18°SAN LUIS - Jueves 25 de Abril de 2024

18°SAN LUIS - Jueves 25 de Abril de 2024

EN VIVO

Gabriel Cecilio Astudillo: afilador y guitarrero

Por años practicó un oficio casi olvidado. Nació en San Juan, vivió en Mendoza y se afincó en San Luis. Además, su pasión por la música lo llevó a integrar varios grupos cuyanos.

Por Johnny Díaz
| 28 de septiembre de 2020
Bicicleta. "A mi herramienta de trabajo algún día le haré un monumento, se lo merece", dijo Gabriel. Fotos: Marianela Sànchez/Gentileza.

El Zonda, el tren que unía San Juan con Buenos Aires, pasando por Mendoza y San Luis, se acercaba lenta y cansinamente a la estación ferroviaria puntana.

 

El reloj marcaba poco más de las 18:45 en esa tarde calurosa de noviembre. El andén estaba repleto de ansiosos pasajeros: había alegrías y tristezas, llantos y expectativas. Unos iban y otros venían, al tiempo que los vendedores ambulantes intentaban hacer su moneda diaria.

 

 

 

De sus entrañas y en medio del chirriar de los frenos, bajó un hombre joven con una bicicleta reformada, una guitarra y un pequeño bolso. Era todo su equipaje. Había llegado a San Luis casi sin saberlo, venía de Mendoza donde el boletero le había preguntado: "Amigo, ¿adónde viaja?". "A San Luis nomás", contestó. Fue el único intercambio de palabras entre el ferroviario y el pasajero.

 

Así llegó a la provincia, en 1986, Gabriel Cecilio Astudillo, de oficio afilador y músico por vocación.

 

En los primeros tiempos, la vida no le fue fácil. Desconocedor de la ciudad y con un oficio un tanto olvidado, recorría las polvorientas calles haciendo sonar su pequeño flautín anunciado: "Afilador, afilador.... afilo cuchillos, tijeras... afilador".

 

Astudillo nació en El Quinto Cuartel, departamento Pocito de San Juan, en 1948. A los 20 años el servicio militar obligatorio lo llevó a residir en Mendoza y recaló a San Luis para vivir una nueva etapa de su vida.

 

 

 

Cuenta que nunca se desprendía de sus cosas, se aseaba en las estaciones de servicio y dormía a la intemperie detrás de la vieja locomotora que ornamenta un sector de la avenida Lafinur. Su bolso era la almohada; el pequeño paredón, su cama. Aferrado a su bicicleta y su guitarra, daba rienda suelta a un reparador descanso.

 

Hoy, aquel hombre que bajó del tren hace 34 años, aclara que no cambiaría a San Luis por nada del mundo.

 

"Vine sin querer, no me gustaba para nada; tenía un vago recuerdo de sus calles de tierra, pero nada más. Había venido a vender escobas y tampoco sé por qué le dije aquella mañana al boletero que venía a San Luis", menciona.

 

Astudillo es un eterno agradecido por lo mucho que le dio la tierra de Pringles. "San Luis es una maqueta de mil colores, tiene todo y muy cerca, al alcance de la mano. Yo siempre digo 'vengan a San Luis, que no se irán jamás'".

 

Cuando le dieron la baja en el Ejército, se asoció a Francisco Valasco en la fabricación de escobas, plumeros y lampazos. Allí fue donde aprendió el oficio de afilador. "Las tijeras y cuchillos son herramientas indispensables para esas tareas. Mirando cómo se afilaba, aprendí".

 

 

 

Esos fueron sus inicios en este hermoso oficio que le dio todo. "Dignidad, responsabilidad, afecto, amigos, casa, auto, muebles y un lindo y humilde pasar ,del cual no me puedo quejar. Todo lo hice afilando cuchillos, tijeras y cualquier herramienta de corte, estoy orgulloso de eso".

