19°SAN LUIS - Domingo 05 de Mayo de 2024

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Coronavirus: el tamaño no importa

¿Alguien ha visto al coronavirus? No, salvo los científicos que tienen a mano un microscopio. Y no uno cualquiera, sino uno electrónico, porque con los otros, los ópticos, es imposible verlo. Es demasiado diminuto: mide entre 50 y 200 nanómetros. Un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro. En otras palabras, si se divide ¡un milímetro en un millón de partes! y luego se toman solo 50, a lo sumo 200, de esas partes, se tiene el tamaño del virus que amenaza al mundo entero y ya arrasó con miles de vidas. Demasiado pequeño para ser tan letal.

 

Este virus es, incluso, más grande que otros que, en otros momentos, han tenido contra las cuerdas a la humanidad. Por caso, en la actualidad el del dengue, que mide apenas entre 50 y 60 nanómetros.

 

Todo lo cual moviliza una inquietud ¿tiene derecho el ser humano a ser soberbio? ¿Está justificada su presuntuosa creencia de que vive enseñoreado del mundo que lo rodea?

 

Ha habido épocas –como aquella en que dominaba el positivismo, o en otras cuando también el progreso en ciertos aspectos materiales era evidente– en que el mundo ha creído que la evolución de la humanidad era incesante e indetenible.

 

Lo ha sido sin duda en algunas cuestiones. Sobre todo en las tecnológicas y científicas. De hecho, lo prueba la posibilidad de visualizar a través de un dispositivo electrónico un virus que mide una infinitesimal parte de un milímetro.

 

Los interrogantes de más arriba apuntan a otro asunto ¿de dónde cree el ser humano que tiene absoluto dominio sobre todo lo que lo rodea, que monopoliza el control de la vida en el planeta, si puede morir por la intromisión de un virus diminuto, ya sea a través de la picadura de un mosquito o por otra vía? Dígase, de paso, que los virus ni siquiera son seres vivos, porque no se nutren ni se reproducen, sino que necesitan de una célula ajena, justamente la de los seres a los que infectan, para copiarse, replicarse, según explican los científicos.

 

Muchas han sido las epidemias y las pandemias que, causadas por agentes pequeñitos como los virus, han diezmado a la población humana del planeta a lo largo de la historia. Y nada, ni siquiera los avances de la ciencia y la lucha por la sanidad, como la que por estos días llevan a brazo partido los trabajadores de la salud, hace pensar que no vaya a seguir ocurriendo.

 

La reflexión sobre estas cuestiones, sin perder de vista el tamaño del enemigo al que se enfrenta, tal vez le dé al ser humano la idea que no estaría mal ir pensando en bajarse del caballo de la soberbia.

 

 

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