la madre de la víctima había sido asesinada por un femicida en 2008.
Pero como son lamentablemente “moneda corriente” y se han transformado en un triste conteo mensual o anual que no aminora en lo más mínimo, no tienen impacto en la agenda de los medios o en la sociedad, como sí fue la repercusión que tuvo el crimen de Fernando, muerto también por la violencia machista. Nadie habla de Inés Adriana Caruso, Sabrina Ovalle, Valentina Gallina, Analía Astorga, Florencia Coria, Luciana Beatriz Salazar, Gabriela Benítez, Daniela Cejas, Marisa Molina o Noelia Ochstadt.
Aun así, dentro de este triste contexto de muertes dolorosas y terribles, el crimen de Fernando abrió un nuevo debate o puso en foco un tema del que poco se hablaba, que son los códigos de las masculinidades, que existe solo en contraste con la feminidad, y que hacen alusión a un ideal hegemónico del comportamiento “esperable” de los varones en determinados momentos y lugares, para legitimar su posición de jerarquía y dominación que se ha ido construyendo y moldeando a través del tiempo.
Son varones, a quienes desde pequeños se les enseña a distinguir entre la actividad y la pasividad, la autosuficiencia y la dependencia, la razón y la emoción, la fortaleza y la debilidad, el honor y la vergüenza, la valentía y la cobardía, el éxito y el fracaso, la dominación y la subordinación. “Mientras que los primeros términos de estas dicotomías se construyen como deseables, los segundos aparecen asociados a las mujeres y a la feminidad como algo ajeno, secundario e inferior. La mayoría de los varones es condicionada a construir su identidad mostrando una férrea oposición a esa idea de feminidad. Un varón, para ser considerado tal, debe demostrar continuamente que no es un niño, que no es una mujer y que no es homosexual”, indican en el interesantísimo manual “Varones y Masculinidad (es)”, publicado a fines de diciembre por Iniciativa Spotlight, en conjunto con el Instituto de Masculinidades y Cambios Sociales, para ser aplicado en talleres para adolescentes y jóvenes.
Bajo esos patrones, los asesinos de Fernando cumplieron esos mandatos y actuaron para alcanzar las expectativas con las que fueron criados, la de recurrir a la violencia física, algo que no solo es aceptable sino esperado.
Entonces dentro de tanto dolor y tragedia, esperamos —muchas mujeres que no nos vinculamos a través de la violencia— que el crimen de Fernando haya marcado un antes y un después para empezar a replantearse la forma en que resuelven sus diferencias con los demás (que no son sus pares) hasta ahora reflejadas en gritos, insultos, bullying, bautismos, golpes, piñas… en fin, diversas manifestaciones de violencia que llevan hasta la muerte.
Y empezar a permitirse, por ejemplo, actos sencillos, como ir a la playa entre amigos y poder ponerse protector solar sin sentir que “es de trolo”.


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