11°SAN LUIS - Martes 07 de Mayo de 2024

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Martín Omar Silva: unas riendas ganadoras

Triunfó en más de 2 mil carreras entre oficiales y cuadreras, lo que lo hace dueño de un récord inigualable. Arrancó a los 14 y corrió hasta los 43 años. Se jubiló en una funeraria.

Por Johnny Díaz
| 01 de agosto de 2021
"Mi primera carrera fue con 'Hurrat', yegua que debutaba en estas lides y nunca más corrió", dijo Silva. Fotos: Marianela Sánchez/Gentileza.

 

 

Nunca en su vida pensó que su destino era ser jockey y mucho menos en convertirse en un hombre récord para las estadísticas provinciales, con más de 2.000 carreras ganadas a lo largo de su trayectoria deportiva.

 

Martín Omar Silva nació el 11 de noviembre de 1954 en Los Lobos, un paraje ubicado a unos 8 kilómetros de Concarán, pero que está en el Departamento Junín. Está casado con Marta Susana Pérez, con quien tiene cuatro hijos: Alexis, Ramón, Franco y Noelia, quienes viven en Neuquén, y les dieron diez nietos.

 

 

 

Cuando Martín tenía 14 años murió su padre, Ramón Higinio, y por decisión de su mamá Silvia Zalazar lo trajeron a San Luis, lo dejaron a cargo de sus padrinos “Chicho” Manzur y su señora, y nombraron como su tutor al doctor Elías Rachid, de quien pasó a ser un colaborador más a cambio de vivienda y trabajo.

 

“Estaba como cadete, le hacía los mandados, lavaba su Torino y los fines de semana íbamos a cazar”, dice hoy, después de muchos años. “A los pocos meses conocí a Juan Guevara, dueño de una empresa fúnebre en sociedad con Rubén Tula, que estaba en la esquina de San Martín y Tomás Jofré. Y me fui a trabajar con ellos. Era mejor la paga y me daban una habitación para vivir. Don Guevara tenía caballos de carrera y al ver mi estatura y mi peso corporal, me dijo, ‘vos con esa estatura y con ese físico podés ser jockey, vamos a probar’. Así me ligué al turf y nunca más abandoné”, recuerda cómo se inició en su pasión.

 

Comenzó a ir al hipódromo de San Luis cuando estaba al frente Ernesto Latino. "Allí me enseñaron muchas cosas, sabía montar a caballo pero los del campo no son iguales a los de carrera. Sin embargo, con eso ya tenía una leve ventaja sobre el resto”, asegura.

 

 

 

“Todas las tardes —relata— iba para aprender, los entrenamientos eran muy duros y rígidos, ahí no importaba si hacía frío o calor, si llovía, si corria viento o si estaba nevando, al animal lo tenés que llevar al picadero, varear y hacerlo trotar, después correr y hacer las denominadas ‘partidas’, tarea que se hacía los lunes y jueves, dependiendo de la distancia, el cuidador o el propietario, que son quienes toman el tiempo en los marcadores, así sacan las referencias", dice. Pero ocurrió un hecho con muy pocos antecedentes en la vida de Martín que apuró su debut y él cuenta en detalles: “Guevara y los doctores Henry y Caro tenían una yegua, ‘Hurrat’, brava y difícil de llevar. Se ‘empacaba’ cuando la ponía frente a la cinta de largada. En esos tiempos no se usaban gateras. Unos días antes de una carrera de 1.700 metros me preguntaron si me animaba a montarla, pero como era menor, Ernesto Latino me autorizó”.

 

Estaba muy entusiasmado, ansioso y con pocos conocimientos turfísticos, pese a que en toda la previa se la pasó entrenando. "Cuando llegó el día hice una buena largada, la yegua se fue acomodando en el pelotón, con solvencia se ubicó primera y no abandonó nunca ese puesto. Fue triunfo y debut, sentí una alegría inmensa, nunca olvidé esa carrera”, expresa orgulloso.

 

 

 

Pero a los pocos días a la yegua la retiraron de las pistas porque seguía con su manía de no querer largar. "Sentí una gran pena, pero así son las cosas”, admite.