 

"En mi bicicleta —que pesa unos 30 kilos— recorría a diario las calles, hasta que fui conociendo su gente, sus negocios y sus barrios. Fui haciendo mi clientela y me hice conocido. Visitaba carnicerías, restaurantes y campos aledaños donde siempre había algo para afilar y si no podía reparar el instrumento en el lugar, lo hacía en la piecita que alquilaba".

 

Astudillo dice que don Ángelo Batti, de La Gaviota, le tomó mucho afecto, le daba mucho trabajo y lo recomendaba a sus amigos. "Comentaba que le recordaba a un hermano que tenía en Italia, que era afilador".

 

 

 

Agrega que ganaba mucha plata en esos años y alquiló una habitación en la casa de don Molina, en un pasaje cerca de la calle Chubut y avenida Lafinur. "Ganaba muy bien y podía ahorrar. Mi trabajo comenzaba a las 8 y terminaba al atardecer, trabajaba de sol a sol. A 'los australes' de menor valor los guardaba abajo del catre donde dormía y se los llevaba a mis sobrinos en Mendoza".

 

Recorría localidades como El Chorrillo, Juana Koslay, Potrero de los Funes, El Volcán o El Trapiche. "Nunca me faltó el trabajo. Un día, compré mi primer auto, un Fiat 1100. Viajaba al norte hasta Candelaria, dormía en el auto y a mi bicicleta, que le debo un monumento, la dejaba a un costado; nunca me pasó nada, la gente era muy buena", añora.

 

"En los colectivos de  TAC iba al sur de Córdoba, recorriendo pueblos y estancias. En tren me iba a la provincia de Buenos Aires una o dos veces al año y hacía lo mismo, recorría los pueblos en bicicleta ofreciendo mi trabajo. Ya me conocían", añade, y aclara: "En Arrecifes paraba en el Hotel Argentino, donde el dueño me reservaba una cochera para que yo dejara mi bicicleta. Eran otros tiempos".

 

 

 

Gabriel Cecilio es hijo de María Felisa Astudillo y tiene cinco hermanos: Elva, Marcelo, Florentino, José y "Meco". Vivió una infancia muy dura, a los 9 años su madre decidió dejarlo al cuidado de sus abuelos, Cecilia del Carmen Campillay y Tránsito Astudillo, en un campo del Quinto Cuartel junto a sus tíos Julio y Víctor. "Me crié con ellos en medio de la nada. Un día vino un yerno de mi abuela y se la llevó para que ayudara en la crianza de otros nietos. Ahí aprendí a tocar la guitarra, escuchando a don Félix Dardo Palorma en una vieja radio de un vecino, ya tenía 16 años", recuerda.

 

"Me crié —continúa— en medio de la pobreza, nos quedamos solos en el campo con el abuelo y mis tíos".

 

A los 20 le tocó el servicio militar obligatorio en Mendoza. "Nunca pensé que lo haría. No lo podía creer, nos llevaron en un tren carguero a Tupungato, y de allí al Regimiento XI de Infantería General Las Heras. Ahí conocí a Armando Navarro del dúo Oyarzabal-Navarro. Enseguida nos entendimos muy bien y tocábamos cuando había algún evento en los casinos del Ejército. Con la suerte de mi lado, pasé a ser asistente de uno de los jefes y estuve en la filmación de la película 'El Santo de la Espada', donde conocí a Evangelina Zalazar, Alfredo Alcón, Lautaro Murua, Héctor Alterio y a Leopoldo Torres Nilsson. Era feliz", dice risueño.

 

 

 

Cuando le dieron la baja, se dedicó a tocar solo y conoció a su ídolo Félix Dardo Palorma, con quien cultivó una eterna y hermosa amistad. "Yo tenía 30 años y él 60", señala.

 

En 1972 regresó a San Juan y con Abenamar Pérez revivió Las Voces del Quinto Cuartel. Fueron varias veces a Buenos Aires, tocaron en el estadio de Independiente, San Antonio de Padua, Las Rejas y Moreno. Considera que "era una linda manera de ganarse una moneda".

