SAN LUIS - Martes 01 de Julio de 2025

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Perdón, esa escasez tan reparadora

El último éxito de Netflix expone, entre muchos temas, la relación de un matrimonio con el asesino de su hijo. Disculpas posibles con el alma partida en mil pedazos. 

Por Miguel Garro
| 31 de mayo de 2021

Entre las múltiples lecturas que ofrece “El inocente”, la serie española que se estrenó el mes pasado por Netflix, la más intrigante busca responder un interrogante que solo las personas que han pasado por esa situación puntual tienen la capacidad de hacerlo: ¿Puede alguien perdonar al asesino de su hijo?

 

Expuesta así, como si se preguntara qué va almorzar una familia un domingo o qué libro conviene leer en días de aislamiento por ser contacto estrecho, la pregunta podría parecer una simple continuidad de palabras encerradas entre dos signos de interrogación. Pero el revuelto de sentimientos que puede generar un interrogante de este tipo no da lugares a dobleces, liviandades de ningún tipo ni treguas mentales.

 

Es conveniente poner en situación a quienes no han visto la serie: el protagonista (el inocente que pretende revelar el nombre de la serie) es un abogado exitoso que pasó algunos años en la cárcel por asesinar involuntariamente a un joven en la puerta de un boliche nocturno. Al parecer, al profesional la vida le sonríe, pero una serie de tragedias familiares funcionan como la vuelta del guión ideal para generar algo de piedad hacia el acusado. Entre una variedad de personajes que por momentos embarullan la trama, están los padres del chico asesinado, un matrimonio que tenía una convivencia aparentemente ideal hasta el hecho incomprensible de verse en la casa sin su hijo. Sobre las diversas actitudes de esos padres se asienta, incómodo y desconcertante, el punto clave de la ficción. El padre del joven —envuelto en algunos raptos de culpa— tiene muy en claro sus deseos para con el protagonista: lo quiere muerto, con el mayor sufrimiento posible y rechaza cualquier tipo de explicación a lo que considera un hecho inexplicable. Al fin, se ha dicho una y otra vez que no hay dolor más grande para una persona que soportar la muerte de un hijo.

 

En cambio, en la madre de la víctima la actitud es opuesta. No solo perdonó a quien le arrebató a su ser más querido, sino que además lo ayuda en algunas situaciones límites y hasta proyecta a su hijo en el asesino, en una de las escenas más conmovedoras de la serie. Víctima y victimario tienen la misma edad, la misma clase social y cuando sucedió la tragedia, disputaban el amor de la misma chica. Demasiados parecidos.

 

Empeñada en retroalimentarse de y con la imaginación de los guionistas, la realidad vuelve sobre sus pasos. A principios de mes —al tiempo que la ficción española se convertía en un éxito—, un chico de 19 años chocó contra una columna en el Audi de su padre en una esquina de Tigre, en Buenos Aires, y dos de sus acompañantes murieron en el acto. El conductor, quien tenía 1,39 de alcohol en sangre, y otro chico se salvaron. La gimnasia periodística para este caso fue la de siempre: buscar a los padres de las víctimas para que dejen su corazón estrujado en clamor de justicia frente a un micrófono atento y unos espectadores dolidos, sí, pero remolones en el morbo. Dos días después del hecho, con el cuerpo de su hijo adolescente recién enterrado en un cementerio, el padre de una de las víctimas fatales usó las redes sociales para dar un mensaje tan claro como desgarrador. Y como inusual.

 

“Está todo perdonado, no tengo rencor”, escribió el hombre, seguramente lacerado por el estiletazo del dolor, pero con la conciencia suficientemente limpia como para comprender al otro. Tal vez en esos momentos terribles se encuentre la forma más cabal de expresar eso tan de moda por estos días que algunos llaman empatía y que mencionan como una palabra grave (en el sentido de su acentuación) más.

 

 

El perdón literario

 

En una de sus historias, Hernán Casciari se refiere al tema. El cuento se llama “Perdón escaso” y relata dos hechos, uno sucedido en Buenos Aires a principios de los '90, con “Nuevediario” encabezando la lista del rating de los noticieros argentinos; y otro más cercano en el tiempo, pero lejano en el espacio: ocurrió en Andalucía.

 

En el primero, el escritor recuerda a una mujer frente a las cámaras con su hijo atropellado por un auto conducido por un chico de 15 años, borracho. Escribe Casciari (cuenta en realidad) que la mujer miró a la cámara y con la serenidad de quienes saben que ya han perdido todo le extendió su perdón al automovilista, invisible tras su traje de tránsfuga.

 

El segundo hecho es más violento y tiene algún parecido con el desencadenante de la trama de “El inocente”. Otra vez una madre, apoyada en el hombro de su marido (escribe —cuenta— Casciari), llora a su hijo asesinado por una patota en Sevilla. La mujer les dice a los periodistas, con la serenidad que tienen los que ya no tienen nada, que prefiere su situación a la de las madres de los chicos que apuñalaron a su hijo. Que prefiere que sea su hijo el fallecido antes de que él hubiera matado a otro.

 

Pero si hay un caso real, cercano y similar al que muestra la trama de la serie española es el crimen de Fabio Bea, el joven universitario asesinado en la puerta de un boliche bailable de San Luis en 2002. Según la reconstrucción que hizo uno de los imputados en el juicio oral, los hechos sucedieron aquella madrugada de enero en la calle Ciudad del Rosario de manera muy similar a la que cuenta “El inocente”. Una pelea con muchos participantes, un empujón y la caída de la víctima sobre el cordón de la vereda.

 

En la serie es claro que el episodio mortal fue accidental; en el caso Bea, no.

 

Es difícil saber si los padres de Fabio perdonaron al joven que fue declarado culpable por el asesinato, aunque su tesón por obtener justicia antes, durante y después del juicio oral fue tomado como un símbolo de lucha en la provincia en un hecho tan paradigmático que ejerció un cambio radical en la relación de la sociedad con el Poder Judicial y en la vigilancia en los lugares nocturnos.

 

Las charlas que contienen preguntas como qué se va a comer en el almuerzo dominical o qué libro leer en el confinamiento suelen encerrar divisiones un tanto divertidas, aunque inocentes. Que el mundo se divide entre las personas a las que les gusta el helado de menta granizada y las que no; que se divide, en realidad, entre los que gustan del programa de Marcelo Tinelli y los que no; o que, en realidad, la división definitiva es entre los que prefieren pasar las tardes en el Parque de las Naciones, de los que no.

 

En su libro “Historias de hombres casados”, Marcelo Birmajer tiene un cuento en el que resuelve esa dicotomía de una manera concluyente: para él, el mundo está dividido entre las personas que perdieron a sus hijos y los que no; los que conocen el dolor inmenso que esa muerte significa de los que no; en definitiva, los que pueden responder la pregunta sobre el perdón de los que no. Sería una manera muy eficaz de comprender a las almas en pena. Tal vez tenga razón.

 

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