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Voces y fantasmas

La película argentina seleccionada para representar al país en la Academia de Hollywood tiene suspenso y sensaciones oníricas.

Por Miguel Garro
| 15 de noviembre de 2021

El dilema es todos los años el mismo. Ante el envío de una película nacional para que compita en la entrega de los Oscar, la pregunta que se hacen los encargados de la selección se repite de modo secuencial: ¿conviene mandar una historia que represente la idiosincrasia del país, con todo lo que ello implica, o es preferible que la industria local se acomode a los dictados de Hollywood y remita para la competencia una producción afín a la forma en que se ve el cine en el norte?

 

En caso de que se adopte esa segunda tesitura —cercana al afán meramente resultadista, impulsada por lo que podrían llamarse los Carlos Salvador Bilardo del celuloide—, se encuentra un primer obstáculo. Para que haya representantes con esas características tiene que haber, a su vez, directores o productores dispuestos a resignar el desafío de contar una trama propia para replicar recursos, estéticas y argumentos no siempre genuinos.

 

La elección de este año se encontró con una serie de inconvenientes que en algunos casos fueron comunes a otros países y en otros se sumaron a una industria estancada en términos económicos y creativos. Por caso, ninguno de los grandes directores argentinos estrenó este año, tal vez a la espera de un escenario más propicio para la proyección comercial de sus creaciones.

 

Rodolfo Carnevale con “Voces secretas”, “La noche mágica”, de Gastón Portal, “Sector VIP”, del subterráneo Eduardo Pinto, “Ex casados”, de Sabrina Farji, “Bajo el agua”, de Alejandro Chomski, “Inmortal”, de Fernando Spiner y “Mamá, mamá, mamá”, de Sol Berruezo Pichon- Rivière conforman un rápido listado de los realizadores con cierta trayectoria que se animaron a estrenar este año y el pasado. A ellos hay que agregar, entre muchos otros, a los puntanos Sabrina Moreno y Nicolás Teté, quienes con “Azul el mar” y “Todos tenemos un muerto en el placard y un hijo en el closet” consiguieron premios y menciones en festivales menores.

 

Entre las posibilidades que se presentaron, el comité argentino seleccionó a “El prófugo”, un thriller de suspenso con remates oníricos pretendidamente psicológicos dirigidos por Natalia Meta, una profesora de Filosofía que fundó la editorial “La bestia equilátera” y que en 2014 sorprendió al cine nacional con la impecable “Muerte en Buenos Aires”.

 

De aquel policial con varios vericuetos inesperados que tenía a un “Chino” Darín todavía en carrera incipiente a esta posibilidad representar al país en la competencia por el Oscar, el estilo de Meta se ve pulido, aunque en términos argumentales y narrativos hay un descenso evidente. El riesgo de contar una historia donde los sueños se mezclan con la realidad fue altísimo para la directora.

 

La protagonista es una mujer que participa en un coro lírico y hace doblajes de películas al castellano que luego de un traumático hecho en unas vacaciones con sabor a luna de miel empieza a experimentar la infiltración de los personajes de sus sueños en su vida real. O viceversa. El tenor de esas personalidades van desde un afinador de piano que conoce hace poco y con el que se involucra sentimentalmente, hasta su propia madre, que aparece de improviso para alterar su delicada calma.

 

Amante de la literatura no tan difundida, Meta escribió el guion con base en “El mal menor”, la tercera y última novela de C.E. Feiling, un escritor rosarino que murió de leucemia a los 37 años y que incursionó tanto en la poesía como en la novela policial y en la de terror, el género en el que mejor se movió.

 

La siempre efectiva Érica Rivas es quien afronta el personaje central, de un peso específico tan fuerte, tan presente, que aparece en absolutamente todas y cada una de las escenas de la película. Y en muchas de esas visualizaciones está con el mismo vestido de raso azul.

 

Un motivo de orgullo para el público puntano es la presencia en la película de Agustín Rittano, el actor nacido en Tilisarao que se instaló en Buenos Aires para forjar una carrera en cine y teatro que está cada vez más asentada. En “El prófugo”, el intérprete hace de un sonidista encargado del estudio donde el personaje principal realiza las grabaciones y tiene, además de una escena clave para comprender lo que le pasa a la cantante, uno de los pocos pasos de humor que se permite el filme. Cuando el trabajador descubre un problema técnico en el micrófono en el que se debía hacer el doblaje recuerda: “Cuando hicimos el de Harry Potter nos pasó lo mismo”.

 

La elección de una película oscura, lúgubre, de trámite lento, que no cierra todas las puertas argumentales que abre (que tampoco son tantas) no parece, a simple vista, la ideal para ir a competir a la ciudad del cine donde todo es entretenimiento. Pero en el mágico mundo de las películas todo puede suceder. Podría haber un paralelismo entre el desarrollo de “El prófugo”, que tiene en su escena final una versión de “Amor”, de Los Palmeras, en versión lírica lo mejor de la producción; y lo que suceda en el futuro camino hacia Hollywood.

 

 

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