Dejar todo por el voluntariado
Tiene 31 años y hace más de uno abandonó su profesión de diseñadora de indumentaria para vivir en Angola.
Del otro lado del continente y con cuatro horas de diferencia, Julia “Lula” Villegas, de 31 años, vive en el barrio de Lixeira (que en portugués significa basural). Hasta este municipio de Sambizanga, en la provincia de Luanda, llegó esta puntana que a los 18 se fue a vivir a San Rafael para estudiar diseño de indumentaria. Tras recibirse, dejó todo para ir a realizar un voluntariado a Angola.
Actualmente trabaja en la inspectoría de una comunidad salesiana donde realiza tareas de contabilidad y administración, cosa que nunca hubiera imaginado hacer, como otras tantas que ha hecho a lo largo de toda su estadía.
El cambio de década para ella fue un antes y un después. En ese entonces vivía con su hermana Paula, en San Rafael, y solo le quedaba rendir la tesis de magister en Diseño. Cuando estaba a punto de cumplir los 30, sintió que había logrado muchas cosas, como viajar sola, trabajar como profesora universitaria, que para su edad era algo llamativo, y tenía varios emprendimientos. Pero la chispa de ir a otro lado para ayudar seguía intacta. Fue así que se puso en campaña para ver cómo lo lograba.
“A través del acompañamiento de un consultor psicológico que es mi amigo, se me volvió a plantear la idea del voluntariado”, resaltó la puntana, quien remarcó que la idea la tuvo desde chica ya que cuando iba al colegio “María Auxiliadora” siempre se sumó a los trabajos sociales. Luego su papá, Roberto Villegas, quien falleció hace 10 años y su mamá, Estela Zanin, tuvieron un hogar de ancianos.
El 17 de septiembre de 2019 fue el día en que “Lula” recibió la mejor noticia: se iría a Angola. “Fue muy emotivo. En esa fecha era el cumpleaños de mi mamá y también el aniversario de mi papá. Empecé los papeles, mi hermana lo sabía, pero mi mamá no. Se enteró cuando fui a sacar la visa. La llamé por teléfono y le comenté que era una decisión tomada, lloramos las dos juntas”, recordó.
Julia reside en una comunidad donde se preparan 17 jóvenes para ser sacerdotes. Hay además una escuela, un centro de salud y hogares de niños. “He realizado tareas que nunca me hubiese imaginado hacer, desde colaborar en un laboratorio, hasta sostener a una beba para que le pongan una vacuna. Cosas simples que me permiten ayudar sin tener una profesión referida a la salud. También cociné en el hogar para más de 60 niños en plena pandemia, con ollas industriales y comidas que nunca había hecho”, acentuó.
En abril de 2020 se rapó el cabello como símbolo para sanar y despojarse de estereotipos. “Fue la suma de muchas cosas. Hace un tiempo me diagnosticaron HPV (virus de papiloma humano) y me dijeron que capaz no podía tener hijos. Eso en mi mente se tradujo en cáncer. El estar acá me enseñó a quererme como soy y mirarme en el espejo sin vergüenza. También me ayudó a darme cuenta que la mujer no tiene que tener el cabello largo o vestirse de cierta manera. Fue abrir un espacio muy grande adentro mío”, entendió.
A fin de año a la puntana se le vence la visa, ella espera que su próximo destino sea Argentina. “Aprendí a querer vivir el hoy y a darlo todo, porque no sé dónde puedo estar mañana, pero me gustaría reencontrarme con mis afectos en mi país. Angola me enseñó a despojarme de las cosas materiales”, concluyó.


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