"A mi hijo no me lo devolverán, pero quiero entender qué pasó"
Mano a mano con Juan Carlos Rodríguez, padre del joven que murió en el derrumbe de la expanadería Gitto.
Toda su familia está presa de una pesadilla. El dolor, inconmensurable, todavía los mantiene en shock porque el golpe más duro que puede darle la vida a una persona está fresco, y es una llaga profunda. Juan Carlos Rodríguez llora a su hijo Javier y lo tiene tan cerca que, incluso cuando lo recuerda, habla de él en presente, como si aún estuviera aquí, vivo. Javier era el joven albañil que trabajaba en la esquina de Aristóbulo del Valle y San Juan cuando la construcción se vino abajo y le arrebató la vida. El padre guarda en su memoria ese último saludo con su hijo aquel martes 4 de agosto: fue una sonrisa y un "chau" con la mano. Eran las 12:30 cuando Juan Carlos pasó en su camioneta por la esquina y vio a su hijo a lo lejos, al lado de una ventana. Unos 52 minutos más tarde comenzaría el pesar.
"Esto es tremendo para nuestras vidas porque mi hijo salió a trabajar y nos encontramos con esto. Para mí, fue un descuido de la gente que construía. Entiendo que esa casa es una propiedad que ya tiene cincuenta años", dijo el hombre en diálogo con El Diario.
"Nos toca pasar el peor momento, la pérdida de nuestro hijo. Nos cuesta entender hasta hoy lo que ocurrió. Javier es un pibe joven que tenía mucho por hacer con su vida, es un chico lleno de proyectos. Por eso nos cuesta llevar todo esto, tanto dolor", añadió con sus manos entrelazadas. A su lado, Sandra Peralta, su esposa, permanecía en silencio, con la mirada hacia abajo.
"A mi hijo lo contratan por ese día. En su corazón no quería ir, no tenía ganas de ir, pero fue porque ya había dado la palabra. Cuando pasé por esa esquina, él estaba apoyado en una ventana, parecía que estaban por tomar mates con (Jorge Alberto) Cepeda, que era el albañil. Lo vi y nos saludamos con la mano 'chau', 'chau' y seguí camino. Cuando llegué a mi casa dijeron por la radio que se había derrumbado esa casa. Yo dije 'ahí está trabajando mi niño'. Salimos con mi esposa rápido, fuimos hasta esa esquina y no paramos, esperando novedades, esperando verlo con vida. Anduvimos con mi esposa por todas partes, por el hospital. Pero no había noticias; hasta que nos enteramos que Javier estaba en la morgue", relató Juan Carlos y sus lágrimas le recorrían las mejillas.
En otro momento de la charla, el papá de Javier repasó cómo llegó su hijo hasta la expanadería Gitto.
"A mi hijo lo convocó Cepeda para trabajar. Él lo habló y le dijo que había que picar unas paredes. Después de esa charla, mi hijo me comentó que no tenía muchas ganas de ir, pero que necesitaba el trabajo. Él estudiaba en la escuela 'Moyano' (NdP: Colegio N° 13 'Profesor Roberto Moyano' de Juana Koslay). En sus ratos libres siempre hacía algún trabajito, por eso fue", explicó.
Juan Carlos y Sandra son padres de otros tres hijos. Rosana, de 26 años, María Esther, de 22, y Mateo, de 21, y son abuelos de tres nietos. Ninguno quedó ajeno al desconsuelo arrasador de perder a Javier.
"Los primeros días tuve que llevara a mi otro hijo al hospital. Estaba en shock, muy dolido. Tuvimos que llevarlo al médico porque aparte de ser hermanos eran muy amigos. Nosotros no encontramos paz. En estos días vinimos al centro con mi señora y noté que se demoraba. Me bajé del vehículo, la busqué y la encontré. Se había perdido, caminó varias cuadras en dirección contraria a la que yo la esperaba. Necesitamos recuperar la paz, pero también queremos justicia. Tenemos indignación", manifestó.
Una fecha que revivió el dolor
El 12 de agosto, es decir, ocho días después del derrumbe, el chico habría cumplido 21 años. Ese día "fuimos al cementerio acompañados por familiares, hermanos de la iglesia y amigos. Sabemos que a él no lo tendremos más, pero queremos que por lo menos se haga cargo el responsable. Él era un chico que estudiaba, que tenía el propósito de casarse con su novia. Tenía todas las ganas de vivir en una casita que le donaron y que iba a arreglar. Me decía 'papá, con 20 años Dios me ha ayudado mucho, tendré mi casita con mi novia'. Así lo recordamos. Por eso sentimos esta pena y pido a la Justicia que no olvide este caso para que por lo menos nos den la tranquilidad de saber que actuó como debía. Queremos entender qué pasó", pidió con la voz entrecortada.
Tanto Juan Carlos como Sandra y sus hijos son una familia de fe, y aferrados a Dios intentan sobrellevar la pérdida. Para el hombre, la devoción sigue intacta y lo alienta a buscar a los responsables de la tragedia. "No es porque sea mi hijo, pero Javier era un chico sano, guapo. Era muy unido con su madre, bromeaban todo el tiempo, se reían juntos. Ella lo extraña enormemente. Sigo firme en mi fe, creo en mi Dios. Creo que la primera justicia es la de Dios. Por eso digo que se hará justicia. Confío en que esto no quedará así, porque murió un joven lleno de vida. Nosotros hicimos el esfuerzo para que estudiaran, para que se prepararan para la vida. Y como padres, pensábamos que ellos nos enterrarían a nosotros y no nosotros a ellos", lamentó el hombre, quien le agradeció a sus abogados, Esteban y Matías Nostray. "Ellos saben que soy un laburante, un hombre que ha laburado toda su vida. Solo alguien que vivió esto puede expresar el dolor que se siente", cerró.
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