Parte dos: otro triunfo de San Martín
El final de la expedición libertadora tuvo algunas idas y venidas que mostraron la cintura política del general.
El 28 de julio de 1821 José de San Martín proclamó solemnemente la Independencia del Perú frente a una Plaza de Armas de Lima, tan llena de público como de dudas sobre su futuro. El Libertador culminaba así una parte fundamental de su Plan Continental que lo había impulsado desde las tierras del Plata hasta la antigua capital virreinal del Perú. Pero sin duda este acto de extraordinaria importancia histórica significaba un límite a su accionar en las circunstancias que lo rodearon.
Siguiendo una política cautelosa, San Martín había conseguido un gran éxito estratégico en el Perú sin necesidad de emprender una acción militar a gran escala. Sus 4.500 hombres con los que desembarcó inicialmente en Pisco y Huaura eran insuficientes para enfrentar a los ejércitos realistas y en su lugar prefirió practicar un delicado equilibrio que conjugaba presión política, con amenaza bélica y atracción dialogada. Su objetivo fue sacar provecho de las diferencias que reinaban entre los realistas en el Perú y prolongar los tiempos a su favor.
Esta estrategia se basaba en un hecho externo de gran importancia continental: se había producido en España la Revolución de Rafael Riego a comienzos de 1820 entre las tropas de la expedición destinada a América del Sur. Esto significó que las tropas realistas, sobre todo las que se concentraban en el Perú, no recibirían los refuerzos indispensables para continuar con la guerra contra los ejércitos revolucionarios. Más dispuesto a aprovechar esta circunstancia a su favor que a arriesgar sus reducidos recursos en una batalla decisiva de resultado incierto, San Martín intentó buscar una solución política al conflicto colonial.
El futuro Protector del Perú aprovechó todas las oportunidades que se presentaron para discutir con el bando realista dar fin al conflicto incluso dejando abierta la posibilidad de acordar el fin de la guerra a base de erigir una monarquía independiente bajo un príncipe de la familia real española o la proclamación de la Independencia del Perú combinada con la instalación de un gobierno provisional presidido por el Virrey La Serna. En los debates entre los diversos historiadores todavía se discute si San Martín usó este argumento como una estratagema negociadora o si realmente adhería a la implantación de un sistema monárquico. En este contexto, San Martín se esforzó en mostrarse como un jefe militar y político que podía garantizar la paz y la seguridad de Lima, alentando a su vez la Independencia del Perú. Pensó que con su llegada los peruanos se animarían a declarar su Independencia, tal como había pasado con la Intendencia de Trujillo, evitándose así la necesidad de emprender una acción ofensiva a gran escala. Esto fue lo que efectivamente sucedió.
Tras el fracaso de las negociaciones con San Martín, el Virrey La Serna abandonó Lima y marchó con sus tropas al Cuzco. Las autoridades y los sectores dominantes del comercio limeño, temerosos de los desastres que preveían al quedar la ciudad sin protección militar, solicitaron la presencia de San Martín, quien entró triunfante el 10 de julio de 1821. A partir de ese momento se inició una frenética negociación que culminó en la declaración de la Independencia.
Lima no había cambiado su postura política de considerarse cabeza de un enorme espacio virreinal. Ante esta situación, San Martín debió ensayar una respuesta nueva a lo que había vivido desde su llegada a América en 1812. En el Río de la Plata se había plegado a una revolución que ya se encontraba en marcha. Su incorporación como jefe revolucionario se dio de manera inmediata y pudo vencer las dudas que existían sobre los motivos de su misteriosa decisión de sumarse a una Buenos Aires que había roto con el poder colonial en mayo de 1810.
En el caso de Chile, San Martín debió elegir entre dos jefes revolucionarios que se disputaban la dirección del movimiento chileno tras su derrota en la Batalla de Rancagua en 1814. Como gobernador intendente de Cuyo actuó con firmeza en defensa de su autoridad en contra de las aspiraciones de José Miguel Carrera de constituir un gobierno chileno en el exilio. En su lugar decidió desarmar el bando político carrerista y apoyó a Bernardo de O’Higgins como líder de la facción chilena asentada en tierras cuyanas.
Esta crucial decisión le valió contar con O’Higgins como apoyo político en la recuperación de Chile tras la Batalla de Chacabuco en febrero de 1817. Cuando, tras una entrada triunfal en Santiago, le ofrecieron la dirección del Estado a San Martín, este declinó el ofrecimiento y en su lugar logró que fuera designado O’Higgins. De esta manera pudo continuar las acciones para llevar la guerra al Perú. Si bien su idea original era una organización rápida de la expedición a Lima, las derrotas sufridas en el sur de Chile obligaron a postergar lo proyectado. Solo después de la decisiva victoria obtenida en la Batalla de Maipú en abril de 1818 pudo consolidar la Independencia de Chile. Desde entonces el apoyo de O’Higgins fue fundamental para organizar la flota para atacar al Perú, ante el colapso del gobierno revolucionario del Río de la Plata en febrero de 1820.
Sin embargo, en Lima no contaba con el apoyo de ningún bando o base revolucionaria. Ante su ausencia, San Martín debió tomar decisiones urgentes acuciado por la necesidad de aprovechar al máximo sus escasas posibilidades políticas y militares. Por ello se apresuró a negociar con las autoridades limeñas, representadas por el Cabildo, los máximos dignatarios de la Iglesia y los principales vecinos el apoyo al proyecto emancipador. Como sede provisoria del gobierno ocupó el Palacio Virreinal, lo que implicaba una continuidad del poder usando los lugares más importantes y simbólicos del espacio público peruano.
