SAN LUIS - Viernes 17 de Mayo de 2024

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Un hombre que abandonó el mar para trabajar la tierra

Es técnico químico industrial y al jubilarse decidió instalarse en el norte para producir. Ya cosechó zapallos y puso plantines de cebolla. Asegura que podrá abastecer a sus vecinos.

Por María José Rodríguez
| 20 de junio de 2021
Tierra fértil. Gillini encontró otro zapallo, los tallos y las hojas quedan de abono. Foto: Carlos Braile.

Gabriel Gillini es un exoperador de plataformas petroleras que tiene 62 años y siempre anheló tener su propia huerta, trabajar la tierra y vivir rodeado de naturaleza. Hace doce años se instaló en Quines, donde ahora espera cosechar cerca de 2.500 bolsas de cebollas y 120 mil de ajos, hace unas semanas levantó 20 toneladas de zapallos y está feliz, junto a su compañera de vida, Claudia Espinosa, con quien se casó el verano pasado.

 

 

 

“Vivo en Casa de Piedra y formo parte del Movimiento Evita y de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), pero además estoy convencido de que lo que se viene es trabajo, acá buscamos crearlo”, dice el hombre que habla con énfasis, tiene espíritu aventurero, se recibió de técnico químico industrial, está jubilado y tuvo tres hijos.

 

 

Pocos. En el mismo predio en el que trabaja la tierra, Gillini tiene algunos animales con los que produce para consumo propio.

 

 

El establecimiento está ubicado en la Banda Este de la localidad, a pocos metros de su vivienda. “Tenía esta tierra hermosa, que me dijeron que era de lo mejor que había en la zona. Hicimos pruebas durante un año con la comunicad boliviana, nos fue bien, pero teníamos objetivos diferentes y decidimos seguir cada uno por su lado. Aprendí mucho de ellos. Después empezaron a sumarse más personas, que al día de hoy se convirtieron en socios y amigos, no en empleados”, aclara, rodeado del verde resplandeciente que emana del lote en el que están plantadas las cebollas. “Se ve tan bonito que parece una cancha de fútbol", expresa en otro momento de la nota.

 

El predio posee un sistema de riego por gravedad, que llega al campo a través de un acueducto administrado por San Luis Agua. Gillini asegura que cuando adquiera aún más experiencia instalará el sistema por goteo, ya que buscan optimizar el uso del agua. “Decidí apostar a comprar unas semillas sudafricanas porque me dijeron que tendrá mejores rendimientos. Me conecté con una empresa y me las vendieron, hice una inversión de cien mil pesos en ellas. Esto es un experimento, ya que primero me moví con algunos conocimientos ancestrales previos, ya que mi familia trabajaba la tierra también. Y después fui aprendiendo a través de videos que miraba por YouTube”.

 

La elección de cultivar cebollas se basó en algunas razones y en ciertos cálculos. “La elegí porque teóricamente es la que va a salir primero, es decir, que la obtendremos dentro de lo que se llama 'ventana de temporada'. La cosecha será precoz, si pensamos en la que se elabora en todo San Luis, entonces vamos a poder competir con el precio. Estimo que en esa época escasea y las verdulerías deben adquirirlas en otras provincias. Entonces, haciendo un cálculo al pensar en los costos de transporte, con la que obtendremos acá se podría ahorrar ese gasto y la venderíamos más barata”, explica con optimismo.

 

 

Aseguran que obtendrán cerca de 2.500 bolsas de cebolla y 120 mil de ajo. Hace unas semanas sacaron 20 toneladas de zapallos.

 

 “Acá plantamos unas 4 mil semillas, la superficie no alcanza una hectárea, pero calculamos que vamos a obtener  alrededor de 2.500 bolsas de cebollas, cuando lo normal sería sacar entre 1.000 y 1.200. El plan es trabajar en la tierra de manera óptima para obtener mejores producciones. Cuento con la ayuda de un compañero que tiene un  tractor, con el que además hacemos unos intercambios. Por ejemplo, el trabajo que hizo en esta tierra se lo pagué con 200 kilos de semillas de ajo, que él ya sembró en su campo. Y así nos vamos ayudando”, cuenta mientras señala cada espacio de su terreno.

 

 

Cosecha colectiva

 

Ahora resta esperar hasta fines de julio para empezar a cosechar, momento en el que predio volverá a llenarse de colaboradores, quizá los mismos que estuvieron cuando colocaron los plantines en el suelo. “Para sacar los cultivos sí vamos a tener un trabajo más intenso. Entonces van a venir entre diez y veinte personas a cosechar. Son fuentes de trabajo, ellos se llevan una parte de lo producido. Además  tengo tres compañeras de la UTEP que se llevan la mitad de las ganancias”, cuenta entusiasmado el productor.

 

En el otro predio, que está detrás del que actualmente crecen las cebollas, pusieron ciento veinte mil cabezas de ajo. “Nuestra idea es principalmente cubrir la demanda local y después vamos a necesitar ayuda sobre los mecanismos necesarios para ampliar la producción. Planeamos acudir al Gobierno nacional, pero no a pedir dinero, sino para que nos ayuden con el papeleo legal para poder salir a la ruta a vender la mercadería”, especifica Gillini, y cuenta: “Cuando vamos hacia las localidades vecinas nos paran, nos decomisan la mercadería y perdemos todo. Esto es subsistencia para nosotros. No sabemos cuál sería la manera de legalizar esta iniciativa, estamos dispuestos a hacer lo que haga falta para trabajar en blanco, no queremos ocultar nada. Pero de esta manera no tenemos intermediarios, que son los que la mayoría de las veces especulan con los precios, entonces el que produce termina de-silusionado y ya no quiere trabajar la tierra, abandona y eso no es bueno. Hay que apoyar a los que agachan el lomo”.

