16°SAN LUIS - Miércoles 24 de Abril de 2024

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“El aplauso puede ser peligroso en algunas ocasiones”

El ilustrador y diseñador gráfico cuenta su proceso creativo y cómo hace para volcar en sus retratos lo que opina de sus personajes. Hace poco, observó los dibujos que chicos de una escuela de San Luis hicieron inspirados en sus obras.

Por Astrid Moreno García
| 30 de noviembre de 2020

Con trazo firme y convicciones fuertes, el diseñador gráfico e ilustrador Pablo Bernasconi plasma su opinión de la política y del arte en los lienzos que luego se distribuyen por todo el mundo. Desde su columna de opinión gráfica en el diario La Nación hasta la aparición de sus ilustraciones en The New York Times de Estados Unidos, el Daily Telegraph del Reino Unido, o el Bergens Tidende de Noruega, sus imágenes y retratos dan que hablar. El motivo principal, según el artista, es que no recrea a los personajes tal cual son, sino que los compone con base en la opinión que tiene de ellos. Además, incorpora objetos como si fueran partes del cuerpo humano, hace retratos sin rostros y utiliza las hojas que caen de los árboles en otoño para hacer una frondosa cabellera.

 

El bonaerense de 47 años, quien actualmente vive en Bariloche, no se considera un gran dibujante sino un “generador de imágenes” y un autor integral que “conduce el diseño, la ilustración y la palabra”. Así fue que escribió e ilustró más de 20 libros, 16 infantiles, dos compuestos íntegramente de retratos y tres con ilustraciones para adultos.

 

Hace pocas semanas, el artista participó virtualmente de la Expo Arte Virtual del Instituto San Vicente, ubicado en Juana Koslay. Para la muestra los alumnos se inspiraron en las obras y el estilo de dibujo de Bernasconi y crearon sus propias piezas que luego fueron vistas por el artista.

 

Para terminar el año, Pablo planea sacar un tomo de tres cuentos con poemas de Allan Edgard Poe ilustrados por él, un proyecto que le llevó mucho esfuerzo y trabajo en conjunto con la gente que trabajaba para el poeta y su familia.

 

—¿Cuándo comenzaste a dibujar?
—Desde chico tenía mucha voracidad por la historieta, los cuadros de dibujo, los historietistas y, sobre todo, por leer todo el tiempo. Creo que ese es el acercamiento que tuve y tienen muchos jóvenes. Mi hijo lo tuvo también y es algo que la historieta le debe mucho a muchos artistas. Por otro lado, yo no era un niño que dibujara mejor que otro, siempre digo que era bastante normal, lo que pasaba era que le destinaba mucho tiempo a eso, me gustaba, la pasaba bien, me concentraba y tenía muchas partes de mis días que las pasaba dibujando y así continué.

 

—¿Estudiaste o te formaste como dibujante?
—Nunca estudié ni hice ningún curso de dibujo. Sí estudié Diseño Gráfico, que en realidad no implica saber dibujar y no tiene casi nada que ver. Habla más de la comunicación visual y de las formas en las que uno se maneja con varias herramientas, como la fotografía, pero no te enseñan a dibujar.

 

—¿Fuiste autodidacta?
—Yo no me considero un gran dibujante. Hasta el día de hoy soy una persona que puede generar imágenes, pero el dibujo en sí es algo que se aprende en otros lugares, como en Bellas Artes. Yo nunca hice ni si quiera un taller.

 

—¿En qué te inspirás para “generar tus imágenes”?
—Lo que trato de hacer es crear una opinión sobre el personaje que hago, tiene que interesarme, no retrato personas que no conozca o que no me interese retratar. Es algo que no hago por hobbie, cuando retrato en mi columna en el diario La Nación de los domingos o en mis libros es en general porque tengo algo que decir sobre ellos. No se trata del personaje en sí, sino de mi opinión sobre él, entonces desde ese lugar hay como una búsqueda de algo para decir y contar.

 

—¿Por ejemplo?
—Si hablo de Donald Trump quiero contar algo sobre lo que yo creo de él, entonces excede inmediatamente sus características físicas. A veces dibujo a las personas sin rasgos y hay retratos que no tienen ni cabeza. La vista está puesta en donde yo quiero contar algo y desde ese lugar empiezo a construir los personajes. En el caso de Jorge Rafael Videla no es solamente un señor narigón y de bigotes, es mucho más fuerte que eso lo que hay para decir de él. Lo que trato de hacer es reflejar una opinión y volcarla a un rostro, una cara y un cuerpo.

