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Carmelo tiene un desafío: vender huevos de codorniz

Dejó la albañilería cuando el cuerpo le dijo basta y comenzó a criar estas simpáticas aves. No le resulta fácil comercializar un producto que es poco conocido por la población.

Por Marcelo Dettoni
| 29 de noviembre de 2020
Cambio. Carmelo fue albañil hasta que el cuerpo dijo basta. Hoy cría codornices. Foto: gentileza.

Carmelo Lanza se dedicó toda la vida a la construcción, una actividad esforzada, que con los años le fue pasando factura a su cuerpo. Por eso a los 65 años, cuando se dio cuenta de que ya los andamios estaban resultando demasiado altos y peligrosos y las bolsas de cemento muy pesadas, decidió virar de rumbo y dedicarse a una producción poco difundida, que él trata de hacer rentable: la cría de codornices.

 

“No sabía nada de nada, no había visto una codorniz en mi vida. Pero investigando con mi esposa nos dimos cuenta de que no existía la actividad en San Luis, que nadie se dedicaba a la cría de esta ave, apenas hay algunos pocos que las tienen para consumo personal. Entonces nos largamos…”, reconoce Carmelo, quien recibió a la revista El Campo en su humilde casita del barrio Rawson, en el oeste de la capital puntana, que pronto dejará para mudarse a un lugar más apto para su nuevo trabajo: el campo.

 

“Tenemos 14 hectáreas cerquita de Villa de la Quebrada, sobre la autopista 25 de Mayo, que estamos acondicionando para trasladar todo allá. Además de criar codornices, vamos a vivir en ese ámbito, mucho más tranquilo. Es un sueño hecho realidad para nosotros”, reconoce el pequeño productor, que habla en plural porque en todo lo que dice y piensa incluye a su esposa Ana, que lo ayuda en el trabajo con las aves y además aporta un ingreso fijo, ya que es empleada de la Municipalidad de Juana Koslay. “Me queda bien el trabajo, porque desde Villa de la Quebrada, en auto, tengo un ratito nomás por autopista, casi lo mismo que desde San Luis”, proyecta la mujer su nueva vida, feliz por la decisión que tomaron. Y realmente la mudanza les va a venir bien, porque en la casa de la ciudad están muy apretados. Ya hay varias cosas embaladas, e incluso está trabajando en la construcción de una incubadora casera, hecha con materiales reciclados, que le ocupa casi la mitad de una de las piezas. Es un prodigio de la ciencia casera, armado con paciencia, dedicación e ingenio, que le permitirá hacer crecer el negocio en el corto plazo.

 

 

Las codornices tienen que tener 17 horas diarias de luz y una temperatura que debe oscilar entre los 15 y los 25 grados para producir bien.
 

 

“No tenemos posibilidades económicas de invertir mucho dinero, lo poco que teníamos se fue en la compra de las codornices, el resto lo armo yo con mucho esfuerzo. Así hice con las jaulas, las protecciones y todo lo que hace falta para que las codornices puedan producir en un ambiente cuidado, con buenas prácticas y bienestar animal”, asegura Lanza con orgullo.

 

Las aves están en un pequeño terreno pegado a la casa, custodiado por tres dogos que realmente meten miedo, pero que son muy respetuosos ante la voz autoritaria que pone Carmelo para llamarlos al orden. Ante una indicación severa, los tres perros se guardan dentro de una cucha y no saldrán por nada del mundo, permitiendo que cronista y fotógrafo ingresen al sector donde viven las codornices.

 

 

 

Los Lanza tienen 15 jaulas, con 600 aves prolijamente divididas según la edad y la producción. En las seis instalaciones superiores están las más grandes de edad, “madres y abuelas”, según la definición del criador. Son las más importantes, porque ponen los huevos fertilizados que le permitirán aumentar su plantel de codornices, todas de raza japónica.

 

Hay algunas de pecho marrón, que Lanza enseña que son los machos; mientras que las hembras tienen el pechito gris. Hay otras totalmente blancas, pero todas son de la misma raza, la que eligieron luego de muchas evaluaciones por su aptitud para poner huevos y su comportamiento, que sin dudas es amigable ya que no se espantan por la llegada de extraños. Ni siquiera las que están fuera de las jaulas, que son las últimas adquisiciones, ya que en la casa del barrio Rawson no hay lugar para agregar más "habitaciones". Cuando la mudanza a Villa de la Quebrada se haga realidad, los problemas de espacio quedarán en el pasado y eso lo tiene entusiasmado a Carmelo, que se preocupa todo el tiempo por el bienestar de sus aves.

 

Armó un sistema para proveerlas de agua que abastece a los microbebederos que suelen verse en los gallineros. Consumen mucho líquido, que debe acidificar con vinagre de manzana, lo que sirve para desparasitarlas de manera natural. Lanza limpia regularmente y a fondo cada dos días las guaneras para que no aparezca ninguna enfermedad indeseada. Es un producto muy bueno como abono orgánico, por lo que en el campo lo aprovechará para armar una huerta y diversificar su producción. Hoy se lo cambia al vivero Improfop por alguno de los materiales que necesita para la cría.