 

A los 14 años, Martín sabía que podía dar mucho más, que había aprendices y profesionales y que la sana competencia no sería fácil. Cruz Sosa, los hermanos Carlos y Calixto Moreno, “El Negro” La Torre, Gilberto Gatica, José Luna, González, más un grupo de mercedinos que venían los domingos y Raúl Grudi, eran parte de ese grupo que buscaba un lugar en el mundo del turf.

 

Silva mezclaba sus tareas laborales con el deporte, en el que tuvo una nueva oportunidad de correr con 'Trepador', un caballo de Juan Guevara, cuidado por Miguel Villegas. Con su monta logró tres segundos puestos, en 1.000, 1.100 y 1.200 metros, y también le corrió un caballo a Reyes Bustos, del Puente Blanco, logrando un buen triunfo y sumando unas seis o siete victorias más. Mientras, en la empresa aprendía, entre otras cosas, a manejar el coche portacoronas, el fúnebre y el de acompañamiento. “Eran tres Káiser Carabela y hacía otras tareas hasta las 16. Así empecé”, reconoce.

 

 

 

No contento con eso, en 1971, cuando cumplió los 18 y sumaba 27 carreras ganadas, decidió viajar a Buenos Aires e inscribirse en la escuela de aprendices del hipódromo de San Isidro para ser jo-ckey profesional. Se puso en contacto con su hermana Ilda, quien vivía en Lanús Oeste, y se fue con un pequeño bolso donde llevaba un par de zapatillas Flecha y varias mudas de ropa.

 

En Capital Federal se encontró con un mundo totalmente distinto. “Éramos más de cien de todo el país, nos decían ‘los provincianos’. En los primeros meses dormía en el stud, entre fardos de pasto, y me cubría con mantas de los caballos; fue muy duro. Ahí le cuidaba los caballos a un señor de Rosario, Eladio Labrador”, sostiene.

 

Recibía un pequeño sueldo que le servía para utilizar el comedor y dormir en la misma escuela que tenía San Isidro. “Tuve la suerte de que un día don Labrador, quien vivía en avenida Libertador frente a  los lagos de Palermo, me ofreciera un lugar y mejoré mis condiciones de vida", resalta.

 

 

 

De lunes a viernes la jornada empezaba a las 5. Los fines de semana se quedaba en el departamento. "Los patrones tenían un potrillo muy bueno, hijo de ‘Lasidon’, en el que habían depositado muchas esperanzas, pero el domador no se lo entregaba al cuidador para dar por finalizada su labor. El animal bellaqueaba o se asustaba mucho, como si viera sombras, entonces le dije al capataz que ese caballo era corto de vista. Trajeron a un veterinario y después de unos exámenes comprobaron que yo no estaba equivocado y el potro volvió al haras".

 

Don Eladio pretendía que se quedara, pero era imposible, por el asma. Pesaba 48 kilos y se sentía muy bien, pero el clima porteño no le era propicio y decidió retornar a San Luis tras más de 18 meses aprendiendo nuevas técnicas y a programar carreras.

 

“Regresé un 25 de enero y me enteré que Guevara había fallecido, quien me había prometido que cuando volviera me incorporaría de nuevo a su empresa. Asumí que no sería así y busqué por otro lado. Me contacté con Alberto Diógenes González, de la firma González Hermanos, otra empresa fúnebre de San Luis, a la vez propietarios de varios caballos, para que me dieran trabajo. Así fue y elegí ese momento para casarme”, destaca.

 

 

 

“Dos domingos después —continúa— voy a correr con dos caballos a Villa Mercedes, ‘Che Gaucho’, de González, y ‘Piquerino’, de Lucero, y allá me ofrecieron correr, además, con otros dos. Había llovido y la pista estaba muy pesada, sacaba ventajas porque el resto esquivaba los sectores con agua y en los codos se abrían mucho. Yo, por el contrario, encaraba por los sectores más barrosos; así gané las cuatro”.

 

Según cuenta, de a poco su situación comenzaba a cambiar, los propietarios lo miraban de otra manera, lo veían ganador y todos querían que les corriera sus animales porque "algunos son exitistas y quieren ganar siempre". "Veían que me cuidaba, iba al gimnasio, hacía pesas, cinta, bicicleta y natación, y eso me servía para estar siempre listo", aclara.

