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El amor de la niña de ojos claros

Matías Bailone escribió una sentida columna sobre la muerte de su hermana, Verónica Bailone.

Por redacción
| 07 de septiembre de 2020

Cuando un político importante se muere quedan las dudas sobre su legado y su trascendencia. Cuando un ser querido se va queda un vacío imposible de completar. Pero ahora tenemos que llorar a una política destacada de la provincia de San Luis, así como a uno de los seres más queridos que la ciudad de Villa Mercedes y todo San Luis hayan conocido. Tenemos que despedir a una política destacada que, al mismo tiempo, es un ser querido por todos. Parece un oxímoron, pero no lo es.
Verónica Bailone fue una niña de ojos claros que me enseñó a mirar el mundo con ternura y amor, pero también fue quien enseñó a una generación a mirar la política con los ojos del compromiso y la pasión. De chica me enseñó los valores de la belleza del mundo y de la alegría; de grande me enseña aún los valores de la amistad y la solidaridad.
Esa niña de ojos claros y de belleza superlativa me inculcó los valores del humanismo y de la piedad. Y aunque fuera mi hermana menor siempre fue ella la que me protegía cuando me hacía creer que era yo el que la protegía. Era su forma amorosa de estar en este mundo. Cada minuto que pasó en nuestra compañía vale un siglo de aprendizaje para nosotros.
Ana Verónica Bailone Cerutti, así, con el nombre y apellido de su madre abriendo y cerrando su nomenclatura, pero con el temple y la fortaleza de su padre en todo su ser, fue y es uno de esos seres humanos que nunca pasan desapercibidos por donde les toque andar. Cruzarnos con ellos es un regalo divino y mirar para atrás cuando no están es aprender a mirar el tiempo con esos ojos claros de clarividencia y sabiduría.
En sus redes sociales se referenciaba siempre en relación con su parentela. Se decía que era la hija del campeón de boxeo y de la maestra y luchadora social, se jactaba de ser nieta de grandes ángeles protectores, madre de un vástago de sol, amiga fidelísima de sus amigas y hasta hermana de quien esto escribe. Pero en realidad es todo lo contrario, todos nosotros somos siempre algo en referencia a ella, y no solo por los últimos acontecimientos políticos que jalonaron su conocimiento público, sino porque todos fuimos tocados por su magia y por su don de bondad natural. Todos somos algo de Vero o queremos aprender a serlo. Y ese intento es el que nos justifica en la dignidad de la vida cotidiana.
El madrugar del dolor en el pecho de una provincia entera por la temprana e injusta partida de Vero Bailone nos sume en la desesperación a los más cercanos y en la sensación de sinrazón a todos los que la siguen y quieren. Nadie puede entender cómo una joven sana y valiente, de corazón amplio y de pasión por la vida, puede terminar su vida a los 37 años con tantos proyectos por delante, después de haber peleado con fiereza contra esa enfermedad maldita que ella llamó por su nombre y apellido, dando ejemplo a todos los que están en la misma.
Su fallecimiento es el dolor más grande que haya experimentado en mi vida. Las dudas sobre su tratamiento médico serán el aguijón que siempre me perforará el alma. Pero el ejemplo de su vida y de su lucha es el orgullo de toda una comunidad. El legado que deja como ser humano y como política trasciende todas las grietas y nos compromete a continuarlo.
Sin embargo, el odio sigue arrinconado en las viejas estructuras de nuestra sociedad, ese odio que Verónica intentó erradicar del entorno en que se movía y de la política en la que actuaba. Algunos comentarios de estos días demuestran que el odio sigue supurando su veneno.
Verónica está mucho más allá del odio de los pigmeos. Ella es una gigante en cuyos hombros nos subimos para mirar la sociedad de inclusión y la política de respeto que queremos para el futuro. Ella es aún esa niña de ojos claros que me enseña y nos enseña a todos que el amor y la solidaridad son los valores por los que vale la pena vivir y luchar. Ella vivió y luchó por eso.
En un discurso político dijo que un militante es alguien que siente las necesidades ajenas como propias. Y ella militaba la vida como el lugar de la concreción de los sueños de los más necesitados. Ahora que no está entre nosotros podemos conocer la inmensa tarea que llevó adelante en los barrios más carenciados y ante los subalternos más olvidados. Porque su grandeza estaba fundada en su humildad y en lo callado de sus actos de caridad.
Verónica puso la militancia en primer plano para una generación que solo interactúa ante las redes sociales. La militancia de recorrer una ciudad y de conocer a sus habitantes. De aunar voluntades de política activa y de sumar a los jóvenes a la utopía. Por eso, una ciudad y una provincia la lloran. Porque llorar a un ser querido es una de las formas de la impotencia. De dolor y de imposibilidad de no poder tenerlo al lado. Pero cuando una comunidad entera llora a un líder es porque lo pone en su altar de ídolos populares. No porque lo pierda, sino porque lo gana. Lo gana como ejemplo y como arquetipo. Eso es Verónica ahora. El ejemplo de que con bondad y alegría se puede hacer mucho bien al prójimo y se puede construir una sociedad de respeto. El arquetipo del político honesto y laborioso que viene a desterrar las formas anquilosadas del pasado.
No hay llanto suficiente para tanta pena. El dolor de su partida solo se mitigará en la medida en que aprendamos las lecciones de su vida. Verónica como docente fue amada por sus estudiantes, pero sus enseñanzas trascenderán las paredes de sus aulas e inclusive las generaciones que tocó con su lucha. Repudiemos los mensajes de odio y valoremos los ejemplos de luz. La niña de ojos claros nos mira el futuro para todos y el amor siempre vence al odio.

 

Por Matías Bailone

 

Especial para El Diario de la República

 

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