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Volver a casa

Un relato en primera persona de perdón y superación, que elige hablar para animar a que otras alcen su voz.

Por Astrid Moreno García
| 08 de marzo de 2021

En una calurosa tarde, con el verano aún reticente a despedirse, Adriana M. camina sola y se sienta en un banco de la Plaza Desatanudos, ubicada a unas cuadras de su casa, en el barrio Eva Perón. Las nubes la protegen del sol y le dan un respiro de los pesados 30 grados que se sienten el primero de marzo en plena siesta.

 

Sonríe, se pone el barbijo y saluda. Tiene 22 años y está en el cuarto año de la Licenciatura en Producción de Radio y Televisión de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL). La joven espera que la carrera le quite la timidez que la acompaña desde que es pequeña.

 

"Quiero contar mi historia para ayudar a otras chicas que pasan o pasaron por lo mismo”, aclaró desde un principio, como si tuviera la necesidad de aclarar o justificar el porqué de su decisión. Con una voz dulce y en aparente calma, pero las manos entrelazadas con fuerza sobre su regazo, que solo separa para cambiar el agarre, habló sobre los abusos que sufrieron ella y sus dos hermanas por parte de su padre.

 

“Somos cuatro hermanos, tres mujeres y un hombre. Éramos esa típica familia ejemplar que por fuera parecían felices: el padre que le daba todo a sus hijos, nosotros teníamos buenas notas en la escuela y una madre ama de casa. Nadie se hubiera imaginado lo que pasaba puertas adentro”, relató.

 

Para Adriana su infancia se terminó a los nueve años, cuando su padre la obligó a “jugar a las cosquillas”. “Siempre aprovechaba cuando mi mamá se iba a comprar o al centro. Recuerdo que estaba en su habitación, fui y se empezó a propasar. Le dije que no y salí corriendo. Nunca más me molestó, pero sí llamaba a mis hermanas o las iba a buscar a sus camas”, recordó.

 

Durante siete años la familia de Adriana permaneció en silencio, porque lo que no se nombra, no existe. La joven razonó: “Lo más extraño de todo es que siempre hacíamos como que en realidad no pasaba nada, lo abrazábamos y le decíamos 'te quiero'. Creo que optamos por eliminar esos recuerdos y seguir sintiéndonos chicas normales, con la esperanza de que algún día dejara de hacerlo”.

 

 

 

Vi que mi historia podría ayudar a otras chicas, en especial por cómo lo superamos con mis hermanas”

 

 

Pero a los 16 años discutió con su madre y explotó. Se escapó de su casa hacia la de su vecina. “Mi papá llamó a la Policía para que me buscaran, pensando que no iba a decir nada. Yo me fui por el techo a lo de un amigo que me escondió unos días”, contó Adriana.

 

Tras una semana de ir y venir por las casas de sus amigos, decidió ir con su tía, de familia paterna. Ese fue el primer gran paso de Adriana para cortar el círculo de abuso que se vivía en su familia. “Le conté lo que estaba pasando en mi casa y fuimos a hacer la denuncia. Ella fue de mucha ayuda porque optó por creernos a nosotras antes que a su hermano. Eso es algo que le agradezco”, remarcó.

 

Durante los tres años que duró el juicio a sus padres, Adriana y su hermana menor vivieron con su tía, mientras que la más grande se mudó con su novio. Además, recibieron atención de psicólogos y especialistas de la Secretaría de la Mujer, Diversidad e Igualdad de la Provincia.

 

En 2018, la Justicia puntana condenó a su padre a 18 años de cárcel, y a su madre a tres por cómplice. La mujer ahora está en libertad.

 

 

 

 

 

Finalmente, tras varios años, Adriana regresó a casa. Ahora vive con su mamá a quien no le guarda rencor. “Ella nos pidió perdón y yo la perdoné, al igual que mis hermanas. Nos contó que fue abusada por su abuelo y creo que eso la hizo muy sumisa, siempre lo fue. Ahora estamos bien”, afirmó.

 

De su papá no espera ninguna disculpa, él tampoco les ofreció una. “No lo odio, pero no lo quiero. Ninguno lo ha ido a visitar ni pensamos hacerlo, mi abuela es la única que lo va a ver”, dijo la joven, con una risita incómoda. Y con seriedad remató: “No sé si lo perdoné, creo que no”.

 

La estudiante no pierde tiempo en mirar hacia atrás, por el contrario, utiliza su vivencia para reforzar el vínculo con su hermana más chica, con quien habla seguido del tema. Además, quiere dar a conocer su historia para incentivar a otras mujeres a que denuncien a su agresor, incluso si se trata de un familiar cercano.

 

A las chicas que sufren lo mismo que yo, les diría que se animen a contárselo a otras personas para que las ayuden y que hagan la denuncia, que no tengan miedo. Por ahí no quieren por el tema de que es familia, es re difícil, pero hay que hacerlo por tus sobrinos, tus hijos, tus nietos o cualquier mujer que venga después”.

 

Sobre el pasado, aseguró: “Era re feo vivir así, pero estábamos acostumbrados”. Ahora, planea recibirse y buscar trabajo en la provincia, aunque no descarta irse a Córdoba o Buenos Aires.

 

“Mi vida en este momento es buena, tratando de salir adelante, poniéndole ganas a mi carrera y disfrutando el día a día. Con mi familia vivimos todos juntos, a excepción de mi hermana mayor. Y con respecto a los amigos, tengo nuevos y también conservo los de hace muchos años”, finalizó Adriana, la heroína de su propia historia.

 

La joven se quita el barbijo, sonríe nuevamente y comienza el retorno a lo que, por fin, es su hogar.

 

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