 

 

 

Durante la visita de la revista El Campo hacía el típico calor de los inviernos soleados, el clima era ideal para estar al aire libre y recorrer los lotes. “Me gusta mucho este tema que involucra el trabajo en la tierra, lo tomo como un entretenimiento, además me divierte y me entretiene. Esta es una actividad digna, producir el alimento propio, no hay que tener vergüenza, es muy bueno trabajar la tierra. Tener las manos lastimadas por estar agachado en el campo no es malo”, expresa mientras camina y cuenta que nació en una familia que le transmitió el amor por el cultivo de la tierra.

 

 

 

La idea es cubrir principalmente la demanda de Quines y después extendernos hacia los pueblos vecinos

 

 

“Me vine a vivir a Quines porque la tierra es privilegiada y la calidad del agua es óptima. Con la colectividad boliviana en Candelaria nos hicimos socios, pero nos separamos porque ellos van por otro camino. No es que no querramos dinero, sino que nos interesa la parte social de este proyecto: que podamos ayudar a las personas a obtener sus propios alimentos”, asegura. Gillini, quien opina que “el trabajo de la tierra es súper honroso y confortable, a todos los que estamos acá nos gusta, hay que salir de ese imaginario, ensuciarse las manos y tomar contacto con la naturaleza. Esperamos que esto sirva y llegue a muchas personas que aún no se animan a tener su propio espacio productivo”, opina, acompañado de un grupo de amigos encabezado por el delegado de la Región Cuyo de la Secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (Safci), Daniel Sosa; Anahí Timoneda, referente de la UTEP del Departamento Ayacucho (ver recuadro); y Mario Guerra, un productor de Donovan.

 

Entusiasmado con la actividad, Gillini adelanta que, como el trabajo en el campo nunca termina, por estos días están esperando que se desocupe otro sector para sembrar papa y otra variedad de cebolla.

 

 

Radiante. Aún quedaban en el suelo algunas plantas de rúcula, acelga, zanahorias y lechuga. Todo para el almuerzo.

 

 

A la hora de brindar algún consejo o secreto sobre el cultivo de hortalizas, Gillini asegura que no guarda ninguno: “Cuando preparo la tierra primero le pongo urea, como yo soy químico sé que no dañaría el suelo, ni a los cultivos y que además no es antiecológico, porque está conformada de nitrógeno”, especifica, y repite que no utilizan agroquímicos de ninguna especie en la producción.

 

Otro aspecto que es muy importante para el productor es ir rotando los cultivos. “En esta zona, durante el verano había zapallo, ahora nos toca poner cebolla; donde había ajo, vamos a volver a poner zapallo. Entonces esto que vamos intercambiando hace que no se destruya, o no pierda los nutrientes la tierra. Por ejemplo, hace seis meses que tenemos un sector en el que no pusimos nada más que abono”, indica.

 

 

El trabajo de la tierra es súper honroso y confortable, a todos los que estamos acá nos gusta hacerlo y lo disfrutamos mucho

 

 

Cerca de la despedida, Gillini mira la zona en la que está plantada la cebolla, aspira una buena cantidad de aire y expresa que “se ve precioso todo verde” y se vuelve a mostrar optimista: “Pienso que nos va a ir muy bien, dentro de tres meses tenemos que cosecharla y allí obtendremos resultados, vamos a ver qué pasa”.

 

Con el foco puesto en abastecer primero a sus vecinos, debido a que la pandemia desnudó la necesidad de producir frutas y verduras en Quines, Gillini especifica que “si hay productores que estén en el mismo camino que nosotros, que se consideren pequeños y medianos productores locales, que quieran primero abastecer a las personas que viven la zona, les diría que es una actividad hermosa y muy  saludable. El trabajo de la tierra es antiestrés. Quienes deseen ayuda, nosotros podemos acercarnos para asesorarlos y trabajar juntos. La agricultura familiar es así, no sabe de celos, ni de competencias. No hay secretos. La idea es producir más para que la gente coma saludable y barato sin tener que salir de la provincia”.

 

 

El recuerdo del gorila

 

En 2019 Quines se hizo famoso mundialmente por la aparición de un gorila que deambulaba por las calles del pueblo.

 

La noticia de que el animal de gran porte podía estar en la localidad salió en todos los medios y los Gillini no quedaron afuera de la aventura. Según contó la familia, los vecinos creían que Gabriel lo tenía encerrado en una habitación y que lo soltaba para que se alimentara. “Fueron días muy intensos, hubo mucho movimiento policial para encontrarlo ya que representaba un peligro tener un animal de tales características suelto”, opinó el productor.

 

Días más tarde, la Policía de Medio Ambiente de la provincia comprobó que las huellas pertenecían a un hombre y lo que pudieron imaginar quienes decían haberlo visto quedará plasmado en la memoria como una leyenda urbana en la que no vale la pena profundizar.

 

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