 

Las codornices tienen que tener 17 horas diarias de luz y una temperatura que debe oscilar entre los 15 y los 25 grados para poder producir en buenas condiciones. Por eso para el verano, cuando el sol aprieta muy por encima de esos guarismos, armó un techo con telgopor y nailon.

 

 

 

“Compré unas bombitas especiales, que además de proporcionar la luz justa, dan calor. Hay criaderos que las tienen 24 horas con luz para que pongan más huevos, pero yo quiero que descansen a la noche, entonces recién las vuelvo a prender a las 6 de la mañana”, cuenta Lanza.

 

Las jaulas se las compró a un amigo que no quería seguir en la actividad y fue quien además le recomendó la granja bonaerense en la que podía comprar los primeros huevos fertilizados para comenzar con la cría. “Se trata de la granja Milton, en Villa Ballester, gente muy buena, que nos ayudó mucho y aún lo sigue haciendo. No tienen problemas en atender el teléfono a la hora que sea para contestar todas nuestra preguntas, que al principio eran muchas, porque no sabíamos nada”, asegura Ana, que está muy agradecida con su proveedor.

 

Allí compraron 20 docenas de huevos fertilizados para comenzar con una línea genética propia que hoy, un año después de arrancar con la cría, está dando sus primeros frutos. “El protocolo de reproducción indica que hay que tener tres hembras por cada macho”, informa Carmelo, quien no es amigo de tener las jaulas muy llenas: “Son de 50 por 50 y 30 centímetros de alto, más grandes que las industriales, en estas entran 30 codornices en cada una, pero yo pongo 20. Es parte del mandato del bienestar animal, así pueden moverse libremente y desplegar las alas”.

 

Cuando ya estén instalados en el campo, otra será la historia. “Estoy preparando galpones de 100 metros por 50, techados con protección contra el calor para que se manejen con libertad absoluta. Así van a producir más huevos y van a ser más longevas, ya que podrán pastorear y caminar en un espacio bien amplio. Queremos aplicar el sistema rotativo de lotes, lo que se conoce como sistema Voising”, anticipa el productor.

 

 

 

Lanza está convencido que las codornices no son tan sensibles a las enfermedades como las gallinas o los pollos. “Tienen una temperatura corporal de 42 grados, lo que las mantiene sanas, ya que las patologías se dan hasta los 39 grados. Eso sí, son sensibles al frío, hay que cuidarlas mucho”, asegura. Las alimenta con un concentrado que lleva grano de maíz, pellet de soja, conchilla, calcio y vitaminas, ideal para las codornices en postura.

 

Los huevos que dan tienen un alto valor proteico: “Uno de codorniz tiene lo mismo que cuatro de gallina”, dice. Ponen uno cada 20 horas en promedio, aunque en invierno, cuando hacen el recambio de plumas y enclueque, la postura se reduce a uno cada dos días, sobre todo en el período que va de junio a agosto. Esto se traduce en entre 120 y 130 huevos en invierno y unas 20 o 30 docenas cuando empieza a hacer calor.

 

“Le vendemos buena parte de la producción a Granja San Luis y también nos compran las verdulerías grandes”, cuenta Ana.

 

 

Un producto sin marketing

 

Lo que lamentan es que la gente, en general, no conoce las propiedades que tienen los huevos de codorniz. “Se pueden comer duros o fritos, es cierto que son más chicos, pero también son nutritivos. Los que practican crossfit hacen licuados, así que imaginate qué buen alimento representan”, dice Carmelo con buen sentido del marketing.

 

Cuando estén instalados en el campo piensan agregar a la producción de huevos de codorniz una más tradicional, la de gallinas ponedoras. “Vamos a comprar 1.500 aves y también queremos llegar a las 1.500 codornices. Arrancamos con muchas ganas, plata no sobra, pero esfuerzo sí. Estamos lejos del desarrollo que tienen provincias como Buenos Aires, Santa Fe o Entre Ríos, pero estamos orgullosos de ser los primeros en San Luis”, aseguran los Lanza, quienes aspiran a una producción totalmente orgánica para agregar al bienestar animal y el pastoreo rotativo.

 

Desde que arrancaron, hace poco más de un año, participan en la Feria de Pequeños y Medianos Productores, el canal ideal para comercializar, que desde que se desató la pandemia está inactivo, pero con todo listo para volver. Mientras tanto, publicitan su producto por Facebook (Finca Don Carmelo) y le venden a $70 la docena los huevos a los comercios, resignando algo de ganancia en pos de aumentar el volumen. En un futuro, cuando empiecen a tener las primeras codornices que ya no produzcan debido a la edad, harán escabeche para agregar a la oferta, con lo que piensan ingresar en el circuito gastronómico.

 

 

 

En el final, Carmelo cuenta el secreto mejor guardado de su finca. “¿Sabés de dónde saqué la plata para la inversión inicial? Resulta que en un accidente con la moto perdí toda la dentadura. Entonces conseguí un préstamo para hacérmela de nuevo, me iban a hacer el trabajo en la Universidad de Buenos Aires, que tiene costos menores a las clínicas privadas. Viajé y todo para hacer las primeras pruebas. Pero al final, cuando surgió lo de las codornices, nos miramos con Ana y decidimos meter el dinero para comprar los huevos fertilizados. Me quedé sin dientes, pero gané un trabajo que me gusta, porque amo a los animales”.

 

 

 

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