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¿Por qué no conseguimos doblegar la pandemia?

La diputada provincial Fernanda Spinuzza analiza cómo un virus muta a crisis sanitaria y su relación con las falencias del sistema social.

Por redacción
| 28 de abril de 2021

A esta altura del partido no es novedad calificar la pandemia de COVID-19 como una verdadera crisis. Y aunque parece haber cierto acuerdo en que esta es una crisis sanitaria, solemos olvidar que el concepto de "sanitario" obedece a la idea de Salud Pública. A una construcción social, de una estrategia comunitaria de promoción, prevención e intervención de la salud desde una perspectiva centrada en el colectivo y no en el individuo.

 

Una crisis sanitaria es por definición una crisis social. Y muchos de los problemas que afrontamos en esta pandemia y de los desafíos que aún nos quedan por resolver tienen una profunda raíz social. Y, por lo tanto, son problemas políticos. Por supuesto, existe un origen médico para todos estos males. El virus, para empezar. La novedad que supone para el sistema inmunológico (y para la industria farmacéutica), o su velocidad de propagación y de mutación. Pero el virus se vuelve crisis sanitaria cuando lo que empieza a fallar es el sistema social.

 

Es un virus. Que ataca la salud de las personas. Que circula y que se contagia. Es, sin dudas, un desafío médico. Pero si algo nos ha demostrado la pandemia es que la capacidad técnica de la humanidad, asentada sobre el uso de tecnologías cada vez más avanzadas, está largamente a la altura del desafío. Prueba de eso es la velocidad del desarrollo de las vacunas para el coronavirus, en un tiempo absolutamente impensado en otras épocas.

 

Y desde que se conoció el avance en el desarrollo de las vacunas, esta viene siendo nuestra principal esperanza. Una esperanza técnica, científica. Y está bien que así sea. Pero la crisis no es solo médica. Y por eso la verdadera salvación, la duradera, la que nos va a permitir hacer frente no solo a esta, sino a cualquier otra pandemia que se nos venga encima, no es científica, sino social. Y, por eso, bien compartida.

 

Empieza por la responsabilidad individual, que venimos pidiendo y recordando como manera de prevenir los contagios y la propagación del virus. Y no termina allí. De una manera u otra, la capacidad de vencer a la crisis sanitaria está en nosotros. Y, por lo tanto, la responsabilidad de hacerlo. Aunque claro, hay responsabilidades y responsabilidades.

 

¿La política? La política tiene una grande: conducir el esfuerzo comunitario a través de la crisis. Para eso se requiere, como siempre, de dos grandes estrategias: una de gestión, destinada a resolver los problemas concretos; y otra de comunicación, orientada a generar y sostener los consensos necesarios para capear el temporal. La política y los líderes comunitarios tienen la responsabilidad de participar en estos consensos, informados y fundados científicamente. De resistir la tentación de la politiquería, de evitar la difusión de datos sueltos o poco serios que confundan a la población, en búsqueda de unas efímeras adhesiones. En definitiva, de poner primero la salud de la gente antes que los pequeños intereses partidarios o sectoriales.

 

¿Qué decir del personal de salud? ¿De esas puntanas y esos puntanos que ocupan la primera línea de defensa contra el virus? ¿Qué más responsabilidad que seguir trabajando a destajo, como lo vienen haciendo? No hay más que palabras de agradecimiento por su labor, su sacrificio y su entrega.

 

¿El ciudadano de a pie? Bueno, de esta responsabilidad venimos hablando hace tiempo. La de contribuir como se puede, cuidándose y saliendo lo menos posible. Pero "el ciudadano de a pie" es una normalización ficticia, una estandarización construida para simplificar una realidad que en verdad es mucho más compleja. Aquí se engloban personas con más y menos recursos, con diferentes oportunidades para cuidarse, e incluso algunas personas cuentan con enfermedades prevalecientes que las hacen más atractivas a la hora de contraer la enfermedad. También se esconden allí diferentes grupos etarios, gente más grande y gente más joven, con distinta capacidad de adaptación y resiliencia.

 

 ¿Por qué no podemos lidiar con la pandemia? Porque en el fondo no deja de ser un problema sociológico. Todos tenemos responsabilidad individual, sí. Pero también social, como partes de un colectivo. Y en este sentido, creo sinceramente en el poder de las juventudes para transformarse en el sostén de la comunidad en esta nueva ola. Son ellas las que pueden transformarse en el sujeto de una nueva defensa de la vida, asentada en la solidaridad, la equidad y la justicia social. Que comprenda que nuestros esfuerzos tienen sentido, porque son parte de un trabajo más grande, destinado a cuidar a nuestro pueblo. Que busque vacunar a todos, pero empezando siempre por los más débiles. Un camino que trascienda la responsabilidad individual y abrace la solidaridad. Un verdadero camino de la vida en el que podamos caminar juntos, aún en este escenario de pérdidas.

 

Sigue siendo hora de cuidarse. De ser responsables y de pedir responsabilidad. Pero es, además, la hora de las juventudes. De tomar protagonismo en esta historia y ocuparse de desempañar la performance que le corresponde: la de actor del cambio. De una transformación positiva, que tienda al cuidado individual y a la concientización social. La lucha no será corta. Pero las y los jóvenes se baten siempre riendo. Y esto también pasará.

 

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