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"La trama es anecdótica; lo que importa en la literatura es la emoción"

Una de las caras más visibles de la nueva y exitosa camada de escritoras argentinas cuenta algunos de sus secretos a la hora de escribir. Esta semana Netflix estrena una película basada en su novela "Distancia de rescate".

Por Miguel Garro
| 11 de octubre de 2021

Si el mercado literario funcionara bajo mecanismos ideales, en cinco, seis, a lo sumo diez años, Samanta Schweblin debería ser una figura central en la literatura nacional. Y sus novelas y cuentos, de tramas intrigantes, profundas, lapidarias (como lo son ahora), serían conocidas por mucha más gente de la que ha tenido acceso. Por ahora, a la espera de que los engranajes de venta, difusión y distribución del sistema funcionen a la perfección, la escritora construye una carrera literaria que fluctúa entre Berlín, donde está radicada con su esposo hace más de una década, y Argentina, donde se concentran la mayor cantidad de sus lectores.

 

Parte de esa edificación hecha de papel y esa cosa inasible que son las historias tendrá un nuevo punto de apoyo a partir de mañana cuando Netflix estrene “Distancia de rescate”, la película basada en el que tal vez es el relato más conocido de Samanta. Protagonizada por Dolores Fonzi y María Valverde, la producción tiene el enorme desafío de traducir al lenguaje cinematográfico la narración limítrofe entre realidad y fantasía que propone la novela. No parece fácil y los lectores están ansiosos por ver y verificar esa resolución.

 

La distancia de rescate es el espacio que una madre considera suficiente, alcanzable y tranquilizador para salvar a su hijo o hija en caso de un peligro latente. Es una medida física que, según la circunstancia, puede representar el largo del brazo, el recorrido de cuatro pasos apurados o la trayectoria que genera la salida eyectada tras un impulso. Pero también es una medida mental, de cuidado y de prevención que solo las madres tienen.

 

Samanta Schweblin, vale la aclaración, no tiene hijos.

 

“Cuando escribí ‘Distancia de rescate’ no me pasó nada especial; me senté y me puse a relatar la historia, sin pensar demasiado”, dijo la autora en una charla que dio en 2019 en la 45ª edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, la última que se hizo hasta ahora. Algo distinto pasó cuando se decidió por fin a coescribir el guion de la película junto a la directora, un trabajo al que describió como el más metódico que hizo en su vida. “Todos los días me sentaba frente a la computadora para escribir, discutir e intercambiar ideas”.

 

Posiblemente el hecho de que Claudia Llosa haya sido la designada por Netflix para dirigir “Distancia…” fuera el picaporte para que, por fin, Samanta se decidiera a ceder los derechos de su primera novela, algo a lo que se había negado tozudamente antes de la oferta del gigante del streaming. Llosa es la directora de la inolvidable “La teta asustada” —candidata al Oscar a Mejor película extranjera el mismo año que “El secreto de sus ojos”— y sobrina de Mario Vargas Llosa, un autor que más allá de sus digresiones ideológicas es una influencia clara en la obra de Schweblin.

 

Lo que podría haber hecho metódico el trabajo en dupla de escritora y directora fue, justamente, la distancia, aunque no de rescate. Samanta, argentina, se conectaba en Berlín y Llosa, peruana, se conectaba en Barcelona, donde está radicada. Sin ser una inspiración personal, ese mundo de redes, intercambios y tecnología es parte de la segunda novela de la autora, la sorprendente "Kentukis".

 

Uno de los temas centrales de "Distancia de rescate" es, obviamente, la maternidad, configurada por la protagonista principal y los cuidados a su hija; aunque también, de modo menos visible, por la madre del chico que oficia de narrador, un personaje que la autora utiliza con habilidad para acrecentar la tensión y el misterio. A eso se suma un escenario agrotóxico que acrecienta los conflictos.

 

Antes de estar disponible en Netflix, la película de Llosa fue parte de la selección oficial de la 69ª edición del Festival de Cine San Sebastián, donde no obtuvo la respuesta esperada por parte del jurado, que prefirió a la rumana "Crai nou", de Alina Grigore, para otorgarle la Concha de Plata, el premio mayor.