 

—A veces usás objetos, frutas y elementos para formar partes de tus personajes.
—Lo que hago es tratar de buscar y encontrar similitudes entre lo que quiero decir y los objetos que puedo usar para contarlo. Supongamos que una banana puede reemplazar a una nariz, pero más allá de eso no había mucho más para decir. En cambio, si yo pongo una banana como nariz es porque estoy queriendo decir que esa persona es resbalosa. Cuando busco algo para reemplazar una parte del rostro o de la cara con un objeto es porque ese objeto está transmitiendo una idea y a partir de ahí es que lo trato de vincular. Es algo que incluyo porque me resulta práctico para contar.

 

—¿Es difícil ponerse en el rol de opinar con un dibujo?
—No es algo que me cueste hacer, sino que tiene que ver con un fundamento. Por supuesto, uno siempre recibe críticas cuando tiene opiniones fuertes sobre cualquier tema y desde muchos aspectos. Yo soy una persona que no está muy atenta a las redes sociales, si bien las tengo, trato de no leer comentarios ni dejarme atrapar por los halagos ni las críticas, porque entiendo que hay como un aspecto de mí que necesita hacer oídos sordos, sobre todo a los halagos; el aplauso puede ser bastante peligroso en muchas situaciones. Sí recibo muchas críticas, pero tiene que ver con contrastar opiniones fuertes en medios que van para un lado o para el otro y uno se puede sentir un poco incómodo, pero me parece que ese es el rol del artista: tratar de vincular y provocar a la belleza desde el lugar desde donde no pareciera que la hay. Yo creo que todas las cosas pueden ser transformadas en expresión artística por más oscuras que se vean.

 

—¿Cómo fue que tus dibujos empezaron a recorrer el mundo y salir en diarios como The New York Times?
—Lo que empezó a pasar en un momento es que a las ilustraciones que hacía para un diario, revista o libros, las mismas editoriales las ponían a competir a nivel internacional. Y esas imágenes que hice fueron ganando, con el correr de los años, ciertos premios que me pusieron en una vidriera internacional y me empezaron a llamar. Creo que tiene que ver no con una búsqueda mía ni para promoverme, sino que sucedió al empezar a ganar premios que fueron cosechando otros trabajos.

 

—¿Cuándo empezaste a escribir y hacer tus propios libros?
—Trabajo en libros álbumes, empecé primero ilustrando cuentos de otros y después de a poquito me fui volcando a escribir mis propias historias y fue ahí cuando entendí que tenía cosas para contar, desde lo narrativo y lo verbal. Me animé a escribir mis propios cuentos y a tratar de ensamblar y a autoconformarme como autor integral que conduce los tres niveles de un libro: el diseño, la ilustración y la palabra. Para mí, controlar todos esos aspectos y trabajar desde las ideas que nacen y mueren en mí me hizo crear libros que son tan diferentes unos de otros.

 

—Hiciste un juego surrealista llamado “Breton”.
—Nació de la idea de una autora, quien lo que hace es proponer un juego acorde a su estilo. En mi caso, está inspirado en el surrealismo o en el dadaísmo y tiene la intención de disparar lo creativo. Es bastante libre pero lo que hace es promover y empujar la imaginación del otro, a que tomes esas cartas con las que viene y escribas o dibujes algo sobre ellas y se puedan compartir espacios creativos.

 

—¿Cómo surgió tu participación en la exposición del Colegio San Vicente de San Luis?
—Ellos tenían un proyecto en el que estaban elaborando trabajos alrededor de mi estilo, lo habían utilizado de una forma parecida a la del juego, haciendo collages, tomando las metáforas y los retratos y, a partir de eso, les propusieron a los alumnos y las alumnas generar sus propias producciones. Ahora tienen una muestra, yo no hice nada realmente, solo miré y disfruté de este trabajo disparador en este momento en el que la creatividad y la poesía hacen muchísima falta.

 

—¿Cómo llevás la pandemia?
—Lo económico pega. A mí, por suerte, no me pegó mucho. Hace 20 años que me dedico a esto y me di cuenta que vivo en una pandemia desde entonces. Trabajo en mi casa y no es que tengo que salir. Sí me modificó las relaciones con mi familia y amigos, pero la verdad es que estoy bien y no me puedo quejar.

 

—¿Tenés nuevos proyectos?
—Acabo de terminar un libro que, de hecho, ya está en la imprenta. Se trata de una colección de tres libros con poesías de Edgar Allan Poe. Conseguimos los derechos con nuestra editorial, nos dijeron que sí e inmediatamente me puse a ilustrar. La verdad que es un trabajo del que estoy bastante orgulloso, sobre todo porque es semejante poeta y porque tuvimos la posibilidad de trabajar con su representante y su familia para que se animasen a utilizar esta poesía para generar un producto nuevo. Estoy muy contento de cerrar el año con este proyecto.

 

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