Inicialmente los sectores propietarios de Lima temían acciones violentas de represalia por parte de las fuerzas sanmartinianas por su apoyo a la causa realista o el ataque al orden social existente, lo que significaba la liberación del accionar de negros e indios dentro de la ciudad. San Martín supo calmar estos temores y evitó un enfrentamiento con las últimas tropas realistas que abandonaban Lima. Tampoco propició cambios en el Cabildo de Lima que había sido elegido jurando fidelidad a Fernando VII. Poco a poco los temores se disiparon y comenzaron los acuerdos.
San Martín se mostró dispuesto a aceptar una solución de compromiso: mantener el orden existente a cambio del apoyo a la causa independentista. Este apoyo debía asumir las formas tradicionales del orden hispánico por lo que se convocó a un Cabildo Abierto el 15 de julio de 1821. En esa trascendental reunión política, a la cual solo se convocaron a los detentadores del poder real como nobles, funcionarios, comerciantes y eclesiásticos, era tan importante la asistencia como la firma del acta que se elaboró cuidadosamente. Así, el apoyo a la emancipación se hizo visible por parte de los más notables vecinos limeños.
Como resultado de este compromiso circunstancial, el 28 de julio San Martín proclamó la ruptura formal de los lazos coloniales del Perú respecto a España y dio paso a la organización política de una nueva república independiente. Pero los elementos sociales que lo acompañaron en las magníficas ceremonias y desfiles en donde se presentó la bandera que San Martín presentó como símbolo del nuevo Estado eran los mismos que habían sostenido al poder realista hasta poco antes.
Es por ello que, pese a este indiscutible logro, la posición de San Martín en Lima era débil. Carente de apoyos firmes y decididos entre la elite peruana, debió confiar en el grupo de partidarios que lo habían acompañado en sus campañas en Cuyo y Chile. Así, los tres gobernadores de las ciudades cuyanas, Toribio de Luzuriaga, José Ignacio de la Roza y Vicente Dupuy, quienes lo habían acompañado al Perú, asumieron funciones de gran importancia. Además, la actuación de Tomás Guido y Bernardo de Monteagudo fue clave para lograr la declaración de la Independencia del Perú, pero dejaban traslucir un grave problema: las fervorosas proclamas que emitía San Martín no encontraban el eco esperado.
El ejército imperial del Perú, desde su poderosa base de poder en Los Andes, se mostraba amenazante y sostener a Lima representaba un gran problema financiero y de aprovisionamiento. Así se le presentó a San Martín un dilema de difícil solución. Debía apoyar, sostener y negociar con una ciudad que consideraba que el orden político, social y económico colonial continuaba en muchos aspectos intacto. La resolución al mismo fue el principal problema tras la declaración de la Independencia del Perú.
La cuenta pendiente entre San Martín y Belgrano
Las conexiones entre José de San Martín y San Luis son conocidas. El General arribó tres veces, una en 1814 y dos en 1819. “Vive unos días entre nosotros y toma aquí decisiones importantes; algunas de ellas probadas documentalmente y otras sostenidas por una respetable aunque incierta tradición”, describió Hugo Fourcade en su libro “Lecciones de Historia de San Luis”. Sin embargo, Manuel Belgrano solo tiene dos efímeros, aunque distantes, lazos con el suelo puntano: uno es la correspondencia que compartía con Vicente Dupuy, el ese entonces Gobernador de la Provincia; y el segundo es un encuentro cuasi titánico con el Libertador que nunca llegó a ocurrir.
Era 1819 y Manuel Belgrano se encontraba al mando del Ejército del Norte, acantonado en Tucumán. Las órdenes eran que saliera de campaña contra los caudillos federales del Litoral. El General las acató y emprendió viaje junto con tres mil soldados.
Salieron desde Tucumán y continuaron por Santiago del Estero hasta llegar a Córdoba. Allí estuvo apostado por varios meses debido al notable desmejoramiento de su salud.
En paralelo, San Martín era enviado a San Luis para detener la sublevación de los prisioneros realistas que habían sido remitidos a la provincia. Ambos estaban a unos cientos de kilómetros de distancia.
“San Martín y Belgrano se estuvieron carteando porque en ese entonces este último estaba en Córdoba y tenían planes de encontrarse”, reveló a Cooltura Manuel Belgrano, chozno nieto del prócer homónimo. Y agregó: “Pero fue un encuentro fallido”.
Finalmente, los militares no se estrecharon manos ni intercambiaron ideas en suelo puntano. “Ese encuentro no ocurrió, no se vieron y Belgrano nunca llegó a pisar San Luis, estaba muy enfermo y regresó a Tucumán; de allí fue a Buenos Aires para morir. Por otro lado, San Martín emprendió su viaje a Chile”, remató el chozno nieto.
¿Dónde se hubiese concretado el encuentro?, ¿qué hubiese opinado Belgrano de San Luis?, ¿podrían haber modificado las estrategias militares de San Martín y su posterior campaña libertadora? Todas preguntas que jamás tendrán respuesta. Al menos, la reunión que no fue no les impidió mantener correspondencia.
En las cartas que intercambiaban, incluso mucho antes de que se planteara la reunión frustrada, se ve una gran camaradería y valoración de lo que cada uno hacía por el país y la región, a pesar de que solo se habían visto cuando Belgrano le traspasó el mando del Ejército del Norte.
“Belgrano es lo mejor que tenemos en la América del Sur”, había escrito San Martín el 12 de marzo de 1816 en una carta al exgobernador de Mendoza Tomás Godoy Cruz. Antes, el 25 de diciembre de 1813, el creador de la Bandera le decía por correspondencia al correntino: “Con usted, se salvará la Patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto”.


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