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Los colores de nueve colectividades tiñeron la explanada del Molino Fénix

Los representantes de cada país le mostraron su gastronomía y sus bailes típicos a la ciudad que los acogió.

Por redacción
| 09 de febrero de 2020
Las raíces en escena. Varias academias locales armaron cuadros con los ritmos y vestuarios de cada país. Fotos: Juan Andrés Galli.

Por una noche, en la explanada del Molino Fénix convivieron varias culturas y se derribaron las fronteras entre los países. Nueve colectividades llevaron sus colores, bailes y comidas típicas al complejo, y le mostraron un poquito de sus tradiciones a la ciudad que los acogió y les dio un oasis de tranquilidad cuando inmigraron.

 

La segunda edición del festival "Las colectividades abrazan al Molino Fénix" congregó a unas ocho mil personas, quienes llegaron a conocer los hábitos y las historias que había detrás de cada bandera. México, Italia, España, Ucrania, Colombia, Siria, dos regiones de Alemania y la propia Argentina fueron las naciones que estuvieron representadas en los stands. Mientras, sobre el escenario, diferentes academias y músicos locales trasmitieron los principales ritmos y danzas de cada región.

 

 

 

Un refugio

 

El nombre Vladimiro Jarmoluk ya sugiere un origen europeo, pero en su rostro y en su tonada aún quedan huellas, menos notorias, del lugar donde nació.

 

El hombre, de 83 años, es ucraniano y pisó el suelo argentino cuando era un niño de 2. Llegó en 1938 junto a su familia, en busca de un refugio seguro del conflicto bélico que ya se estaba pergeñando y que un año después fue nada menos que la Segunda Guerra Mundial.

 

"Al principio nos radicamos en Buenos Aires, en un asentamiento de muchas colectividades de lituanos, húngaros, polacos, rusos y alemanes, una gran mescolanza. Luego nos fuimos a Mendoza, donde aprendimos los oficios del país, como podar las viñas y cultivar los frutales. A Villa Mercedes nos mudamos en 1979, cuando empezó la promoción industrial y yo vine a trabajar en las obras de construcción de las fábricas", repasó.

 

En la ciudad de la Calle Angosta, Vladimiro se enraizó para siempre y sembró su descendencia. Sus hijas y nietos lo acompañaron en la aventura de armar un puesto y mostrar los sabores de su país natal. "Esto es un grupo familiar porque hay muy pocos ucranianos. Siempre traté de rescatar muchas comidas que hacía mi mamá y que aprendí a hacer de chico", contó.

 

En cambio, de la carpa de la Sociedad Española de Socorros Mutuos no emanaron aromas sabrosos, pero sí se lucieron algunos trajes y afloraron vivencias de una oleada de inmigrantes que fue muy importante en los albores del siglo pasado.

 

Rosa Moya, una española de 70 años, fue la principal anfitriona e intentó atraer nuevos socios a una institución que ya no goza del esplendor que supo tener. "Nuestra colectividad fue fundada en 1883, y durante muchos años fue el lugar al que iban las principales orquestas y donde se hacían los grandes bailes. Queremos trabajar para que sea lo que era", admitió.

 

Por eso, aprovecharon el festival para dar a conocer la agrupación y contar las nuevas propuestas que idearon, que incluyen talleres artísticos y beneficios en comercios para los asociados.

 

Rosa es otra exponente de cómo Villa Mercedes acogió a las familias que se exiliaron para tener una vida más amena. "Vine en 1951, cuando tenía 10 años. En nuestro país la situación era muy difícil; mi padre estuvo en la guerra civil. Pero aquí nos recibieron muy bien y había tantas oportunidades que nos quedamos", relató.

 

Un caso similar, pero mucho más reciente, es el del grupo de colombianos que llevó su bandera y sus camisetas amarillas, rojas y azules al Molino. Llegaron hace menos de una década y eligieron la ciudad para anidar. "Acá encontramos un paraíso, un lugar tranquilo con gente muy bonita", sostuvo Javier Fernández.

 

El muchacho de 19 años vive con su madre y sus hermanos, y están siempre cerca de algunos amigos de la tierra cafetera. Aunque admitió que extrañan muchas cosas de su país, dijo que ya están adaptados a las costumbres locales. Lo que sí conservan siempre es "la música, el carisma y la energía". Sus cumbias, sus arepas y sus aguardientes antioqueños convocaron a una gran cantidad de argentinos que quiso sentir en sus oídos y paladares un poco de alegría tropical.

 

 

Otra apuesta

 

Para Joaquín Beltrán, el administrador del complejo, la segunda edición del encuentro fue "todo un éxito". Es que además de lo atractivo de la gastronomía de los extranjeros, que la entrada sea gratis ayudó a que muchas personas salieran de sus hogares en una noche nublada y que amenazaba con algún chaparrón. "Todos los eventos que hacemos en el Molino Fénix, con la Secretaría General del Gobierno de la Provincia, son libres y gratuitos. Es una apuesta muy grande con la que buscamos generar espectáculos para que los vecinos puedan disfrutar", expresó. También resaltó que estas actividades representan "una oportunidad económica  para muchos trabajadores que ponen sus puestos de comida o artesanías, y que también participan en la seguridad, el armado del escenario y la logística".

 

Luego del paso de las academias de danza, el cierre estuvo a cargo del comediante Hugo Varela, quien puso a cantar y reír a todo el público.

 

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