 

"En el deporte se gana y se pierde —reflexiona—, pero los jockey nos tenemos que cuidar y estar siempre listos. Muchas veces antes de correr me colocaba un Decadron para evitar alguna complicación. Siempre digo que la base del éxito está en el sacrificio, donde hay que poner un 70%, los otros 30% son para el triunfo”.

 

 

 

En medio de la charla, Martín Silva trae una anécdota. "Faltaba más de un mes para el clásico Santo Patrono de San Luis y una noche soñé que antes de la carrera me cortaba el pelo en la peluquería de los hermanos Coria, en Pringles e Hipólito Irigoyen, me hacía una chaqueta nueva y ganaba todo. Faltando un par de días, me fui a cortar el cabello, me hice una chaqueta con esos colores y ese 25 de agosto de 1990 gané el clásico de 2.000 metros con ‘Rincón Español’, un caballo de Luis Amitrano, y todas las carreras de ese día. Se me había cumplido el sueño. No lo podía creer", manifiesta, feliz, recordando aquel momento.

 

Para él, una jornada en el hipodrómo comenzaba a las 16, después de haber cumplido con su trabajo. Para esa hora, los peones y cuidadores ya tenían los caballos listos para hacer la rutina. "Ellos ya sabían que el caballo tiene que entrenar todos los días, si no, no sirve", confiesa.

 

“Una vez corrí con 'Dólar Cach', un caballo de San Luis que no quería entrar a las gateras y era duro de llevar, pero probamos en una carrera de 450 metros y ganó; así nos fuimos a Villa Mercedes y Río Cuarto, ganando otras dos. Partimos al hipódromo de Palermo y salí segundo, detrás de un ejemplar de Rosario. Y eso que ese animal tenía problemas en los garrones que lo hacían lento para salir, pero después en los 1.000 metros era muy bueno”, puntualiza sobre otra de sus experiencias.

 

 

 

Silva admite que su paga era el 10% del premio que por ley le correspondía al dueño del animal. En las cuadreras era diferente, se les entregaba el 20% más algunas apuestas y propinas. “Volví a San Luis porque tenía que trabajar. A lo largo de 24 años de profesionalismo disputé más de 5 mil carreras entre cuadreras y oficiales, de las cuales gané más de 2 mil, un récord difícil de alcanzar", asevera quien debutó en 1968.

 

Martín tiene cientos de anécdotas, pero una de ellas lo pinta como es: un apasionado de su trabajo y del turf. "Un domingo me avisan que tengo que llevar un servicio fúnebre a Alto Pelado. Allá me dijeron que cerca del pueblo había unas cuadreras. Una vez que entregué el servicio, fui a mirar carreras. Ahí, unos amigos me pidieron que les corriera unos caballos. Les dije que era imposible, porque estaba de traje y corbata. Nada frenó el pedido de los amigos. Corrí y gané las dos carreras de traje, zapatos y corbata", detalla, y agrega: "Inmediatamente me vine a San Luis. Tenía que llegar a las 16, pero arribé pasadas las 19 y le tuve que mentir a mi patrón: Me demoré porque no estaban todos los deudos y hubo que esperarlos".

 

En otro pasaje de la entrevista se encarga de autodefinirse: "Personalmente me gustaba correr a la expectativa, atropellar de atrás, porque cada caballo tiene sus mañas, son indóciles, hay que hablarles mucho, acariciarlos, jamás pegarles y nunca forzarlos en demasía", repasa.

 

 

 

Silva avisó que correría hasta los 40 años, pero un grave accidente apuró la idea. Fue en Villa Mercedes, en unas cuadreras de 500 metros. Ocurrió cuando le corría a una familia de El Trapiche. Habían anotado ocho caballos, pero a la hora de largar, hubo cinco en la línea de partida. "Largamos y uno de los caballos, acostumbrado a correr por afuera, se me vino encima y me atropelló, volé como 50 metros, me partió al medio, sufrí la fractura de ocho costillas, la cadera, el rostro y la clavícula. Estuve una semana inconsciente; fue un mal año", lamenta.

 

Doce meses después, en 1997, decidió retirarse de la actividad cuando tenía 43 años. "Sentí que era el momento justo. No era como yo quería, pero carreras son carreras", sentencia a la distancia.

 

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