 

Fue uno de los integrantes del grupo Los Cantores del Tamarindo, junto a Oscar Terrera, Jorge Clavería y Juan Villafañe. También formó parte de Las Voces de Tulumaya, con los Brizuela: Oscar, Jorge y Carlos.

 

En 1986, Pedro Favini y Oscar Valle contrataron a Los Cantores de Tamarindo para actuar en Cosquín. "Yo había prometido que si nos iba bien, a Mendoza no volvía, quería probar suerte por otros caminos. Gómez Real, un reconocido manager, nos hizo actuar en varias provincias y grabar un casete, 'De Mendoza a Colombia'. El grupo regresó a Mendoza y yo dejé. No me gustaron algunas cosas y preferí dar un paso al costado, pese a que había un contrato firmado por cinco años".

 

"Me vine a San Luis, como decía anteriormente, sin quererlo, un poco desilusionado y desanimado con la música. Vine a ejercer mi oficio de afilador. Las faltas de seriedad y responsabilidad no van conmigo", dice sobre una herida que aún no logra sanar.

 

 

 

"En mi trajinar por las calles de San Luis, conocí a Collado de La Calera y a Carlos Pereyra, dueño de un comedor en el Parque Industrial, ahí hicimos peñas y trabajé dos años". 

 

Menciona que el dinero que ganaba en dos días afilando cuchillos, en el salón lo hacía en un mes. "No me convenía", admite.

 

"En esos años, armamos el dúo Alaniz-Astudillo y después Los Tres para Cuyo con 'Marra' Rivas y Carlitos Escudero. Mientas tanto, viajaba a Mendoza para cumplir el contrato firmado. También en Buenos Aires, junto a Mario Rodríguez, planeamos hacer un material discográfico, pero falleció y el proyecto se vino abajo", detalla.

 

"En San Luis logré lo impensado: crecer, ser alguien conocido y respetado. Mi vida fue muy dura y triste, esto me reconforta el alma", relata.

 

Sobre el final, cuenta dos anécdotas: "Un día, junto a Ramón Sánchez y Carlos Escudero, fui a El Trapiche, había un señor que hacía alarde de tener sus cuchillos en muy buen estado. Yo le ofrecí mi trabajo y me contestó que no porque se los afilaba el mejor. Un día, sin saberlo, afilaba los cuchillos de un domicilio cuando él se acerco, le ofrecí un CD, él miró la carátula y le dije que no lo podía atender. 'Cuántos oficios tenés, sos cantor, músico y afilador', y no paraba de reír. Fue una alegría muy grande para los dos".

 

 

 

"En Quines alternaba mi trabajo con la música, nos juntábamos con Juan Carlos 'Chulengo' Romero o con 'Chichín' Barrios, que tenía una cortadora de leña; nos alojábamos en El Zapallar, de día bajaba al pueblo a trabajar, recorría todas sus calles".

 

Después de muchos años, Gabriel se reencontró con su madre y sus hermanos. "Fue un encuentro difícil, no hubo reproches de nada, fue muy emocionante y duro. Hasta el día en que ella falleció mantuvimos una excelente relación. Nunca supe por qué nos dejó, ella me dijo que me quiso llevar pero que mi abuelo se opuso, y ahí quedó la charla. Hoy con mis  hermanos tengo muy buena relación, siempre estamos en contacto", sostiene.

 

Después de 42 años arriba de su pesada bicicleta, el tiempo le fue pasando facturas. Problemas lumbares de tanto pedalear y otro visual menguaron su salud, hasta que decidió retirarse.

 

"Dejé hace unos cinco años, me jubilé gracias a la gestión de grandes amigos: Nivando Fernández, su nuera y al doctor Ricardo Torres", agradece.

 

"Al último trabajo lo hice en el barrio Visitadores Médicos, afilé un juego de cuchillos y un par de tijeras. Tengo un pequeño taller en mi casa, recibo trabajos y a la guitarra la agarro con la pasión de siempre. Hoy todo cambió, pero a San Luis y a mi oficio de afilador no los cambio por nada”, asegura orgulloso.

 

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo