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La crudeza vil y romántica del cine de Campusano

Una película basada en la vida de tres mujeres trans amigas.

Por Miguel Garro
| 13 de julio de 2020

Así como alguna vez lo hizo con el mundo gay, con las tribus urbanas y con los motociclistas de cuero y asfalto, ahora José Celestino Campusano introdujo su mirada descarnada en los padeceres de las personas trans. "Bajo mi piel morena", la película que lamentablemente estuvo solo una semana a disposición del público en Cine.arPlay, es otro relato crudo, sin concesiones, impiadoso, descarnado que ofrece el director para alimentar su mito. O su culto.

 

Por algo, la productora que fundó Campusano para desde el profundo conurbano bonaerense financiarse todos sus proyectos cinematográficos se llama Cinebruto. Otra demostración de la certeza que tiene el cineasta para calificar su obra.

 

Algunas de esas características permitieron a José Celestino, nacido en Quilmes hace 56 años, convertirse en uno de los pocos directores argentinos en actividad que puede jactarse (aunque no lo haga) de tener una obra compacta; de, en definitiva, hacer cine de autor.

 

Con errores, con alguna imprudencia técnica, pero siempre con la idea de mostrar lo más oculto de quienes tienen la obligación, el mandato o el castigo de vivir ocultos, Campusano desarrolló un cine —al principio basado en el documental, con el tiempo rozando la ficción— que no es meramente narrativo, pero que hace de la verdad y de lo visceral una bandera tan persistente como metódica.

 

Posiblemente, esa sea la razón por la que será imposible que su obra llegue al gran público, no tan acostumbrado a deglutir tanta imagen soez, tanta impureza expuesta con naturalismo, en disidencia catatónica con la naturalidad a la que acostumbra el mercado. Por eso mismo, Campusano no es tan conocido en San Luis ni el resto del interior del país: su intención es describir lo que sucede a su alrededor. Y su alrededor es su lugar de nacimiento.

 

"Bajo mi piel morena" se basa en la vida —para nada fácil— de tres trans amigas entre sí que, desde el vamos, viven en la discriminación constante, a tal punto que parece que se relacionan entre ellas porque el resto del mundo las mira con desdén.

 

 

Una de ellas, Morena Yfrán (en su mejor papel porque justamente hace de ella misma y demuestra que no necesita recomendaciones externas para realizar su papel) es una empleada de fábrica que pese a que lleva varios años en su puesto de trabajo sufre la discriminación laboral y social. Está en pareja, aunque no muy convencida.

 

Sus amigas representan dos extremos posibles. Una es profesora de Historia en una escuela secundaria, lo que demostraría cierta aceptación social, aunque la tirante relación que tiene con su madre y la velada incomodidad que le propinan las autoridades escolares conforman una lucha diaria, que muchas veces pierde.

 

La otra es una prima de Morena que, sin más opciones laborales, ejerce la prostitución, protegida por la Policía, que muchas veces se convierte también en cliente.

 

Allí, una de los tantos encontronazos que propone la película en particular y obra de Campusano en general: aquella que parece aceptada no lo es tanto; y quien lucha desde los márgenes consigue —aunque amparada por la corrupción— un poco de paz. Es la misma paz que buscan, sin encontrarla, las tres protagonistas de una historia que no puede más que conmover.

 

 

 

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