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Los antibióticos, la poesía y la luz de un ser irrepetible

El que es considerado el mejor disco de la historia del rock argentino tuvo una presentación acorde a la calidad de la música y del homenajeado. La familia de Luis Alberto Spinetta subió el mes pasado un material inédito y emotivo.

Por Miguel Garro
| 14 de junio de 2021

Es difícil, en un músico de la inventiva y la creatividad de Luis Alberto Spinetta, segmentar su carrera al momento de mayor efusividad. Pero si hubiera que hacerlo forzosamente, habría que coincidir en que “Artaud”, su disco de 1973, expresa una etapa especialmente inspirada de un artista que hizo de la belleza una espada con filo de terciopelo y de la poesía un escudo con el que resguardarse contra todos los males del mundo.

 

Considerado por la mayoría como el mejor disco de la historia del rock argentino, “Artaud” tiene una serie de particularidades que lo hacen un hito en una discografía llena de hitos. El más llamativo es que Spinetta aceptó firmar el álbum bajo el nombre de Pescado Rabioso, el grupo que formaba por entonces, pese a que es en esencia un disco solista en el que “El Flaco” compuso todas las canciones y tocó la mayoría de los instrumentos.

 

Otro aspecto que hizo del disco una obra de arte única e irrepetible (sin entrar todavía a hablar de la música que contiene) es la presentación que Spinetta eligió para mostrarlo. El disco salió a la venta dentro de una caja irregular, que no entraba en los estantes de las disquerías de la época (ni de esta, si las hubiera), con puntas incómodas y sin respetar ninguna regla geométrica. Lo deforme de la mente del músico empezaba por entonces a trascender lo meramente musical.

 

A eso se suma una inquietante carátula con no más texto que el nombre del disco y del grupo en pequeña tipografía, un retrato del poeta iluminista francés también ínfimo en proporción con el resto de la tapa y un estridente verde que domina la carátula hasta reducirse a un amarillo redondo que se va formando en la parte inferior del arte de tapa. ¿O es al revés? ¿O es del amarillo de donde nace el verde que inunda el resto de la portada?

 

Pero es lo inasible (y lo sonoro) lo que convirtió al disco en un clásico en el que Spinetta no solo hace un expuesto homenaje al autor de “El teatro de la crueldad”, sino que estira su capacidad poética a niveles pocas veces antes vistos y pocas veces repetidos después, en cualquier artista popular argentino, incluido los poetas.

 

Hace algunas semanas, los herederos de “El Flaco” subieron a las plataformas una nueva grabación del show presentación de aquel disco en el teatro Astral. El hallazgo representa una segunda entrega de la serie de recitales (el año pasado habían subido otra grabación) que, por lo escuchado, encontraron a Spinetta en un momento de luminosidad muy alto.

 

 

 

Con lo obsesivo que era Luis Alberto con la perfección del sonido en cualquiera de sus acciones musicales, es muy probable que, en vida, desaprobara la publicación de un recital con tan pocos cuidados sonoros, aunque con esa actitud tan spinetteana no hubiera hecho más que vedar a sus seguidores de un documento de un valor simbólico, histórico y emocional que, aunque no agiganta su leyenda, le coloca un moño todavía no del todo cerrado.

 

La familia tuvo que aclarar antes de la edición del disco que la grabación fue hecha de aire, en un cassette, en un sitio cerrado y lleno de gente, y que estuvo casi medio siglo escondido en los baúles húmedos de lo olvidado.

 

La grabación subida el mes pasado estaba en poder de Cristina Salazar, esposa de Luis y madre de sus hijos, quien colaboró en la increíble letra de “Por”, uno de los temas más trabajados de “Artaud”. A ella se la había alcanzado un amigo que grabó el show realizado a finales de 1973.

 

Cuando los hijos escucharon el material se dieron cuenta que la cinta era unos meses posterior al recital que el año pasado presentaron como un tesoro escondido en la vida del coleccionista seguidor promedio de “El Flaco”. En el primer disco, de poco más de una hora de duración, hay muchas canciones que con el tiempo se convertirían en clásicos de su repertorio (“Me gusta ese tajo”, “Dulce 3 nocturno”, “La cereza del zar” y “Barro tal vez”, con una imperdible introducción en la que teoriza acerca de la música folclórica) y algunas pocas del álbum insignia.

 

El segundo recital tiene algunas sorpresas más icónicas, como el estreno de “Dedos de mimbre”; la presencia de “Omnipotencia”, que luego se llamaría “Ah… basta de pensar”; y “Jilguero”, una canción que Spinetta había compuesto para “Artaud” pero finalmente terminó por dejarla afuera del álbum. La composición tuvo su revancha más tarde en “Pelusón of milk”, aunque con una letra muy cambiada.

 

 

Aquellos años de revolución

 

Prueba del espíritu inquieto que dominaba a “El Flaco” por aquellos días de ebullición creativa: en un momento del show se escucha que el autor deja una guitarra acústica, toma la eléctrica y hace tres canciones que permanecieron en el anonimato de lo inédito hasta ahora: “Psicodelia”, “No te detengas” y “Blues”.

 

Lo bueno de escuchar ese material tan íntimo en un concierto que no había sido preparado para la grabación en vivo son las declaraciones de Luis arriba del escenario. Dueño total de la escena, rey alegre de un momento sublime, Spinetta se muestra inusualmente locuaz en comparación a los que serían los próximos años de su carrera.

 

Al principio se lo oye leer una carta que un fanático le había dejado en el camarín poco antes del show. De las reflexiones posteriores se ventilan algunas descripciones hechas sobre sí mismo.

 

“Me halaga que se diga que mi música tiene un nivel real, sobre todo porque mi mente es muy delirante”, dice en el inicio del show. En el mismo segmento, el autor de la carta y el autor de “Muchacha ojos de papel” coinciden en que el poeta francés al que está dedicado el disco es “uno de los seres más lúcidos de este siglo”, por el pasado.

 

La efervescencia que se vivía en aquella época abraza a los artistas, pero también al público. Conviene recordar que ese año la llamada Revolución Argentina había dejado sus pasos dictatoriales en poder de las urnas, que consagraron a Héctor Cámpora como presidente. Dos meses antes de los recitales conocidos ahora, Juan Domingo Perón había ganado las elecciones tras la renuncia de Cámpora y en el aire flotaba una sensación de libertad que se vería brutalmente quebrada apenas tres años después.

 

Acaso obnubilados por ese ímpetu libertario, los jóvenes de entonces reclamaban participación aún en recitales donde la figura convocante debía ser el artista. Un poco cansado de las interrupciones de la gente, Spinetta se plantó de acuerdo a lo que se escucha en la grabación y se pregunta: “¿Por qué no contratan un equipo de voces para venir a gritar a los recitales?”. La reacción del público no fue complaciente, hasta que Luis tuvo que bajar un poco los decibeles: “No hay ningún tipo de represión entre mi público y yo; y yo y mi público”.

 

Hay una frase, a poco de comenzar el show, que genera una de esas sensaciones de estar en un nivel superior y supremo de poesía. Para explicar que las imágenes que se proyectaban detrás del escenario podrían tener una calidad superior de haber contado con el presupuesto acorde, Luis dice: “En este país se confunden las diapositivas con los antibióticos”. La frase acomoda buena parte de la poética spinetteana —que en algún punto puede ser también la de “Artaud”— que años más tarde se desarrollaría como una de las más claras, potentes y luminosas de la música nacional.

 

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