 

Hasta que publicó su novela inicial, Schweblin se había dedicado mayormente al cuento, en tres libros que exponen una capacidad poco usual de narrativa ágil, siempre atenta a abrir conflictos en cada página. Tras la publicación y el éxito de “Distancia…”, la autora continuó con el género y redobló la apuesta con “Kentukis”, una novela de trama novedosa que conecta personas, tecnologías y sentimientos con escenarios geográficos que se distribuyen en todo el mundo y concuerdan en un centro virtual. “Pensé esa novela con la mirada de una escritora más aplomada”, dijo la autora.

 

 

La niña que escribía

 

El primero que se salió de la norma de aparente normalidad en la familia de Schweblin fue su abuelo materno, un hombre que cada 15 días llevaba a su nieta a un bar de San Telmo para que se reuniera en un ambiente de bohemios, con lecturas a viva voz y escritores aficionados sentados en mesas de madera. Seguidora por entonces de Gabriela Mistral y Alfonsina Storni, la joven escribía en un diario íntimo algunas cosas sueltas.

 

“Un día mi abuelo me invitó a que leyera delante de toda la gente y yo, muerta de vergüenza, accedí. Cuando terminé se hizo un silencio tremendo y la gente empezó a aplaudir”, recordó Samanta sobre el momento en que sintió que podía la literatura ser para ella algo más que escribir en su habitación sobre un cuaderno, solo para su relectura.

 

Como está dicho, los cuentos fueron durante años el parquet sobre el que deslizó su imaginación. Uno de los primeros inconvenientes con los que se encontró la escritora fue descubrir el momento en que el relato estuviera listo. Lo halló (en realidad no) de un modo particular: “Antes pensaba en el cuento terminado antes de empezar a escribirlo; ahora creo que no se termina nunca de escribir un cuento”, dijo la autora.

 

Otra de las enseñanzas que Samanta adoptó con la práctica de la escritura fue que la clave para sus relatos estaba en la transmisión de las emociones, un camino que, de acuerdo a lo que piensa, debe ser recorrido con el lector. Y que a veces es más importante que el argumento en sí.

 

“Fue muy liberador darme cuenta de eso; de que la trama es anecdótica, de que lo que realmente importa es la emoción”, señaló la mujer, que en sus inicios tuvo en cuenta una frase de Stephen King que decía que siempre habrá gente dispuesta a disuadir a alguien que está decidido a escribir.

 

 

"La mayor contra que encuentro de ser reconocida es la exposición; mi mejor carta de presentación son mis libros"

 

 

Con el tiempo y la buena aceptación, Schweblin pasó a otro estado de su profesión y empezó a pensar de otra manera: “La gran ventaja de la consagración es que se venden más libros”, resumió con algo de despreocupación que no era tal, pues la proporción de mayor tiempo dedicado a la literatura la obligó a sacarle horas a su familia.

 

No fue lo único. “La mayor contra que encuentro de ser reconocida como escritora es la exposición, siento que mi mejor carta de presentación son los libros, cuando abro la boca, cuando doy reportajes, la ensucio. Pienso que cuando me escuche o lee lo que digo la gente va a desistir de comprar mis libros, pero es un problema de ego”.

 

Esa puede ser una de las razones por las que Samanta está tan cómoda en Berlín, donde se asentó por la labor de su esposo y donde se considera una ciudadana de tercera categoría. Siente la escritora que desde que se radicó en Alemania “mi mundo se hizo más pequeño”, con muchas cosas a su alrededor que no había elegido. “Dejé en Argentina cosas que van de amistades hasta muebles”.

 

Impaciente como lectora, una de las cosas que más le llamó la atención de su autopercepción fue la mirada distinta que tuvo en general al vivir en otra ciudad. Y usó para graficar una situación cotidiana que observó en la ciudad europea. “Una vez iba caminando por una calle de Berlín y había una persona borracha, tirada. Su presencia no significó un problema para nadie. De inmediato pensé que en Argentina la cosa no hubiera sido así, tan relajada”.

 

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